— ¡Maldita Stark! —grité tirando de un manotazo, todas las cosas sobre mi escritorio, esparciéndolas sobre el suelo.
Estaba enojado, esa mujer no tenía que haberse metido.
— ¡Cálmate Sean! —Me reproché, pasando una mano por mi cabello, desordenándolo—. Tú mismo fuiste quien le dijo sobre el soldado en el callejón y su estúpida lanza… ahora por tu culpa, sabe que algo pasó hace doscientos años ¡Maldita sea!
Tomé el teléfono que estaba en el suelo y marqué el primer número que tenía en la agenda, el número del sargento Manganeto.
—Manganeto —respondió al tercer timbrazo.
Quiero que mandes a tus mejores hombres allá afuera y me traigan, así sea de los pelos a Stark —rugí.
— ¿Acaso has perdido la cabeza Sean? No puedo simplemente mandar a unos hombres a morir fuera del muro a manos de las bestias, sólo porque quieres tener en tus manos a una ex agente, sin mencionar que es una desertora.
—Escúchame muy bien Manganeto —grité perdiendo los estribos—. Esa mujer tiene algo en ella que hace que mis sentidos estén alerta. Estoy seguro que es capaz de encontrar la fortaleza de los Creen al Noreste.
—Si eso llegara a ocurrir la matarán, antes incluso de que llegue a la puerta. Eso, si las bestias no la encuentran antes.
—Algo me dice que ella será nuestra perdición.
—Cálmate Sean.
—Me calmaré cuando envíes a esos estúpidos hombres tuyos a buscarla y me la traigan frente a mí —escupí—. Que no se te olvide que sé cosas de ti y no te gustará que abra la boca y no estés allí para detenerla.
Tenía un mal presentimiento y la responsable era Stark. Esa maldita mujer había descubierto algo, estaba casi seguro. Además, era la primera ciudadana que se había arriesgado a salir fuera del muro, aun sabiendo el peligro que conllevaba dicha acción.
Si no conseguía noticias suyas pronto, no tendría más opciones que contactar con los demás Científicos que estaban fuera de la ciudad. Tal vez ellos sabían cómo detenerla, no por nada éramos llamados los Creen.
—Ojalá te mate un Mourdas —susurré enojado.
Editado: 30.11.2023