El cielo estaba completamente despejado esa noche, sin la más mínima estrella que lo alumbrase, la brisa fría movía las ramas de los arboles causando un leve sonido que a lo lejos podía ser confundido con las voces de un alma desesperada.
Corvus se deslizaba ágilmente de rama en rama, tratando de causar el menor ruido posible, su pelaje negro le permitía camuflarse con la oscuridad de la noche y sus afiladas garras le facilitaban mantener el equilibro perfectamente. Se detuvo a unos cien metros de su objetivo, se recostó en el tronco de un árbol y observó el lugar en busca de alguna anomalía que pudiera entorpecerlo a la hora de llevar a cabo su tarea.
Les había tomado años dar con el paradero de ese maldito lugar, años en los que Hydra, Phoenix y él tuvieron que trabajar sin descanso, soportando los ataques ira de Lacertha ante la falta de resultados, acusándolos de incompetentes, imbéciles y sabrá Dios cuantas cosas más. Ahora que estaba aquí no podía darse el lujo de cometer alguna equivocación, el trabajo debía ser limpio y rápido. El que pudieran llevar a cabo los planes futuros de la emperatriz dependía del éxito de esta noche.
La cueva que se encontraba frente a él estaba custodiada por guardias, muy pocos teniendo en cuenta lo valioso que era el objeto que se encontraba dentro, sin más tiempo que perder extendió sus alas y se acercó a gran velocidad a sus víctimas. Sonrió internamente al ver la cara de terror de los hombres al verlo, en un vano intento por defenderse desenvainaron sus espadas e intentaron herirlo, bastó un mínimo movimiento de su parte para esquivarlos, uno de los hombres arremetió nuevamente contra él mientras el otro corría a encender la señal de alarma, Corvus empujo al que había tratado de atacarlo con una de sus alas impulsandolo varios metros en el aire, fue tras él otro quien preso del pánico le arrojó una daga apenas rozandolo,cansado de la lastimosa escena y deseando terminar lo antes posible desgarró el cuello de ambos hombres con sus garras.
En el interior de la cueva el ambiente era húmedo y estaba iluminado por antorchas, avanzó atento a cualquier señal que pudiera indicar la presencia de alguien más en el lugar, unos metros mas allá la vió, el objeto de su codicia, justo frente a él, la piedra del destino resplandecía brindándole a todo aquel que se acercara una luminosidad envolvente y acogedora. Sin más tiempo que ver la tomó cuidadosamente y sonrió para si mismo.
El juego acababa de comenzar...