Crónica de un amor delirante

Día 8

Cuando supe que me estaba hundiendo en un pantano, el fango me llegaba al cuello y aun así seguía riendo embobado de fantasías absurdas y embelezado por una realidad que no existía sino en mi cabeza; persiguiendo fantasmas y abrazando ilusiones como el más iluso de los poetas que sale por las noches a pescar luciérnagas, y les podría sonar extraño que más próximo a nuestra época y a esta reclusión consecuente de tamaño desarrollo de raíces lejanas, semilla de una infancia complicada, de nuevo convergieran estas aristas en mi sentir por Juli como si se tratara de una macabra repetición. De un plagio donde solo habría de ser diferente el nombre de la protagonista en cuestión y yo enfrente de una pantalla disfrutando del engaño de un estreno que a tiempo descubrí fraudulento; me contemplé la espalda propia, me encontré recorriendo el mismo camino costeado de flores venenosas hacia un barranco donde se consumaría mi juicio, un error que no quería repetir aunque el producto fuera el mismo, no quise renovar el peso del silencio sobre los hombros a pesar de que en vano el esfuerzo fuera, no deseaba el ardor de un nuevo arrepentimiento.

Ahora solo me queda la especulación, una letal duda al resultado de habérselo dicho aunque escasas fueran las posibilidades, aunque fuera ya tarde y su corazón perteneciera a otro, ningún cargo hubiera tenido sobre Lia saber cuánto la amaba, que era mi todo, tantas cosas que al cabo quedaron en mí atrapadas para liberarse sobre la persona incorrecta. Pero mi estigma me hizo callar y tanta dulzura reprimida pervirtió mi estampa tornándome de una laca sucia de fútil melancolía que tan solo logró alejarla de mí echando a perder la amistad que nos teníamos, la que entre nosotros tanto celebraba y a lo que me aferraba como el recurso para estar a su lado como una sombra dejándome pisar en cada uno de sus pasos esperando que se diera cuenta de lo que sentía por ella sin la necesidad de decirlo. Pero Lia miraba a otro y mi apego me impidió retirarme prefiriendo el dolor a la distancia.

El chico del que estaba enamorada, llamado Diego, para peor de males compartíamos la misma aula aun siendo mayo que yo, repitió y se incorporó a nuestro grupo cuando cursábamos tercer año y se graduó conmigo y los otros quince que formábamos el último título de lo que era la antigua escuela técnica antes que el instituto fuera alcanzado por la precariedad de un sistema mediocre y displicente, mantenemos la honra de una época extinta que se consumía con nosotros a la par de las generaciones a las que Lia pertenecía como un último resabio de lo que la escuela era y en lo que se transformaría bajo fundamentos totalmente corrompidos.

Al margen la política por la que nos galardonaba en la frontera del cambio, y a poco a esta causa importar las contribuciones propias del deber académico, colemos lo que a este presente mío tanto beneficia al relato y poco favorece a su desenlace nefasto, de esta bicoca que tan cerca por años hube de tener era de quien ella estaba enamorada y le perseguía intentando ganar el espacio vacante a su lado y que al cabo lo hacía a costa de prenderse a sus talones y ser arrastrada hasta ser consentida por cansancio o por ventaja de su entrega incondicional, sea cual fuese el motivo no me importa, mas solo el hecho de ser correspondida. Pero sabemos que lo que se consigue bajo súplica no se obtiene de buen grado, de buena forma lo descubrió siendo ya tarde pero suficiente para despertar en mí un infundado odio.

Era mi compañero y lo apreciaba tanto como a los otros, pero al mismo tiempo lo detestaba profundamente en una inusual paradoja. No era un mal chico, de cuna sencilla y uno de los pocos locales entre los que yo figuraba, solo cuatro propios entre los demás que respondían a localidades cercanas; era delgado y de tez morena, era muy apuesto y simpático, pero no por ello salía del encuadre de un idiota. ¿O quizás era más inteligente de lo que yo creía? ¿Se había dado cuenta de algo que yo no? Nunca me he puesto a desentrañar tal misterio, pensado siquiera hasta ahora, la razón de comportarse así, de una forma tan esquiva y repelente hacia la chica que tras él cayera de rodillas entregada por capricho a las gotas de su aprecio mezquino, incluso ya siendo novios. Tan solo sé que por ello, por su forma cruel de tratarla, me ofendía hondamente y se sorteaba mi rencor más visceral.

Para mí Lia era todo, la razón para despertar cada mañana, para caminar sin pereza las quince cuadras que separaban mi casa de la escuela persiguiendo el anhelo simple de verla otra vez después de un lapso infinito desde la tarde anterior, encontrarla era el motivo de la más pura felicidad aunque tan solo se resumiera a conversar con ella, reír por pavadas sin sentido, darle un beso en la mejilla al recibirnos y también al despedirnos el sello de un nuevo ahogo depresivo por haber dejado pasar un nuevo día sin decirle cuánto la amaba, frenado por la timidez, la vergüenza o por el hecho de pertenecer a otro, por la razón que fuera la alegría se volvía de un profundo desconsuelo que solo se sostenía de la esperanza por volver a verla a la mañana siguiente. Esperando, solo esperando que se diera.  ¿O fue ella la que no quiso entenderlo? ¿Lo sabía pero prefirió rechazarme de antemano y en las mismas claves silenciosas que yo utilizaba? Solo me hubiera costado decirlo, que lo oyera de mi voz y no esperar que lo dedujera de mis señales, de mi boca y no de las cartas que nos mandábamos como dos niños tontos.

Así es aunque no lo crean, nos escribíamos cartas todas las semanas, cartas que ya no existen pues en el fuego hubieron de caer cuando el tiempo puso fin a esta rara aventura, en un brote de desprecio volví jirones cuanto alguna vez fue mi tesoro y sepan cuánto lamento haberlo hecho, mucho habrían de servir ahora para tener la prueba de mi palabra o de que alguna vez alguien me quiso, ahora solo es un arte que sobrevive en mi corazón y en mi recuerdo destinado a perecer junto a este cuerpo abandonado y maltrecho; mas fue necesario en su momento desembarazarme de ellas como una forma de sacarla de mí, de cortar con la malsana historia y reafirmar la distancia que de por sí nos separaba, tan solo guardé la primera de ellas, su regalo para el día que celebraba nuestra verdadera relación, en el arcón de los sueños rotos cuyos años han cubierto de sus eyaculaciones. Lo guardé solo por ello, para recordar qué fuimos más allá de mis fantasías, que solo fuimos mejores amigos, que eso tan solo fui para ella a pesar de las palabras que en las llamas hubieron de perecer.



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En el texto hay: tragedia, amor, suspenso

Editado: 20.12.2020

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