Crónica de las fronteras grises, libro 1: cocodrilo.

1-Águila.

La luz entraba débilmente por el portal del templo, iluminando de forma tenue los pies de Águila, guardiana de ese recinto.

Búho, su amigo y fiel compañero, la miraba tristemente desde el altar, dedicado a una esfera iluminada, guardada en una caja de cristal en el centro del mismo.

Búho era una ave flacucha y de gesto benévolo, vestido con una especie de sotana azul con un extraño símbolo en el pecho, le dijo a su amiga Águila: -no me gusta que observes así la calle, parece que no estás contenta con lo que eres; si tuvieras alas ya hubieras salido volando, estoy seguro-

Águila, joven y hermosa, parecía desesperada por ver que era la extraña conmoción qué se notaba en el mercado de las brujas, frente al templo de la Flama Eterna.

-Solo quiero ver de lo que me privaré por el resto de mi vida-, respondió sin ver a Búho.

Éste, bajó la vista algo apenado, en lo personal no estaba de acuerdo en elegir a los guardianes desde su nacimiento, envidiaba profundamente el sistema que tenían los humanos para elegir a los habitantes de sus templos.

Búho aún recuerda el día en que un humano entró a preguntarle cuánto llevaba ahí, -toda mi vida- había respondido él -aquí nací, aquí moriré- el humano se río, le dijo que era tonto, mientras le explicaba lo que ellos hacían: -si una persona quiere estar en un templo lo elige, no lo obligan-, esa risa y esas palabras le seguían resonando en la cabeza, haciendo que se desvaneciera su fe.

Miró a su compañera y se preguntó:-¿cómo negarle a un espíritu tan libre conocer el mundo, que siga su naturaleza?-

Águila por su parte, veía por fin la causa del alboroto, el portal de piedra blanca del templo enmarcaba una escena extraña pero común en el pueblo de Fronteras, se veía el lado noroeste de la enorme carpa multicolor que servía de techo al mercado de las brujas, la Bruja-Serpiente vieja entre las viejas, verde con escamas hasta en el cabello que brillaban como si fueran de jade con el sol del mediodía, anunciaba desde un palco, remedios milagrosos para las enfermedades poco comunes de los habitantes (menos comunes aun) del pueblo de Fronteras.

Gritaba la bruja con voz ronca, frente a su fantástica audiencia: -¡Ungüento de ojos de hombre para las patas dolientes del gallo vigía!, ¡Si el gato no quiere comer, ponga este polvo en su pescado y comerá como si fueran cinco!, ¡Los duendes del bosque que de verde pasan a rosa, este bebedizo de yerbas de jade les devolverá su color!-

Era humilde su tienda, parte del mercado de las brujas, pero le compraban a montones, lágrimas, pequeñas redondas y sólidas, la moneda de este pueblo, caían como granizo sobre sus largas y ásperas manos.

La bruja era delgada y alta, casi parecía ser liquida con su serpentear y estirar al momento de hablar; su cara, aunque arrugada, daba la impresión de haber sido bella, sus ropas eran extrañas, pues no tenía ninguno de los símbolos que las otras criaturas del pueblo usaban para protegerse de los males sin nombre que llegaban con la oscuridad, incluidos los seres humanos, pues parecía no hacerle falta.

Fue avanzando el día, Águila no se movía y era ya entrada la tarde, Búho, hábil como había llegado a ser, realizó todos los quehaceres del templo de la Flama Eterna sin molestar a su amiga.

Anocheció, ya no había nadie frente a la carpa de la bruja-serpiente, que estaba a punto de cerrar, pero antes de bajar de su palco y mientras se tocaba el vientre en señal de hambre, levanto la vista, vio los ojos profundos de Águila, donde se reflejaban las luces del templo y la empedrada calle que se habían comenzado a encender.

Águila se sorprendió, de la salvaje sabiduría de esos ojillos inyectados de sangre, por el efecto de algún licor extraño que ella, por supuesto, desconocía.

Guasona como era, la Bruja-Serpiente le saludó con su mano izquierda sin dejar de tocarse el vientre con la derecha y sonrió.

Cerró su puesto y dijo: -se me antoja una rata azada en la cantina de la “lata de atún”-

Toda esta jerga a Águila le resultó desconocida.

La bruja se alejó cantando calle abajo, hacia el sur, jugando con las monedas de su mano derecha.

Mientras águila se quedó mirando a la ciudad encendida de luces de color, escuchando el jolgorio de los barrios bajos, odiando de poco en mucho, la tranquila quietud de la frontera principal y lloró viendo hacia la carpa de la bruja serpiente, que tenía un símbolo similar al de su toga.

Mientras que Búho ponía una de sus emplumadas manos en su hombro, la había amado desde que la conoció.



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En el texto hay: animales antropomorficos, brujas, un cazador

Editado: 19.01.2019

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