126
Lo que queda
Cristal transparente,
mariposas aladas que mueren temprano…
un río de sangre que llora, derramado…
las piernas abiertas,
él soplo de un muerto…
las horas que se yerguen inciertas.
Un feto, un féretro imaginario,
las lágrimas que salen; la locura, el quebranto…
La soledad de la vida y un pequeño sudario,
mis penas y anhelos, que me están hoy ahogando.
Y no hay ya lágrimas en este cuerpo vacío,
no hay más dolor, ni pena, ni hastío.
Un cadáver errante es ya lo que queda…
No hay algo más, ni un soplo, ni vela…
¡Sólo un ser trastornado! Es hoy lo que queda…
127
Hoy amaneció brillando el sol,
ya no es gris como antaño,
sin colores.
Y la vida resplandece, brilla al fin,
con su tacto suave me estremece
y se lleva mis dolores.
Fluorescencias de sabores,
de olores…
y huele a verde,
a rojo y azul.
Y huele a amor,
a esperanza por fin.
128
Me quedé dormida entre tus brazos,
soñando con dragones y fantasmas,
con un ser que evocaba mis canciones,
con la resaca de amores fracasados.
Dormité, largo tiempo, entre tus labios,
entre palabras dulces de verdades sin secretos,
y escalé los montes de tus años,
y vislumbré tu alma entre los sueños.
Y fingí no oír tu risa amarga;
acariciando con mis dedos tu alma amada,
tu rostro toqué y grabé su faz callada;
deseé que no llegara nunca el alba.
Y tu piel arranqué con mis anhelos,
un pedazo de tu ser quedó en mí,
plasmado con fuego, con sinceros
roces de palabras que perdí.
Y es que, entre tus brazos, yo soñé
con vidas solitarias en compañía,
con almas viejas lamiendo sus heridas,
con la vida que siempre deseé.
129
Olía a hongos y duendes,
a frutas de bosque silvestre
a mariposas de nieve,
a la tierra cuando llueve.
Y sabía a verde y azul,
y se sentía como leones alados.
Y olía a polvo,
a rojo y jazmín;
a libros añejos
y risas de afecto.
Se sentía como irreal terciopelo,
como hormigas que suben y cosquillean,
trayendo la humedad y el deseo,
y al fin, supo a caricias del alma.
Y olías a verde, y a gris,
a blanco azul celeste y sincero.
Olías a rancio licor
y a humo de limpio consuelo.
130
No soporto el brillo de la vida,
No lo deseo… ¡lo repudio, lo desprecio!
quiero que me lleven a la sima,
al bello abismo de la muerte o a la locura.
Ya no quiero ver más flores,
ni las risas…
sólo quiero aquél féretro inhumano…
Caer junto al ser que extraño tanto,
ir y morir lentamente, y con espanto.
¡Destruir mi cuerpo, a mí misma!
¡A este desabrido mundo de dolores!
El eterno penar es lo único que queda…
La muerte y la tortura, son ahora, mis amores…
Llorar ríos de sangre,
como antaño lágrimas perladas
que a mis mejillas decoraban
bellas y frágiles,
incipientes, desgraciadas.
Cobardía es mi nombre,
fragilidad mis ropas y ajuares…
Ya no quiero el pesar de la desdicha
de la nada, la fresca redención, deseo probar.
Sólo sombra, fatalidad y duelo;
soy un ente que no existe, y que respira…
El hijo predilecto del martirio,
un ser que se entierra en la locura.