Crónica de un amor delirante

Día 1

 Sé por qué están aquí, vienen a tratar de comprender porque lo hice, pero más es la necesidad que los atrae hasta el frío desconsuelo entre estas rejas poemas de esta sangre con que salpicaron sus páginas, columna tras columna y palabras sobre palabras; de frescas nuevas al nutrido el relato que los mozalbetes vocifere harán mañana en las esquinas haciendo el pregón de sus absurdas papeletas. Se aprovecharán una vez más de mi historia, de los hechos que mi vida desgraciada como cuentas que se  agrupan sobre un hilo para formar una pieza de aprecio;  mas para ustedes, viles perseguidores de la atención pública, carroñeros de la peor providencia, aquí les tengo de nuevo para descarnar lo que queda de este cadáver, ávidos de la carne putrefacta que a las masas venderán como el mejor manjar,  se esforzaran en traspapelar mis conceptos y destilar la conveniencia de acuerdo a la ventaja de convertirme en un monstruo.

Peor peor para ustedes será tal anhelo tendencioso,  el querer manipular mi imagen y hacerme la diana de los detractores, por cuanto hecho y habrán de lanzarme al aceite caliente del caldero juzgando las pruebas de mis pasiones ensombrecidas, ustedes fabricaran la cruz y a las masas me arrojaran imitando a Poncio Pilatos. Peor para ustedes funcionan las maquinaciones que tenderán el manto rojo sobre mi espalda por los azotes de la opinión de los cautivos de sus propias medidas,  sobre reglas confusas dignas de una mirada distante, ciegos  hacedores de imaginación activa, también ignoran que la muerte le profesan aún ser carente de vida, vapuleando el triste resto que se columpia de la cuerda al cuello.

Porque sé bien lo que hice, y más importante aún, porque lo hice y guardo la esperanza de que entre tantos exista quien comprenda, sólo a esa persona le permito la estocada final, pues no esperó ni de él obtener el perdón ni la piedad, sólo el saber de que alguien pudo entenderlo y rescatarme de un bulgo plagado de ficciones.  Recién entonces caeré vencido,  murmuraré; "él me ha comprendido,  ella sabe lo que he sentido, han advertido entre las líneas manchadas de sangre que todo fue una muestra del más profundo amor y por eso nunca hubo de arrepentirse de su barbarie".

Siéntense, descansen sus cuerpos y recompongan sus mentes, de buen anfitrión me jactó aunque sea entre estás paredes grises y disculpen que de mayores tentempiés carezcan las reservas de este encierro, de mí mismo ofrezco el aperitivo que sacia su hambre, aunque no es por la carne ni la sangre por lo que han venido, sino a brindar a su provecho con mis lágrimas y sorber los jugos dulces de estás heridas, pasen y sean bienvenidos a la ruina de un hombre. Encuentren el mejor lugar, uno donde puedan acomodar la distorsión de sus semblantes, el oscuro matiz que se ha apoderado de sus rostros y de ellos brota hacia mí una mirada perpleja e inquisidora, pero han oído bien lo que he dicho y esa es la verdad libre de trastornos escépticos que hace de la realidad única un recurso desesperado de redención.

Fue fue una muestra de amor lo que hice, digieran la confusión que le genera y no se aparten de ese conceptos y descubrir el relato así lo desean, pues la mejor verdad nunca es tan solvente en el aire que se respira y es capaz de hacer la saliva espesa como engrudo bajando por la garganta, a veces demasiado sombría a la lógica de los cobardes que retroceden temerosos cuando en la penumbra completa las propias creencias se vuelven seres amorfos y se destilan fuera de sí para volverse una aberración ilusoria que les obliga a volverse sin llegar al final de este pasillo donde se hallan las raíces de la superficialidad con la que terminan por conformarse. Y así sus páginas reventadas de banalidades, recurso de los habladores, se hacen las hojas secas que el otoño arrancar los árboles afligidos y errantes vuelan al viento para ser desechadas como basura.

Pero al final de este túnel yo los espero con calma para iluminar a los valientes después de una galería de horrores detrás de cuyos cristales encierra una parte de mí mismo, como una colección de fenómenos y niños deformes alimentando el espectáculo de su desgracia, son las partes arrancadas y catalogadas de mis años, fragmentos de mi vida, pedazos de un cristal desmenuzado lentamente. Deleitense con la función si la soportan, sólo así llegarán hasta mí y a la verdad que nadie conoce.

No no reniego de este diminuto espacio que a ustedes puede resultar tortuoso, no resulta tan diferente a  cuánto soy, de lo que es sido toda mi vida, estoy aquí encerrado mas no es la muerte que con mis manos tuve por consumar lo que ajusta a mi alrededor los barrotes, aquí fui conducido para pagar el precio de mis propias palabras, tan férreas y frías como estos hierros, hasta los más duros pueden quebrarse con facilidad, la carencia de humildad precipita sus fisuras y el hielo hace estragos en su flaqueza hasta que llega ese golpe, el último, el que lo embiste y no puede resistir. Cuán símil son las cualidades de las palabras y de los principios a un metal cubierto de grietas, sin saberlo hueco y destinado a sucumbir, a obrado sobre mí cuántas cosas en el tiempo de dicho y pensado, censurado, a mi ha vuelto el soplo de mi propia indolencia para helarme hasta la médula y con un revés escarmentarme para demoler la falsa imagen que protegía un ser infame y resentido.

Son como rocas que se escupen, siempre las palabras lo son, cuanto representaba mis repruebos, una catapulta que lanzaba hacia estos y aquellos, fue la soberbia quien puso el cañón en cero grados hacia el cielo para volverse sobre mí como una lluvia de fuego y estacas puntiagudas que ahora hacen las rejas de este reclusorio donde sufro la horca de mi propia lengua de filo inclemente. Pero lo acepto, este es mi castigo a mi falta de sentido, a la insensatez de mi estricto juicio, atrapado en la cosecha plagada por las semillas de mi propia necedad.

No lamento estar aquí, considero justo el veredicto a la crueldad del verdugo que alguna vez fui como tampoco lamento la forma en que la salve de las cadenas de su mismo martirio, y aunque desde las sombras de la noche agolpadas eternamente entre estos muros de concreto y misterio se cuele la conciencia de aquel que con mis manos causé su muerte. Soporto el enfado de su fantasma deforme por su destino, su ira cala hasta el fondo de mis huesos, su rencor me priva de descansar negándome el sueño,  no ha podido y nunca lo hará retractarme de lo que hice. Tenía que morir, sé que era inocente pero su muerte debía darse, por qué su vida arruinaba la de aquella a quien más he amado.



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En el texto hay: tragedia, amor, suspenso

Editado: 20.12.2020

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