La lluvia se convertía en tormenta
Lily Freaklands llevaba varias horas tratando de sacarle cualquier información a Marco, que diera alguna pista sobre por qué los cuervos habían tratado de abrir la puerta de la primera frontera. Pero ese pajarraco, orgulloso como era, no respondió, a pesar de que Lily fue lo más persuasiva que pudo.
Ella no estaba de acuerdo en torturar al cuervo, pero viendo sus ojos tan insolentes, amarrado como estaba, fue lo único que se le ocurrió hacer, solo para desechar la idea al recordar un detalle que quizás le daría una ventaja:
—Si me dices la verdad, convenceré a Gato-Café de que tú no mataste a Gata Blanca.
El cuervo la miró tranquilo y contestó sincero, con brusquedad:
—Tú no sabes nada sobre ella, no sabes nada sobre mí. Mátame si quieres, no me sacarás nada.
Lily Freaklands se dio cuenta de que había desaprovechado su única oportunidad. Culpó a su extremo cansancio de eso; estaba harta de ese cuervo tan silencioso y tosco. Se levantó de la silla frente a la plancha donde estaba atado el cuervo y caminó tranquila hasta el pasillo de roca que comunicaba su hogar con la plataforma de bambú.
Águila y Búho, bajo la intensa lluvia, ya habían terminado de limpiar y reparar todo (excepto el enorme boquete en la plataforma y los vidrios de la casa; ellos no sabían cómo reparar ese tipo de cosas).
El cocodrilo seguía brillando, aunque ahora dormía bajo el agua de un pequeño estanque cerca de Búho y Águila.
Lily Freaklands los miró sonriendo. Recordó que ella y su novio habían hecho lo mismo hacía ya varios años.
—Por la primera frontera, siempre llegan animales reales, seres que no están listos para aceptar su muerte —recordó Lily lo que decía su amado—. Todos los que son asesinados por los hombres se convierten en monstruos apenas llegan aquí.
—¿Cómo llegué yo aquí?, ¿tú lo sabes? —le preguntó entonces Lily al ser extraño, pero bello (para ella) frente a sus ojos.
—Tú eres mi destino, por eso estás aquí; no importa qué te haya pasado en el mundo de los hombres.
Lily, en ese momento, besó a la criatura con aspecto de perro, diciéndole:
—¿Sabes, Bingo? Tú eres el mío.
Lily y Bingo fueron felices durante mucho tiempo, pero un día apareció una sombra que no había llegado por la primera frontera. Una sombra que andaba entre las copas de los árboles y atacó a Bingo cuando trató de defender a Lily, robándole todos sus recuerdos y haciendo que olvidara a Lily y el refugio que había construido con ella.
Lily Freaklands, con lágrimas en los ojos, recordó cómo Bingo, enloquecido, huía de su lado, haciendo que ella se prometiera proteger el refugio para que una cosa como esa jamás le pasara a alguien más.
Lily estuvo mucho tiempo con miedo y horror, siendo visitada a diario por esa sombra que juraba ser Bingo, hasta que, por fin, un día pudo capturarla y guardarla en un frasco que le daría a su amado can cuando lo viera otra vez, pues ella no había perdido la fe de encontrarlo de nuevo algún día.
De pronto, Lily escuchó un ruido entre las copas de los árboles. Sintió terror, pues no traía su escopeta; pensó que, con todo el alboroto provocado por los cuervos, la sombra había roto el frasco y había escapado.
Sacó su cuchillo esperando un impacto, pero, en lugar de eso, apareció Gato-Café frente a ella.
Tenía algo diferente; ya no sonreía. Sus ojos cafés y profundos parecían llenos de rencor. Águila lo saludó y le preguntó:
—¿Encontraste al cazador?
—No —respondió muy enojado—. Parece que se lo tragó la tierra.
Lily se había quedado paralizada; jamás había visto tanto dolor en los ojos de un ser, fuera real o imaginario.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Lily, guardando su cuchillo. Gato-Café, tranquilo pero aún lleno de coraje por dentro, solo atinó a mirar hacia el cielo nublado.
En medio de las gotas de lluvia dijo para sí mismo:
—No puedo estar cerca de ese cuervo; no sería bueno hacerle daño.
Lily Freaklands se asustó. Su amigo le había contestado sin decir nada concreto, así que simplemente se acercó a él y le dijo:
—¿Por qué no me cuentas qué pasó?
Gato-Café se sintió un poco molesto. Había esperado casi toda su vida hasta ese punto a que alguien le preguntara eso. Estuvo casi a diario ensayando la respuesta que iba a dar, y cuando por fin llegó ese momento, no pudo decir nada.
—No pasa nada —dijo por fin el felino, empujando la mano de Lily. Sin darle tiempo a reaccionar, saltó de pronto perdiéndose entre los gigantescos árboles de la selva de azabache.
Lily Freaklands miró a través de la lluvia intentando distinguir algo más que sombras, pero no pudo. La tormenta se hizo más fuerte aún y, sabiendo que era inútil preocuparse por Gato, llamó a Águila y a Búho, pues en sus caras se notaba que no habían dormido o comido bien en varios días. Entraron a la casa de cristal los tres juntos mientras Gato-Café observaba, alejado de la luz, los rostros de esos tres seres buscando a través de las ventanas rotas. Entendió que no podía estar con ellos hasta que aclarara su mente, pues ahora se daba cuenta de que el haber dejado de lado sus problemas no significaba solucionarlos.
Saltando de pronto de rama en rama, en medio de la lluvia, en la oscuridad, cerca de sus recuerdos y su dolor, se sorprendió llorando a la luz de Madre Luna, recordando el día lluvioso tal como ese en el que había llegado su conciencia al mundo de Fronteras (es decir, el primer día que recordaba).
Aun siendo un adulto, no fue capaz de entender por qué se le negaba el derecho de tan solo demostrar que podía ser útil. Una infancia triste… son duros los ojos del hombre malo, pero lo son aún más los del niño sin esperanza.
De pronto, en la garra de Gato-Café aparecieron sus largas y afiladas uñas. Recordando a su antiguo amo, derrumbó un árbol de un solo golpe, parándose en la copa de otro y viendo a Madre Luna de frente, dijo para sí: