Apenas recordaba la última vez que se podía caminar por la tierra, sin el terror de ser devorados por una de las bestias que habían acechado y destruido más ciudades de la que se creía al principio de la nefasta guerra. En algunas ciudades principales, como Cassan, aún no habían llegado, pero no faltaba mucho para que lo hicieran. Y mientras eso llegara a pasar, necesitaba encontrar al culpable de la muerte de mi compañero, Julián. Juntos habíamos hecho un buen equipo, atrapando a los delincuentes, aquellos que osaban infringir nuestra ley y luego nos íbamos a festejar. Sin embargo, llegó un día en que todo cambió, cuando un disparo desde la distancia, traspasó su cabeza, partiéndola en dos como si de una sandía se tratara.
Era un sábado por la noche, estaba esperando en la larga fila en frente de un club clandestino. El asesino de Julián estaba adentro, revolviéndose entre todos los demás cuerpos danzantes. Miré de reojo a los gorilas recostados en las dobles puertas de acero. Sus brazos llenos de tatuajes, sus cabezas rapadas, sus ojos que observaban con desagrado a todos los que se intentaban pasar a escondidas.
Cuando por fin logré entrar dentro del club, el olor a humo me invadió las fosas nasales, pero lo disimulé con rapidez, moviéndome, imitando a las masas de cuerpos que danzaban de una manera muy enloquecida. Las luces parpadeaban interminables de un lado a otro, haciendo que se me fuera un tanto difícil ver con claridad las caras de las personas que me rodeaban.
Me acerqué al bar y me senté en un alto taburete, pedí una bebida al barman, que me miró entrecerrando los ojos, como si intentara adivinar mi edad, luego me entregó una copa con un líquido azul claro que burbujeaba. La miré desconfiada primero antes de llegar a rozar apenas mis labios con un poco del fluido burbujeante, no estaba dispuesta a beberme una sustancia ilegal y mucho menos cuando se supone, estaba tras un asesino.
Alizé mi falda sobre mi regazo sintiéndome fuera de lugar, maldito sea aquel malnacido de Ernesto, por su culpa tuve que ponerme un vestido. No podía entrar en un club vestida con el uniforme formal de un oficial de servicio, al menos no cuando estaba trabajando encubierta. Tenía que aparentar ser una chica común y corriente, una con un bonito vestido de color rojo suelto que le llegaba por encima de la rodilla. Sin mencionar los zapatos negros con tacones, no tan altos, pero en fin, eran tacones.
Me volteé en el taburete y barrí con la vista a las personas que se movían con violencia al ritmo de la música, miré sin pestañear deseando poder encontrar a Ernesto Camacho antes de que se escabullera entre las sombras una vez más. Cuando estaba a punto de voltear hacia mi bebida y fingir interés por esta, vi su cabello rubio meciéndose al ritmo de la música, su cabeza se sacudía hacia arriba una y otra vez como si luchara contra un río invisible.
Camacho continuó bailando un poco más como si fuese su último baile, antes de voltearse en mi dirección y abrir los ojos, apenas una rendija antes de fijarlos hacia mí. Por la forma en que los abrió, podría jurar que me reconoció. Observó de un lado a otro intentando localizar a los demás agentes.
Le devolví la mirada y sonreí al notar que estaba nervioso, él se volteó y se mezcló con los demás bailarines, estaba segura de que trataba de huir por la puerta trasera, de manera que lo seguí, chocando con varios cuerpos en el camino, recibiendo varios codazos y muchas palabrotas que ignoré mientras seguía avanzando a empujones. Si no me apresuraba lo iba a perder de vista otra vez. Apenas logré ver un último destello de su rubia cabellera que pasaba por la puerta antes de ser cerrada.
Corrí hasta la puerta y la abrí de una patada, salí a la oscuridad de la noche y me quedé parada ¿a dónde diablos se habrá metido? Esa oscuridad no me gustaba, no me dejaba ver nada.
Saqué el arma oculta en una funda en mi muslo derecho, la levanté y apunté hacia delante sabiendo que era un gesto inútil, si tan solo me hubiera arriesgado a traer una linterna conmigo. La oscuridad que me rodeaba no me dejaba ver ni dos metros más allá de mis narices. Un pensamiento cruzó por mi mente en ese momento “se me iba a escapar”.
A mí alrededor no se oía ningún sonido, a excepción de mi acelerada respiración y el rápido latido de mi corazón. Tres meses siguiéndole la pista, y cuando al fin estaba segura de que podría atraparlo por el asesinato de Julián, lo perdía de vista.
Choqué con algo, lo pateé a un lado y seguí caminando en el callejón. El fuerte olor a basura me invadió la nariz en un santiamén, podía oler algo distinto también, como si algo se estuviera descomponiendo no muy lejos de allí. Lo ignoré y seguí caminando con paso firme.
Tenía un objetivo en mente y necesitaba cumplirlo.
Las nubes que habían estado tapando la luna todo el tiempo se corrieron en ese momento, descubriéndola por completo y permitiendo que parte del callejón quedara iluminado. Ernesto estaba de pie veinte metros hacia adelante. Su espalda ascendía y descendía, mientras respiraba de forma acelerada. Estaba viendo hacia la salida del callejón.
— ¡Quieto! —grité, levantando el arma en su dirección, la sujeté firme con las dos manos, apuntando hacia su espalda.
Ernesto siguió allí de pie sin siquiera oírme, concentrado viendo hacia el frente.
Me acerqué despacio sin dejar de apuntarle. Caminé unos pasos y me detuve, mi instinto me decía que no continuara, que algo no andaba bien, una sensación extraña me recorrió el cuerpo entero y sentí frío. Algo estaba mal, terriblemente mal. Estaba a punto de gritarle que se volteara cuando una cosa atravesó su pecho y traspasó su espalda. Abrí los ojos de asombro, el arma casi se me cayó de las manos.
Editado: 30.11.2023