Crónica de un amor delirante

Día 9

Quizás estuviera satisfecha, pero yo no lo estaría y dejaría que se volviera a vestir otra vez para tener de nuevo el placer de desnudarla; protestaría pero no me importaría, la aprisionaría contra los azulejos y oyendo a alguna alumna, tan vez compañera suya entrando en el cuarto, detrás de la puerta yo te estaría sometiendo aun más fuerte que antes. “Soy más pervertido de lo que tú supusiste y teniéndote de espaldas lo averiguarás”, le susurraría al oído y le mostraría un gozo que nunca había tenido. Desde afuera del cubículo se escucharían sus gemidos causados por su descubrimiento; “no debiste subestimarme, pequeña zorra, de esto te acordarás cuando las matemáticas no te sean más importantes que lenguaje y en tu silla al profesor no logres prestar atención recordando esta sensación deseando por más”. Supongo que la gentileza hace en uno la apariencia de alguien incapaz de esta clase de pensamientos, pero tarde concluí que de haberme comportado así me hubiera visto de la forma justa en que yo esperaba.

¿Sorprendida Lia? Ojala leas esto algún día y veas por fin que poca inocencia hay en mí a la sombra de la emotividad que preferí demostrarte y de la que solo te dejaste convencer, nunca contemplaste la posibilidad de que detrás de tu atento amigo se escondía tamaña fogosidad, que por los pasillos y salones te imaginaba caminando desnuda y sobre una cama paseando tu cuerpo palmo a palmo hasta acariciar cada una de tus células, pero sacudiendo la cabeza alejaba esos pensamientos que no se ajustaban a la grandiosidad de mis sentimientos por ti, resultaba obsceno e insultante corromper tu estampa adorada en la evocación de una masturbación inspirada, significaba faltarte el respeto aunque fuera en el secreto de los párpados cerrados porque te amaba de verdad y tanto más deseaba de ti lo mismo que hurgar famélico en cada una de tus cavidades donde se resumía la culminación de un amor bien intencionado.

Pero no logré enamorarte, lo mejor de mí no fue suficiente, nunca te fue motivo de atracción. A cambio optaste por ese boludo que carecía por ti cuanto a mí me sobraba, perseguiste a quien te hacía sufrir, a quien te consideraba un número, una más del montón, a quien te hacía llorar. No te culpo sin embargo; el corazón siempre tira más fuerte que la razón, pero el precio fue la misma apuesta por la que terminaste perdiendo todo, solo el dolor fue tu recompensa. No me alegro por ello aunque a veces sienta que lo tienes por bien merecido.

En mis cartas tantas veces traté de advertirle, de la forma más sutil que pude para no sumar en los malos momentos que a veces pasaba por culpa de este extraño amor que sentía por Diego, como ya he dicho, me descorazonaba verla tan triste, y colaborar en su estado con el embiste de una verdad tenía el amargo valor de una traición. Nunca podría hacerlo aunque a veces lo deseaba, pero Lia venía a mí buscando contención, abrigo a su desconsuelo, un abrazo y un oído que la oyera, tan frágil y vulnerable que el impacto la destrozaría, la devastaría si la señalaba y la acusaba de estar doliendo un capricho, también es el derecho de un buen amigo y ya que como tal me consideraba, de ello podría aprovecharme para darle un par de bofetadas y hacerle entender que si sufría nadie cargaba la responsabilidad que ella misma por dejarse tratar de esa forma.

Todos lloramos una herida, pero el fuego no es culpable de quien ponga la mano sobre él, castigará a imprudencia con el vigor de su esencia y basta una vez para hacer de esto la enseñanza para que sean respetadas sus virtudes inclementes; o es la punta aguda de una aguja, es de cuidado su manejo y de esto bien advierte aguijoneando el descuido de su uno displicente, mas solo depende del sentido común para ser ignorada la primera lección y de nuevo cometer el error de comprobar su potencial indiferencia al dolor ajeno. Y Lia a diario se desayunaba un pastel de agujas y una raza de fuego líquido que al finalizar el día la sometía a una cáustica digestión, presumo cuánto padecía porque de la misma forma yo lo hacía por ella y contra Diego destilaba horrores por negarle cuanto yo abiertamente le cedía sin conseguir su mirada, con él teniendo lo que yo tanto anhelaba tener y no podía sin importar qué hiciera, sin esfuerzo y por malos embrujos arrebatándola de mí así confeccionándose una especie de triángulo siniestro enlazado de nervios inflamados y ansias reprimidas que nos condenaba a todos a un absurdo capricho de tóxicos efectos.

Pero el infeliz se libró airoso del conflicto aunque en el futuro encontraría la recompensa de lo que había causado y fue la misma Lia quien hubo de contarme de tal caída con cierto gozo, valga decir, llena de despecho por las desgracias en la que había caído cuando la sumatoria de errores le alcanzaron para ajusticiarlo bajo un yugo implacable, no fue para mí pero para ella resultó en el escarmiento por lo que le había hecho. Desamores y traiciones, una tragedia familiar, el karma le había concedido la venganza que alivia los rencores. Pero entre mis dedos quedó adormecido el mensaje que le hacía entender quien tenía la culpa por lo que aquellos días había pasado, letras crearon el barrido de sus regodeos, un clic hubiera bastado el equilibrio contra su absurda complacencia, fue correcto el que hacia atrás devolvía la pantalla en blanco, de nada servía ya aplastar su cabeza con la verdad, más me dejaba por ridículo que por justiciero, que siguiera siendo feliz con su ignorancia.

Como ya antes he dicho, Diego no era un mal chico, lo conocía desde antes que Lia lo hiciera y puedo dar buena fe de ello a pesar de que más allá del límite de la escuela no compartiéramos ninguna vivencia, el entorno del aula y los años unidos bajo un fin común alcanzan para dar la nota de lo que digo y hacer un justo perfil de él sin dejarme apasionar por el rencor que más tarde le rendiría bajo mis efectos de un amor no correspondido. Y entiendo por qué se sintió atraída por él siendo tan sereno, de armónica complexión y un carácter más adulto que el resto, algo distante y levemente orgulloso, lo hacían un buen prospecto a la elección pero como a ella también a tantas otras que a este relato poco logro aportar, solo un par de nombres que mención aquí en nada influye ni importancia al fenómeno agrega, de la misma forma lo pretendían, se morían por tenerlo engarzado entre sus piernas y para un hombre el número de solicitudes se transmuta en el tamaño de su pene en una acumulación de egocentrismo elevándolo muy noble sobre el suelo que pisa, la engrandece desde la miseria y le otorga un porte soberbio en el arrastre de sus trofeos, cotizándose muy caro y con distinguida jerarquía para la elección entre su séquito, la demanda ajusta el precio y se vanagloriaba de ostentar un viril encanto.



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En el texto hay: tragedia, amor, suspenso

Editado: 20.12.2020

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