116
El pulso me tiembla
como las estrellas,
titilante se vuelve,
me trasforma en tiniebla.
Los ojos me lloran
y las horas inciertas
se caen y se mueren,
me dejan a ciegas.
La ceniza quemada
y la sonrisa gastada,
las flores dispersas,
se van, se alejan;
me dejan a solas,
sin mar, sin deseos,
sin ansias ni anhelos,
ni ganas de amar.
Y las velas se apagan
y mis ojos con ellas,
las caricias se borran,
el olvido regresa.
¿Y quién soy ahora?
¿Palabras gastadas?
¿Horror y belleza
de un alma olvidada?
¿Soy nada, soy polvo?
¿Soy humo y neblina?
Un algo sin vida,
un ente maldito…
¡Yo soy la desdicha!
117
Muñecas
Las nubes se posan sobre mi cuerpo abandonado,
un ser espectral, la nada, un muerto,
un algo palpitante de dolor y quebranto,
un algo que se pudre, un ser desencajado.
Muñecas y polvo de hadas, no hubo;
tampoco consuelos, ni bellas palabras.
Una ventana, un triste y viejo muro,
unas medias rotas y un alma solitaria.
La vieja postrera luna, un elfo,
los duendes que alegres bailaban, no hubo.
Sólo hubo caricias forzadas, gastadas,
el sabor amargo del árbol de adelfo.
No hubo más que colores morados,
más que ráfagas rojas de dolor y vil llanto.
¡Las tristes muñecas, rotas, mancilladas!
Sólo hubo en el alma un deseo insano:
Morir en el lecho de un alma inocente
y soñar transparencias de un mundo lejano…
118
Ya no tengo inspiración,
se ha muerto, derramándose…
me he quedado seco, sin razón,
sin motivos, con mis venas desangrándose.
Ya no tengo fuerza, ni pasión,
ni ganas de hablar o de sentir;
ya no queda nada, el corazón
ha reventado por las penas que viví.
Ya no tengo
aliento, más que una sonrisa olvidada.
Retengo
memorias derrotadas inundadas de delirios,
de deseo y destrucción,
de seres sin compasión,
de vacío sin sentido.
119
¿En qué más puedo pensar, salvo en poesía?
Pues poesía son tus ojos de risas transparentes;
poesía es tu sonrisa, tu sarcasmo y alegría;
tu sinceridad abrumadora y tus desatinos incipientes.
¿En qué más puedo pensar?
Ni las traiciones me desangran.
Los recuerdos y el retrato de tu alma
acaparan a mi mente y la desgarran;
tú, ¡oh, tú!, lejano viento en calma,
trastocas el universo y lo envuelves en calor,
en un ungüento mítico, que calma mi dolor.
Y sin embargo, dueles más que todo,
puesto que sólo en sueños
te retengo en cierto modo,
recordando aquella noche
en que amaste a mis anhelos.
120
¿Qué soy?
Un algo muerto, mutilado,
un ser de desencantos, mancillado
soy nada, polvo y huesos,
nada más.
El viento, que toca a los seres que conozco,
bien sé quién es.. ¿Qué soy yo?
Un ente de locura y desconcierto,
un ser inundado de deseos,
de flores marchitas
y alegrías malditas.
Las flores, los difuntos,
sé bien quienes son ellos…
Soy yo, entre sus tumbas
la sombra de las velas,
la luz, ya casi extinta,
de oraciones,
una estela
que cae seca y marchita…
De aquellos que marchan,
fúnebres los rezos,
las voces, los dolores…
¿Acaso yo soy eso?
Soy vida y desconsuelo,
soy muerte y alegría;
un vano sincretismo
de podredumbre y duelo.
Soy quien vuela y se esfuma,
soy polvo y vil neblina,
la humedad de la locura,
las manos enterradas
en rosarios de dulzura.
Soy el cristo deshecho,
la blanca calavera,
las rosas marchitadas
el ataúd de un muerto.
Un malnacido ente
que emana miasma y pena;
la tumba y la condena,
de un triste roto sueño.