166
Me gusta observar cómo las letras
se derriten en el tiempo,
muriendo lentamente,
como una vela de cera;
solitarias, olvidadas,
calladas como el viento,
apagándose ante la llegada
de sus compañeras tras de ellas.
Me gusta observar cómo, lentamente,
mi corazón se apaga
al ver a los otros cuando lloran.
¿Por qué se derriten y se alejan para siempre?
¿Por qué se está tan sola
en esta irrealidad acompañada?
167
¿Por qué cuando la gente llora
no hay alma que corra
inmediatamente a consolarles?
Pues no sólo las lágrimas
son signo de la deshonra,
de la infelicidad del alma.
¿Por qué se está tan solo
en este mundo odioso y burdo?
Es tan triste e incomprensible
este vil y cruel absurdo
que es, entre la multitud,
morir sin compañía anhelada.
¿Por qué?
¿Por qué se siente tan solitario el mundo?
¿Por qué nadie se da cuenta
de esta afrenta
hacia el espíritu del humano?
Uno está tan olvidado,
tan vacío, tan desterrado
de los otros corazones
que ya no somos más
que vagabundos sin hogar.
168
¡Gritemos hacia la oscuridad del anhelo!
Nademos hacia la eternidad del abandono…
Tan brillante es esta luz del desconsuelo
que nos deja ciegos, exiliados ya del todo.
¡Y quisiera susurrar las penas muertas,
transportarlas hacia el cielo del infierno!
Chorrear, como una vela, las tristezas
y volar hacia el consuelo de lo eterno…
¡Y lloraré! ¡Lloraré como la noche
cuando estrellas caen fugaz y lentamente!
Para caer, y vomitar, en medio del derroche
de mis labios impuros para siempre.
¡Y gritaré! ¡Gritaré como los presos
de las almas lastimadas!
Para que los sonidos exhalados lleguen a tus besos,
a tus alas tristemente evaporadas.
Y al final, solo y viejo,
a mitad de la sinfonía que dejo,
tras el instrumento del martirio y desconsuelo,
poco a poco, lentamente, en soledad me moriré.
Y así, mi piel, mi alma y soledad te ofrendaré.
169
Somos la sonrisa gastada y lastimera,
somos notas imperfectas en penumbra.
No somos más que una derretida vela
erguida entre osarios y tristes tumbas.
No callamos, porque boca no tenemos;
no lloramos ni sentimos, nos perdemos
entre el laberinto deforme de lo amado,
entre lo que pedimos y no queremos.
Somos nada, somos polvo,
seres ahogados en un profundo pozo
por el tiempo, creado;
por la vida, ignorados.
170
No me creas mis tristezas ni mis penas,
tal mentira es, como estar vivo.
Justo ahora me doy cuenta de la rareza
de este cementerio del olvido.
Todos muertos estamos, enterrados
en el oscuro precipicio del martirio,
ya no se respira, hemos callado,
claudicado ante el horror de ser el mismo
infierno decorado con rostros deformados.
¡Lloremos por nuestra alma!
Habrá que otorgarnos piedad
para olvidar al ingrato pesimismo
que nos aqueja cada noche calma.
¡Habrá que, al desamparo, angustiar!
Y caer en el bendito regazo adusto
de la dulce y bella ninfa Irrealidad.