Crónica de una noche de discoteca

Crónica de una noche de discoteca

Una jarra empañada, llena de fernet helado, me sirve como papel para escribir las iniciales de su nombre. La tinta son los recuerdos que se niegan a ser olvidados y las letras son como suspiros invisibles en medio de un lugar impuro, impío.

Llegué a la discoteca a las 9:00 de la noche, el lugar está atestado de gente sumergida en su temporal euforia. Vienen conmigo tres amigos quienes tuvieron la gentileza de aceptarme en su grupo para ingresar al club. Un muchacho alto, un joven universitario y una chica apasionada con la moda, componen nuestra pequeña comitiva de prisioneros del mundo en busca de distracción.

El transcurso de la noche marca su ritmo al son de la música electrónica, la gente disfruta del argumento nocturno como si realmente existiera. Ellos bailan, se divierten, ríen, gritan y beben como si nada más en el mundo fuera importante. Desde mi pequeño rincón, en medio del tumulto, me siento como una intrusa en casa ajena, como una extraterrestre lejos de su mundo, como una letra fuera del papel, y voy a la deriva mientras observo a la gente, tratando de no pensar, de no sentir.

En realidad, sólo vine para encontrarme con alguien, ese ser tan especial que amé desde el día que lo conocí. Se trata de un chico amable, pero bastante excéntrico. Su vida es el piano y los recuerdos que hicimos juntos. Vive luchando para destruir su mundo de mentiras y aún busca la forma de retornar a su Aldea de Origen. Recordarlo hace que la incómoda espera valga la pena, y mientras lo espero, escribo sus iniciales en la jarra empañada, como si tratara de detener el tiempo y hacer de cada segundo una obra de arte.

Mientras trazo las letras, me remonto a los días en que ambos éramos felices. Eran días de largos conciertos privados de piano, ambos amábamos tocar y nos turnábamos para hacer al piano cantar. Eran días sin dolor, días simples, días de colegio, días de juventud; aquellos eran nuestros días. Remontarme a aquel tiempo me trae a la memoria la melodía del eterno adagio del amor, una melodía eterna que sólo puede ser interpretada con el corazón, desenmascarada con la sangre y recreada con el Espíritu. Es una música perpetua, importada a este universo desde nuestra Aldea Original. Ya nadie puede oírla, sólo se puede recordarla y anhelar volver a escucharla.

La noche avanza y empieza a sonar ese horrible reguetón que todos adoran bailar y escuchar. Al oírlo siento náuseas que pronto me conducen al baño para vomitar, mas nada sale de mi estómago, sólo aire. Sin más remedio que esperar, regreso a mi rincón y me siento para escuchar la conversación de los amigos que accedieron hacerme compañía. Ellos conversan sobre tonterías bastante banales, debaten sobre la disyuntiva de determinar quien tiene el mejor celular y luego hablan de baratijas mentales que no llego a escuchar bien. Trato de intervenir en la charla, pero soy totalmente ignorada. Son gente amable, pero, quizás, demasiado simple.

Con las horas empiezo a sentir desesperación, mi amado príncipe no llega y hoy me juré a mi misma pedirle perdón por todo el daño que le hice. Las gotas de agua se escurren por la jarra empañada, desfigurando las letras que tracé. Mi angustia pronto se convierte en un mar de dudas y comienzo a pensar sobre las posibilidades negativas de la noche. ¿Qué hago si no viene? ¿Qué hago si no me quiere hablar? ¿Qué hago si no me perdona? ¿Qué hago si siento miedo al verlo?... Nada tiene una respuesta y mientras más pregunto, más me desespero.

Cumbia villera suena por lo alto, grandes turbas de gente simplona se reúne en la pista de baile. Chicas que tratan de provocar el libido de los chicos. Chicos que tratan de convertir a las chicas en sus amantes provisionales. Son personas prisioneras de sus deseos, tratando de satisfacerse con los placebos que ofrece la vida, así hacen su condena soportable. Es cierto, pasé gran parte de mi tiempo haciéndolos sonreír, odio la tristeza y todos merecen reír un poco; y yo fui experta en risas, abrazos y cariños.

Media noche, parece que mi príncipe no vendrá. El humo del cigarro me irritó los ojos y la música fuerte me provocó jaqueca. Además es bastante aburrido estar en una discoteca sin tener a nadie con quien bailar. La gente me ignora, pasa mi presencia por inadvertida y continúa su camino como si estuviera pintada. Sin mentir, ya me acostumbré a la indiferencia de las personas, mis días de ser pianista virtuosa o estrella de los escenarios se terminaron hace años. Incluso estoy privada de hacer reír, dar cariños y abrazar a la gente. Había tomado la decisión de ser olvidada. No quiero que nadie dependa de mí y eso sólo lo lograré si corto toda relación con todos.

Treinta minutos pasada la media noche y sigo sola e ignorada. Mi príncipe parece haberme dejado plantada. Triste y resignada a mi fracaso, me alisto para irme, no me despediré de nadie, estaré mejor en mi cotidiana soledad. De repente, escucho su voz en la cercanía. ¡Mi príncipe había llegado!

Lo primero que hace es sacar un cigarrillo y prenderlo, no pensé que habría adquirido el hábito de fumar. Examina la discoteca con la mirada y se acerca a los amigos quienes me acompañaron, al parecen son conocidos suyos. Los saluda amablemente y viene con ellos hasta nuestra mesa. Él también me ignora, parece que está muy molesto conmigo y se rehúsa a hablarme.



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En el texto hay: tragedia, romance, amor dolor y muerte

Editado: 12.09.2018

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