Cristal Perdido [libro 2.5 - Saga Cristal]

Capitulo 2

2

 

Minutos antes del inicio del fin.

 

Una vez. Solo una vez habíamos cruzado palabras.

El gimnasio no era tan grande, yo estaba haciendo sentadillas en una de las máquinas. Había terminado mi tercera repetición, reposé la pesa en su lugar, tomé un poco de agua dándole la espalda y coloqué otra canción en mi IPod.

Cantando mentalmente No Plan B de Manafest, me giré para posicionarme debajo de la pesa, pero en cuanto lo hice, casi me dio un infarto.

Azarías estaba parado justo frente a mí, mirándome mientras movía sus labios.

Inmediatamente y tratando de contener mis impulsos, me quité uno de los audífonos.

—Disculpa, ¿qué? —fue todo lo que pude decir.

Él sonrió. Casi colapso.

—Que si estás usando esas mancuernas —dijo suavemente, sin dejar de sonreír y señalando con su mentón al suelo.

Seguí la dirección que señaló y efectivamente estaban allí dos mancuernas, una de quince kilogramos y una de veinte.

—No, no las estoy usando —respondí mirándole de vuelta, ninguno dijo nada durante unos segundos.

Él dejó salir una pequeña risa y negó un poco con la cabeza. Sentía que en cualquier momento mi corazón fallaría.

—¿Podrías pasármelas? — preguntó ladeando su cabeza.

—¡Oh! — exclamé entendiendo — Claro, claro.

Inmediatamente, tomé una pesa en cada mano y extendí una por una para que él las tomara. No sé si fue una ilusión, pero sus ojos no se despegaron de los míos en ningún momento.

—Muchas gracias —su voz era tan masculina, tan potente, tan hermosa.

Él no había dejado de sonreír y me di cuenta que yo no lograba hacer lo mismo, por más que lo intentara, estaba paralizada.

Dale tu mejor sonrisa, la mejor, sonríe. Me obligué a mí misma.

—No hay de que —respondí y sonreí como pude.

No supe cuánto tiempo fue, pero se quedó allí parado frente a mí sonriéndome y yo sonriéndole a él.

Realmente era muy alto, quizás un metro noventa.

El momento tuvo que acabar en cuanto me dio la espalda y se fue.

Fue la única vez que tuvimos una conversación. 

Me vi tentada a saludarle con la mano cuando lo veía en la universidad, pero de alguna manera esperaba que él lo hiciera cuando nuestras miradas se encontraban y no sucedía, por lo que podía analizar que él no se sentía de la misma manera que yo.

Azarías estaba matándome en aquel entonces.

Ya había pasado una semana desde que creí verle y no había vuelto a hacerlo aun cuando lo estuve buscando por todos lados con la mirada. Me sentía patética y ridícula porque aún tenía la sensación de que estaba cerca.

Mis padres habían notado mi falta de apetito, pero lo atribuyeron al hecho de que estaba en clases y quizás tenía preocupaciones.

La semana transcurrió tranquilamente, un tanto tormentosa, pero todo iba bien. Mi padre ya no ejercía como juez, pero hacía algunas consultas. Mi madre ahora era la dueña de una muy bonita cafetería que poseía una parte en remodelación.

—¡Siena! —Escuché a lo lejos — ¡Siena!

Alcé mi vista del libro que portaba en mis manos y que no leía.

—Hola, Margot —saludé a la chica pelirroja que se acercaba a mí —. ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

La chica apoyó las manos sobre las rodillas intentando recuperar el aliento.

—Te he... estado... —intentó decir.

—¿Qué? ¿Qué sucede? —volví a preguntar tocando su hombro.

—Te solicita la profesora Cachemir —mis ojos se abrieron —, al parecer quiere ofrecerte como su asistente en el hospital, este año.

La emoción pareció recorrerme.

—¡No puede ser! —abrí mis manos — ¡Eso es increíble! ¡Ella solo selecciona a los mejores estudiantes, los más brillantes!

—¡Así es! ¡Y al parecer te quiere a ti! —sonrió contenta— ¡Ahora muévete! ¡Tienes que levantarte y buscarla justo ahora! — me levantó por los brazos y un tanto seria.

—¿Por qué tanta prisa? —la miré, había venido corriendo y ahora me apuraba.

—¡Porque Denise Coleman ha escuchado! —El tiempo se detuvo — ¡Y cuando yo salí del salón, ella entró!

—¡No, no puede ser! —guardé el libro en mi bolso— ¡Ella siempre quiere quitarme lo que me corresponde!

Lamentaba haber sacado mis cuadernos, lápices y libros.

—¡Ya deja eso! — regañó — Yo lo recojo, corre rápido a su salón. ¡Muévete!

—Muchas gracias por ser mi amiga —le di una sonrisa.

—No te pongas melancólica, tonta —se rio —. ¡Muévete ya!

Con una sonrisa en el rostro, casi corrí por los pasillos.




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