Recibimos un importante aviso de que avistaron a un grupo de Mourdas que habían sido capaces de violar de alguna manera, un perímetro del muro que rodeaba toda la ciudad de Cassan y que, deambulaban cerca de un gran depósito al norte de la ciudad. Después de prepararnos, asistimos lo más rápido posible al llamado, bajando con suma rapidez de la camioneta blindada y para lanzarnos a cumplir nuestro deber. Éramos un grupo de quince hombres.
Corrimos sin hacer ruido, gracias al entrenamiento difícil y doloroso que recibimos, nuestros cuerpos se volvieron más ágiles y fuertes. Éramos como súper soldados, usando armas medievales.
El Maestro de Armas de la organización, las construyó de tal forma que eran las únicas que podían destruir a las bestias, cuyas corazas eran difíciles de atravesar por el armamento de los humanos.
Los Mourdas siempre salían en pequeños grupos para cazar. Esa vez, sin embargo, se dirigían al Norte de Cassan. Era la primera vez que se acercaban a esa ciudad y se arriesgaban de ese modo. Por lo general no actuaban de una forma tan precipitada, al menos no desde la segunda vez que vinieron y notaron que nuestras ciudades estaban protegidas. Desde entonces se mantenían siempre al margen acechando los alrededores, cazando a los Desertores.
— ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —Nos gritó nuestro líder del grupo, Sïnair.
Todos corrimos hacia el depósito ubicado en la calle Grand. La abrimos cubriéndonos en el proceso.
Sujetaba con fuerza la lanza en mis manos, deseando usarla muy pronto. Mis compañeros también deseaban hacer lo mismo. Debido a que todos habíamos sido entrenados específicamente para ello.
Apenas recordaba aquel humano que había sido en tiempos lejanos, antes de que todo el mundo fuese atacado por las primeras criaturas, que aparecieron tras una densa niebla oscura que se formó de la nada. Desde ese momento, todo comenzó a cambiar. Todos los grandes países y las naciones más poderosas comenzaron a defenderse usando todos los armamentos que poseían, pero cuando no lo pudieron lograr, intentaron unir fuerzas con los países vecinos. Pero el enemigo era mucho más fuerte, y poco a poco, fueron acabando con la mayoría de las ciudades principales. Sólo quedaron aquellas ciudades, cuyos habitantes se unieron para formar nuevas sociedades, con nuevos nombres y culturas. Altos muros fueron construidos a sus alrededores, como último método de esperanza para mantener sus vidas a salvo de aquellos que los asechaban en la oscuridad.
Desde el primer ataque devastador, donde millones de vidas fueron perdidas en diversos puntos del mundo. Un día como por arte de magia, esas criaturas bautizadas como “Mourdas” y “Cola Anillada” desaparecieron. Ese día, todo el mundo lloró de alegría y dolor por aquellos que habían caído. Todos vistieron de negro por respeto a los millones de almas de los muertos, cuyos cadáveres se hallaban bajo los escombros de las antiguas ciudades.
Después de aquellos días oscuros, muchos comenzaron a creer y tener fe en Dios y en el castigo que había enviado para limpiar los pecados del hombre. Una nueva religión nació para salvar las almas de los que habían llegado a sobrevivido al Juicio Final.
Solamente hubo una organización oculta a los ojos de la mayoría de los hombres del mundo, que no dejó de creer en que un día esas criaturas volverían. Es por esa misma razón, que tomaron a todos los mejores soldados de diferentes nacionalidades que lograron sobrevivir al primer ataque, y los secuestraron. Llevándolos a todos al centro de su base central situado en algún lugar desconocido y encerrándolos en miles de compartimientos separados. Casi nadie recuerda lo que pasó después. Sin embargo, todos concuerdan que cuando volvieron a abrir los ojos, ya no eran los mismos. Sus cuerpos eran más fuertes y pesados. Poseían destrezas incomparables en el combate. Sus sentidos se volvieron más desarrollados.
Cuando se miraron en una superficie reflectante, sus miradas eran de horror. Sus cuerpo tan diferentes a como eran en un principio, subieron de estatura, sus músculos habían crecido mucho, sus rostros se alargaron un poco, sus rasgados ojos con las iris oblicuas como los felinos. Aunque de alguna manera seguían teniendo algunas apariencias como los humanos, no lo eran, eran soldados convertidos en híbridos.
Sus entrenamientos fueron arduos y cansados, más no tenían tiempo para descansar. Las consecuencias de la rebeldía y desobediencia eran muy brutales. Sus cuerpos ya no les pertenecían a ellos sino a aquellos tiranos que los dominaban.
Luego de casi cien años, esas criaturas volvieron a surgir detrás de la neblina oscura que traían consigo. Lo que no esperaban, era que esa vez sí estábamos preparados para defender nuestros hogares y nuestra nación Okirîs. Ya no les sería fácil volver a destruir nuestro mundo.
Miré al grupo de Mourdas reunidos en el galpón, sus fríos ojos rojos mirándonos con atención: la parte superior de su cuerpo, aquella que poseía una cierta semejanza a los hombres y que estaba cubierta de una capa rugosa que los protegía. Sus manos terminaban en unas grandes y gruesas pinzas, más resistentes que el acero mismo. Sus patas tenían cientos de picos punzantes como pequeñas sierras. En lugar de cabellos, gruesas y largas protuberancias eran elevadas y trenzadas entre sí, coronando sus cabezas como si fuesen reyes de la oscuridad, en ciertas ocasiones inclusive cuando peleaban entre sí, servían como armas.
Aquellas criaturas frente a nosotros lanzaron un chillido colectivo antes de separarse para luego correr en diferentes direcciones, atravesando las paredes, dejándolas perforadas.
Editado: 30.11.2023