Crónica de un amor delirante

Día 14

Llegó el amanecer, un acosador sol de verano, el ritual había terminado y en medio del salón vomitado de excesos me descubrí el único que aun permanecía allí entre las ascuas de una celebración concluida, ya todos se había ido y de rostros desconocidos me despedí para enfrentar el amanecer descolorido, la claridad del exterior me hería los ojos cansados por las lágrimas y la ausencia, ahogué un suspiro, desde allí comenzaba un nuevo camino de cancones pasadas de moda frente a ritmos desarticulados que bombardeaban mis oídos y aturdían mi cerebro, ciego por la virtud de un astro traidor, volví a mi casa y me dejé caer en la cama con la agria certeza de una derrota, de que lo había perdido todo, el último de una especie extinta, al despertar rodeado por una extensión de campo como un símbolo millonésimo de aguda desesperanza, una cáscara de nuez flotando en el mar, el punto de partida, bandera a cuadros para una marioneta hecha de cañas secas, no recuerdo nada de aquellos días posteriores al fatal desmembramiento de mi yo conocido.

La ciudad se volvió tan extraña desde entonces, llena de lugares desconocidos y de fantasmas cuchicheando traviesos en los sitios antes frecuentados, voces reconocibles que tentaban la debilidad del desasosiego reinante, rincones donde se amotinaban los placeres de una Eris macabra controlando siluetas que se esfuman al brillo de un entusiasmo repentino, no hay allí más que una corroboración infeliz de la realidad, un muro, una perta cerrada hacia un pasado deseado donde estaban aquellas personas que hoy hacen las piezas faltantes de un puzzle mutilado. Espacios vacíos por donde se desmorona el resto de un crudo paisaje en decadencia, todos mis amigos habían desaparecido, imposible detallar cada paso dado en la solitud de aquellas tardes como una cadencia de sucesos nebulosos, mas fresco aun retengo el sentir de aquellas marchas indecisas por las arterias desiertas de miradas, desconocidos atravesándome cuan espíritu evasivo del purgatorio que vaga sin hallar la salida hacia ese plano donde se encuentra el alivio de un descanso perpetuo y lleno de armonía.

Poco a poco fue reapareciendo aquella nueva piel que recubriera mi cuerpo desnudo e indefenso, engendro desollado y en carne exánime, la brisa hacía arder la palpitante masa devorada de la angustia de una renovación negada, tardó esa herida sangrante en recomponerse de su brusca mutación, una especie de hipnosis me aísla de esos tiempos, segmento borroso de la memoria acosada, como ojos que se cierran al recibir el choque del aire a bordo de los giros veloces de un avance precipitado, ninguna importancia tiene para ustedes tan pobre beneficio a su intelecto si picado de curiosidad a estas retentivas que hasta aquí los ha retenido sin agobiar la paciencia sedienta del elixir de un sano esparcimiento, curiosidad, como para mí lo fue en esos momentos, telón final de un interludio sombrío e incoherente hacia una secuela más apropiada para el bufón condenado por su insistente persistencia por abrir galerías hasta el oro de una montaña convertida en escombros sin ninguna cuantía.

Nunca creí demasiado en las casualidades, lo reconozco, aquellas que hacen dudar de que a tan simple proeza de una serie de eventos encadenados se deban ciertas intercepciones, error o destino como el encuentro desastroso de dos naves en el vasto espacio sobre nuestras cabezas, libre de obstáculos fulgores de fuego y muerte celebran la calamidad de un encuentro desafortunado, hechos que se alinean con el perfecto atino de la inmediata penetración del promiscuo ojal de una aguja diminuta y el deseo carnal de aquel hilo que con delicado encanto atraviesa sin premura su santidad estática. Casualidades, solo algunas situaciones me resultan  tan burdas de aceptar, una moneda que se halla en el camino, nada es al azar, solo son derivados de una mecánica de finísima ejecución, tan sutil que escapa a los rigores de la razón y crea un colapso, una fisura donde se aloja el antojo, la habilidad de un buen jugador capaz de salvar la partida de la más obtusa providencia, improvisación de lo errático, argumento divergente con un desenlace bien planeado.

Fue cuando conocí a Juli que la mano invisible que controla el as de lo imposible, dedo que dibuja abstracciones vomitivas sobre la arena, apareció y esta noción formó parte de la ecuación que ha convertido mi visión del mundo en la pantalla virtual de un orden matemático, ciencia exacta, un resultado lógico, secuencias informáticas en una constante orgía eyaculando incomprensiones bajo en capricho de una insana coherencia.

Fue su nombre completo, tan limpio y estridente desde el parlante inquieto de la radio, se abrió un portal por el que visualicé en mi pasado y de pronto todo pareció ser una broma, la sorpresa y el encanto, algunas cosas tienen que suceder por regla despótica de ese engendro manipulador que existe por encima de la falsa voluntad del humano y toda su pedante creencia de superioridad, allí estaba ella en el marco de aquel enlace hacia los retratos de antaño, cándida niña sin nombre ni la capacidad de hacer en mis días la mayor importancia. Libre de la sospecha, ambos desconocidos, ese dedo jocoso había tirado entre nosotros una línea, experimento de sus propias cualidades místicas para manosear las piezas de su jugada maestra, la distancia y el tiempo no contravinieron su decisión, tantos años habían pasado y tantos kilómetros no impidieron que aquella unión prevaleciera y revalidara la idea de pertenecer a esta historia bajo la confusión de perecer a una mundana casualidad.

Me remitió su colorido nombre, tan importante para mí fue saberla colega afín a mis pasiones, la nota sobre su logro se hizo extensa en la verborragia irritante de la dueña del aire radial matutino, era primavera y conservo las sensaciones de aquellas horas ya lejanas, la sorpresa, la emoción de un mismo latido compartido por una vocación en la que ambos habíamos reunido el objetivo de la vida, esclavos de la inspiración inquieta y excesiva, adictos creadores de realidades paralelas. Mas aun recuerdo la impaciencia por una autoría que no llegaba, la presentación no alcanzada y una repetición tardía, rabié con ganas los relámpagos de mi impaciencia, golpes furiosos e insultos desaforados, los oídos abiertos de par en par, al recibirla sobre mis tímpanos la exaltación se anestesió como el mejor narcótico, entre dudas sabía de quién se trataba, indirectamente sabía quién era y me causó una extraña fascinación, por esos días cuando tuve mi primer trabajo me convencí de que Julina no era del todo una extraña.



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En el texto hay: tragedia, amor, suspenso

Editado: 20.12.2020

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