Auren caminaba alegremente por la pradera el cielo azul estaba despejado y el astro rey estaba en la cima brindándoles a todos su calor acogedor, las flores perfumaban el ambiente anunciándoles la llegada de la primavera.
Disfrutaba el canto de los pájaros y el cosquilleo que le provocaba la brisa al jugar con su cabello, llevaba puesto un ligero vestido de seda blanca que le permitía moverse libremente, una corona de margaritas hecha por uno de sus primos adornaba sus cabellos. A unos metros de ella su hermano Alioth reía mientras llevaba a caballito a Daphne, la hija pequeña de su tío Hefesto. Su madre estaba sentada en el césped junto a su padre y al igual que ella llevaba una tiara de flores en sus cabellos de ébano. Todos estaban felices compartiendo un tiempo juntos, ajenos por un momento a todo el protocolo y a los asuntos de la realeza.
Sonrió al ver que un pequeño conejito blanco le rozó los pies, se agachó para quedar a la altura del pequeño peludo y lo tomó en brazos- Hola amiguito - Acaricio el espacio entre sus orejas, su pelaje era suavecito al igual que el algodón.
De repente algo cambió, la brisa se volvió fría y las nubes se tiñeron de gris anunciando la llegada de una tormenta, los truenos se hicieron escuchar asustandola, apegó aún más el cuerpo calientito del animalito a su regazo para resguardarlo y reconfortarse a si misma. Buscó con la mirada a sus padres pero no los vió, se habían ido. Su desesperación fue en aumento, donde estaban todos? Ellos no se habrían ido sin decirle nada, no serían capaces de dejarla sola, menos aun sabiendo el miedo que le tenía a las tormentas .
Escuchó un graznido en el cielo, una bandada de grandes cuervos se acercaban. Auren siempre los había odiado, con esos feos ojos rojos y ese pelaje negro sólo lograban evocarle imágenes de muerte y soledad.
Un grito desgarrador se escuchó en la lejanía, luego fue seguido de otro igual de desesperante, sintió cada vez más cerca esos sonidos de agonía. Hasta que lo vió, allí a unos metros de ella su padre había sido atravesado en el pecho por una lanza y su madre lloraba desconsolada tratando de hacerlo reaccionar.
Auren sintió el frío recorrer todo su cuerpo y calarse en lo más profundo de sus huesos, a esas alturas las lágrimas caían como cascadas por sus mejillas. Se levanto y corrió en dirección de sus padres con el pequeño conejo en brazos, por alguna razón se negaba a soltarlo y dejarlo solo. Se detuvo a medio camino cuando una criatura apareció de la nada y atacó con sus afiladas garras a su madre, matándola en el acto. Era una abominación de piel amarillenta con pequeñas escamas, cuernos y garras en lugar de dedos. Dirigió su mirada hacia ella y Auren solo vió muerte en destrucción en sus ojos rojos.
Un grito de espanto se quedó atorado en su garganta, estaba paralizada, por más que lo intentaba no podía articular palabra alguna y mucho menos moverse. Escuchó a Alioth decirle que corriera antes de sacar su espada y enfrentarse al mounstro.
Por fin su cuerpo siguió las ordenes de su cerebro y pudo moverse, corrió con todas sus fuerzas sin saber a donde iba y sin entender que era lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible que un día tan bonito hubiera terminado tan mal?, ¿Qué se supone que haría ahora?. Estaba completamente sola y por más que intentara engañarse a si misma ella no era como Alioth, no era tan fuerte y valiente como el.
Miro a su alrededor, el olor a muerte había impregnado el ambiente y la tierra se había teñido de rojo a causa del derramamiento de sangre, la sangre de los suyos. A unos metros de ella un ejército de criaturas abominables avanzaban destruyéndolo todo a su paso, hadas, centauros, ninfas y todo aquel que intentara enfrentarlos caía al piso en cuestión de segundos, ni siquiera las criaturas míticas más fuertes podían con ellos. Los animales corrían a esconderse en sus cuevas o madrigueras.
Una flecha pasó por su costado, lo suficientemente cerca para hacerle un rasguño en el hombro, pero eso no la detuvo, corrió aun más rápido esquivando la lluvia de flechas que intentaban atacarla, volvió la mirada unos segundos y vio como una de esas criaturas extendía sus alas y trataba de alcanzarla. Era diferente tenía la piel y los ojos negros como la muerte.
Le estaba pisando los talones, por mas que corriera no podía alejarse, ese ser era mucho mas rápido que ella. Recordó que siempre llevaba alguna de las estrellas de Lynx y se las lanzó esperando que por lo menos una lo alcanzara. Sonrió al ver que una le dió en el ala y la plata de luna hizo lo suyo enterándose en lo más profundo y causándole un dolor intenso, lo vió caer dándole así a ella la oportunidad de escapar.
Los temblores se habían adueñado de su cuerpo, estaba aterrada, las lágrimas caían sin parar por sus mejillas. Consiguió internarse en el bosque y continuó corriendo hasta quedar oculta entre unos arbustos, se dejo caer en la tierra y rogó para que no la encontraran. Se había desgarrado el vestido y sus brazos y piernas estaban llenos de rasguños y moretones. Miro su regazo y se alegró un poco al ver que el conejito se encontraba bien, por lo menos no estaba sola.