106
Podría cantarle a las flores silvestres,
a bellos amores de risas y mieles;
podría entonar un risueño ideario
a risas y gritos, a los bellos laureles.
Pero, mi alma, fatal, perturbada,
sólo conoce de susurros y osarios,
de blancas estelas mortuorias calladas
y de canciones envueltas en grises sudarios.
No hay nada ya más en esta piel
que suspiros pudientes de fiel desencanto;
en estos dedos, que tocan la hiel,
sólo existen el frío y un llanto marcado.
Vorágines de odio, de dolores y gritos,
los minutos que mueren y se hacen eternos.
No existe ya nada, más que miedo y suspiros;
el llanto y tristeza, dolores enfermos.
Las velas, las marchas, la nieve que cae,
la triste y melancólica canción de la muerte;
no existe ni alma, ni hombre, ni ser, ni amante.
¡No existe hoy más que la soledad asfixiante!
107
La noche deshebra a mi dolor maltrecho,
estrellas hoy cubren el manto de pena;
recuerdos del alma, mi piel en tu pecho,
sonrisas macabras de deseos secretos.
Recuerdo las voces,
las risas serenas;
los ojos de soles
y las charlas amenas.
No encuentro el silencio
ni al yo que tú anhelas,
sólo contengo
mi deseo insatisfecho
de ser yo en el ocaso
de las noches eternas.
¡Te extraño! ¡Te observo!
Tan callado en el tiempo.
Tan dulce y amado.
Tan triste y sereno…
¡Mis ojos hoy arden al observar tu fantasma!
¡Mis brazos se queman al sentir tu mirada!
Tan lejano, regresa, mitad de mi alma
pues sin ti, ¡no soy más que carne quemada!
108
Eternidades disueltas en abismos penosos,
lágrimas enterradas en caparazones tortuosos,
tan tristes y amadas; tan frágil y humano,
tan corrupto y odiado, un ser trastornado.
¡Que la nieve caiga, no dejes!
Congela tus pasos, olvida al silencio,
la pintura empolvada de rostros herejes
se disuelve como el tiempo, como la vida que tengo…
¡No dejes que la nieve caiga en mis manos!
¡No dejes que los rostros humanos
en la pintura de la memoria, plasmados,
se borren de mis recuerdos amados!
Sola y eterna,
frágil y muerta…
La vida está perdida en el cuadro del tiempo;
los deseos se disuelven en la pintura del sueño,
descolorida,
vieja y podrida…
¡Sola y deshecha como mi alma zaherida!
109
Un alma atormentada no tiene derecho a cantar.
¡No! ¡Sólo debe llorar!
¡El miasma de pena y dolor sólo debe exhalar!
Sin embargo, la locura invade a mí ser espectral,
y quisiera reír y gritar,
y el dolor en lo hondo enterrar…
Y quisiera, como loco, llorar:
Morder corazones
y mi piel arañar.
Arrancar a pedazos el alma penosa,
deshacer con las manos los mares de llanto…
¡Besar y lamer! ¡Al dolor torturar!
Enterrar y adorar a esta alma añejada.
¡Encerrar en abismos al dolor y el quebranto!
Desgarrar mis entrañas,
encontrar al dolor
y sentir la locura del ansiado amor.
¡Y deshacer con mis manos recuerdos tortuosos!
Matar con amor las traiciones siniestras;
el dolor y la envidia emanar por los poros,
e incrustar en mi piel sentimientos a ciertas.
¡¿Acaso esta alma sufrida no puede soñar?!
¿Es sólo un deseo, una ilusión irreal?
¡Lo único que quiero es cantar, sentir y extrañar!
Lo único que anhelo es poder bien amar.
110
Saeta de fuego que cruza universos,
silencios gastados que tocan el tiempo;
mariposas encerradas en frágiles versos,
tactos de amantes, dolor a destiempo.
Huesos blanqueados, de alegrías, infectos.
El rosario de vida,
la risa de un muerto.
¿Es eso el amor?
Cruel y desesperante secreto,
impío e infame,
infiel y rastrero.
¡Tan necesario! ¡Tan inútil e intenso!
Como un ser olvidado,
como una muñeca de huesos.
Triste y gastado,
sin sentido, profano.
Una llama de hielo que al alma deshace;
sonrisa irónica, caótica calma.
El fénix, que muerto, del fuego renace;
un algo inocuo que se incrusta en el alma.
¡Y maldigo al amor!
A los labios sinceros.
Y sin embargo, le adoro,
pues sin sus actos rastreros
mi alma y mi ser se desvanecen en vano.