Cronica de las fronteras grises, libro 2: Luna

3-Hambre.

Es preciso decir hasta qué punto la balanza de la vida es justa. En un principio, Gato-Café, que comía cuando podía —pues tenía la capacidad de soportar todo menos el hambre— creyó que esta balanza se encontraba descompuesta.

Solo ya siendo adulto entendió que no se obtiene nada de la vida si no se da algo primero, y él dio su dolor, aunque sentía que solo había obtenido lo mismo.

Gato era un felino fuerte e inteligente para su edad, pero no conseguía que nadie le diera un trabajo, primero por su edad y segundo por su falta de educación formal.

Por esta razón, el felino se había convertido en un vagabundo que caminaba por las perfectas calles del barrio de la Media Luna desarrapado, tocándose el estómago con la esperanza de que así dejara de pedirle comida. Veía a los otros felinos caminar por las banquetas, sonriendo y mirándole con desprecio; los ojos del gato respondían con una mirada de odio.

De pronto, en una esquina vio a una mujer extraña, vestida de verde, que jugaba con las monedas lágrimas de su mano derecha. Hablaba con un gato ricamente vestido, que llevaba bastón y sombrero de copa. Gato-Café se agazapó y estiró su cola; saltando, estiró su cuerpo hacia las monedas, atrapándolas en el aire cuando la mujer de verde las elevaba levemente.

La mujer, llena de escamas —que no era otra que la Bruja-Serpiente— se extrañó al no sentir la cercanía del felino. El gato no quería lastimarla, y al pasar el ágil animal por el lado derecho de su cara, la Bruja comprendió que no se trataba de un felino común.

El hambriento Gato-Café, con las monedas en sus garras, se paró en dos patas y saltó lo más alto que pudo hacia el techo de una construcción en la esquina de la calle. La Bruja-Serpiente, por su parte, que hablaba con el rico comerciante llamado Gato de Aguas, se disculpó y estirando su brazo derecho se agarró del techo de la misma construcción y subió justo en el momento en que Gato-Café, algo atontado —siempre le impresionaba la vista aunque la hubiera observado muchas veces—, saltaba al tejado de su derecha, el más cercano.

—¡Hey, espera! —gritó la Bruja-Serpiente—, necesito preguntarte algo.

Gato-Café solo volteó un momento mientras seguía saltando y, burlón, respondió:

—¡Alcánzame!

El felino sonreía confiado, pues era un experto en ese tipo de robos. Nadie en la Media Luna podía igualar su velocidad, y ya lo había probado muchas veces. Pensando en esto, saltaba entre los tejados desnivelados siendo un espíritu del barrio, viendo la mañana llena de brisa del Mar de Sal.

La Bruja-Serpiente lo alcanzó muy rápido, pues podía volar; así que solo flotó entre los tejados y, saliendo por el lado izquierdo de Gato, le preguntó:

—¿Cuál es tu nombre?

—¡Cielos! —gritó Gato-Café, perdiendo el equilibrio y cayendo de pie en la empedrada calle frente a un terreno baldío—. —¿Tienes…? —miró a la Bruja, sus escamas brillando ante la luz del sol—.

Deslumbrado por la luz del este, arrojó las monedas y corrió lo más rápido que pudo; era como ver un relámpago café correr. La Bruja tomó las monedas en su mano izquierda y, con una leve sonrisa, siguió a Gato-Café sin bajarse de los tejados.

—¡Detente! —gritaba tranquila la Bruja—.

Iban hacia el sur, y el felino solo le respondía:

—¡Ya te di tu dinero! ¡¿Qué más quieres?!

Le parecía increíble que alguien pudiera ir a la misma velocidad que él y más aún, una señora madura como ella (aunque no fea, pensó el gato).

Al gritar, el felino volteó de nuevo a la izquierda y ya no vio a la mujer. Comenzó a bajar la velocidad mientras miraba a todas partes buscándola. Parando de pronto, se preguntó si no sería un fantasma, encogiéndose de hombros y caminando tranquilo, pensando que ya no iba a comer esa noche.

—¡Maldita mujer! —se dijo—. ¿Quién será?

Al dar la vuelta en una esquina, Gato fue empujado contra la pared y sostenido de los hombros a casi un metro del suelo por la mujer. La Bruja, muy molesta, le preguntó:

—¡¿Cuál es tu maldito nombre?!

—¿Si te contesto me dejarás en paz? —preguntó Gato-Café.

—Solo si me contestas mal —dijo la Bruja.

A pesar de no haber entendido, Gato respondió molesto:

—Mi nombre es Gato-Café.

—¿Eso es todo? ¿Dónde están tus padres? —preguntó la Bruja, sorprendida.

—Soy huérfano. Mis padres están muertos —respondió el felino, viendo los ojos verdes de la Bruja.

—Está bien, vete —dijo la Bruja-Serpiente, soltándolo mientras pensaba—. “Este no es más que otro pobre desgraciado”.

Al bajar la vista, decepcionada, vio una fotografía en el piso. La levantó lentamente con cara de sorpresa y la observó un largo rato. De pronto, le gritó a Gato-Café, que ya se había alejado un poco:

—¡Hey! ¡¿Esto es tuyo?! —le mostró la fotografía levantándola para que pudiera verla.

—¡Ha! Gracias —respondió Gato-Café mientras se acercaba corriendo.

—¿Tu madre es… perdón, fue Gata de Perla? —le preguntó la Bruja.

—Sí, creo que así se llamaba —respondió Gato, sorprendido—. ¿La conocías? —y se acercó para tomar la foto de la mano de la Bruja.

—Ella fue mi única aprendiz, y será la última si no aceptas venir conmigo. Soy la Bruja-Serpiente y te he estado buscando —respondió la Bruja en tono maternal.

Gato-Café mostró sus colmillos y erizó el cabello de su espalda.

—¡Nunca obedeceré a una bruja! —gritó y saltó al tejado más cercano.

—¡Hey, Gato! —dijo la Bruja después de un rato—. ¿No quieres comer algo? Vamos a mi tienda. Si no te convence lo que te diré, te vas y ya está. ¿Te parece bien? —gritó un poco fuerte, usando sus palmas como altavoz.

Después de un corto silencio, apareció la redonda cara de Gato-Café desde la orilla de un tejado, preguntando con cara de hambre:

—¿Tienes ratones?

—Sí, mi niño, sí los tengo. Baja, ven aquí —dijo la Bruja sonriendo cariñosa.

Gato-Café bajó de un salto y dejó que la Bruja lo guiara al mercado, sin tener idea de lo que allí iba a recibir.



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En el texto hay: gato, batallas, magia

Editado: 03.11.2025

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