Crónica de los Guardianes I

Samarael

Los gritos y maldiciones de Krävor se escuchaban incluso desde afuera de la caverna. Después de haberlo recogido de aquel callejón, iba a matarlo para aliviar su dolor. Pero había algo en la angustiada mirada de aquella mujer, que me hizo dudar si dejarlo morir o no.

—Tal vez, sólo tal vez, aquella entidad a la que llamaban Dios, se apiade de su miserable alma —susurré para mí mismo.

Me hallaba parado, observando hacia el mar de arena que cubría parte de la ruina, que alguna vez había formado parte de una de las más grandes ciudades del Viejo Mundo.

Tres bestias atacaron nuestro mundo una y otra vez y por poco casi lo catapultaron, con esa nueva aparición, probablemente sea la extinción de la humanidad.

Muchos decían que los Mourdas y Cola Anillada fueron los únicos que comenzaron la Aniquilación, pero yo Samarael, sabía muy bien lo que había visto.

50 años antes…

— ¡Samuel! —Escuché una voz que me llamaba desde alguna parte en la distancia—. ¡Samuel! ¡Despierta! —Vuelven a gritar, antes de que sintiera un fuerte golpe en la mejilla izquierda.

Mis párpados pesaban mucho, apenas logré entreabrirlos unos segundos antes de que me golpearan con fuerza dos veces el rostro, haciéndome abrir los ojos con rapidez.

— ¿Qué sucede? —Pregunté con voz pastosa y cansada ¿Por qué tenía tanto sueño?

Un líquido caliente y espeso corría por mi frente, pasé la mano por ella para descubrir con sorpresa que era sangre. Intenté levantarme rápido, pero algo me lo impidió al tiempo que un fuerte dolor me atravesó el cuerpo entero. Observé con atención la mano en mi pecho, presionando para que vuelva a acostarme. Le di un manotazo para luego quedar en shock.

—No. Puede. Ser —dije, mirando los dos troncos que tenía como muslos. Mis piernas ya no estaban, en su lugar, había vendas manchadas con sangre que envolvían con firmeza mis muslos o lo que queda de ellos.

—Tranquilo. No te muevas —dijo Eric presionando mi pecho.

Nunca más volvería a caminar.

—Estoy muerto —susurré con la voz quebrada, sin mis piernas no sabía qué hacer. Era un soldado… lo era.

—Tranquilízate, te pondremos una ortopédica.

— ¿Por qué no te lo pones tú? —Pregunté enojado—. Ah claro, no fue a ti a quien dejaron sin piernas.

—No… pero mataron a toda mi familia.

—A mí qué me importa tu estúpida… —mi voz se apagó al escuchar unos gritos y rugidos provenientes de afuera de nuestra carpa.

Unas largas garras rompieron la parte de enfrente de nuestra tienda, dejando a la vista el caos que había en el exterior.

—Se supone que estos bastardos no andan de día —susurró asustado Eric. En sus manos había un arma apuntando hacia la bestia, cuya enorme cabeza apareció frente a nosotros. Sus fríos ojos amarillos, mirándonos con fijeza, antes de abrir la boca y mostrarnos sus largos y afilados dientes. Eric disparó pero las balas no le hacían nada, ni siquiera traspasaron las duras espinas que tenía como pelos.

La bestia abrió sus fauces y arrancó la cabeza de Eric de un cuajo, haciendo que su cuerpo cayera al suelo como si fuese un trapo.

Miré esos endemoniados ojos a centímetros de los míos. Nunca había visto nada igual. Estaba aterrado, congelado en mi lugar sin saber lo que iba a hacer, estaba claro que iba a morir igual o incluso peor que Eric. 

El Cola Anillada abrió la boca y enterró sus dientes en mi hombro derecho casi destrozándolo por completo. El horrible dolor que sentí después fue tan desgarrador que abrí la boca para gritar, pero el grito se había quedado atrapado en mi garganta. La bestia tras observarme por última vez, volteó y se fue, dejándome destrozado, mirando hacia la nada.

“Voy a morir”, es lo único que pensé antes de que todo se volviera negro.

No sabía cuánto tiempo pasó después, hasta que empecé a sentir cómo mi cuerpo empezó a convulsionar, no logré hacer que se detenga, ya no tenía control de mí mismo. Un grito se escapó de mi boca, desgarrándome la garganta.

“No quiero morir ¡Dios!”, supliqué en silencio.

Cuando volví a tomar consciencia de mí mismo, no tenía ni idea de a dónde me encontraba. Todo estaba oscuro y olía a humedad. Toqué el lugar donde antes estaban mis piernas y me quedé sin palabras, anonadado. Las había perdido y sin embargo las estaba tocando en ese momento ¿pero entonces?

Una puerta se abrió frente a mí, dejando entrar claridad, cosa que irritaba mucho mis ojos, los cubrí con rapidez colocando un brazo frente a mi rostro. Una figura encapuchada apareció, bloqueándome la luminosidad. Lo miré fijo: un hombre alto, cubierto por una capa oscura, su rostro oculto por la sombra de ésta. Dos criaturas más se acercaron a la primera y juntos me guiaron por un largo pasillo con puertas a cada lado, donde se podía escuchar los gritos y gemidos detrás de cada puerta. Delante de cada una, había un pequeño cartel de chapa plateada, cada uno con un número y signo diferente. Volteé la cabeza para ver que en la puerta donde me encontraba, al final del pasillo, tenía escrito “XJ37”.

Uno de los encapuchados me empujó para que me apresurara. Cerré los ojos con fuerza un momento aguantando el enojo y los seguí hasta llegar a la puerta. Mis acompañantes escribieron un código en la pantalla junto a la enorme puerta de acero, y cuando las dobles hojas empezaron a abrirse, lo que vi del otro lado me dejó con la boca abierta, sorprendido. Altas figuras cubiertas de negro caminaban ataviados de un lado a otro con cuadernos y cilindros pequeños (parecidos a los pergaminos) que despedían una débil luz.



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En el texto hay: accion, bestias, guerreros

Editado: 30.11.2023

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