Crónicas: Atlas de lo incompleto

Sosiego

Solo un paso.

Pero mi valor se diluyó. Sabía que no conseguiría volar, pero, al mismo tiempo, no se sentía como una salida. Mi terror es tan grande que no sé si considerarlo un escape.

¿Pero acaso es mejor vivir en la sombra del desamparo?

Uno que se transformó en mi amada, la cual nunca me ha dejado atrás, a pesar de mis tristezas.

Una musa singular que selló mi vacío por completo, lanzándome al fondo de un álgido infierno, observando un purgatorio que no podré escalar y viendo en la cima el tejado que aspiro algún día a tocar.

Porque el abismo posee un techo que limita un posible cielo, pero, a la par, carece de suelo.

Solo está ella,

esa sombra de cuencas vacías que no despega su “mirada” de mi alma,

y sus murmullos prevalecen allí,

siendo la melodía que acompaña mi eterna caída.

Quiero dar un paso atrás y apartarme del balcón, pero siento cómo me empuja,

motivándome a que encuentre mi descanso,

ya que sabe que mi alma no hallará reposo en el arrecife de sus lágrimas

ni en la ciénaga de sus lamentos.

Quizás me haga falta vigor, como ella dice.

¿Pero por qué me considera débil?

Cuando incluso un hombre como Heracles fue endeble ante sus propios adentros.

¿Qué es la fortaleza?

¿Y por qué parece que siempre represento su carencia?

Un hombre que tenía el poder de alzar montañas,

rescatar a Teseo,

y estrangular a la bestia que habitaba en Nemea...

era un hombre roto.

¿Acaso Orfeo es más débil que él?

Cuando ambos atravesaron el Estigia.

Mientras el héroe impuso su fuerza,

el músico expuso su talento,

deleitando al Aqueronte y a Cerbero para darse paso por el Hades.

Solo estoy divagando.

Retrasando mi momento.

A sabiendas de que también soy carente de talento.

Ninguna musa fue capaz de transformar mi tacto en algo más que solo lástima.

Euterpe fue insuficiente,

y Calíope jamás se le presentó a un joven y trastornado poeta.

O quizás nunca se me acercó por la ausencia de un amor que reciba dichos poemas,

que, al menos para mí, eran más que papel:

eran mi espejo...

mi cristal.

El cual quemé.

Ella me pidió hacerlo.

Fue doloroso ver cómo se...

reducía a ceniza lo único que plasmó mi inexpresión.

Mi falta de contacto ante el amor.

Quizás por eso, el cortejo de la carencia es tan hipnotizante.

Quizás por eso, soy un sucio reo que sigue su oscura y taciturna voluntad.

Quizás por eso, en un principio, parecía una buena idea estar aquí postrado.

¿Pero acaso vale la pena retroceder?

¿Y seguir “avanzando”, pero cayendo al mismo tiempo?

Caminar...

pero no saber en qué dirección.

Vivir por inercia.

Como un barco suelto a mar abierto,

sin rumbo establecido,

sin mapa eficiente,

porque su cartógrafo decidió dejar al barquero a su suerte.

Un cartógrafo con un nombre desconocido,

haciéndose llamar por su apodo.

¿Por qué el todopoderoso y omnipotente deja la vida de un hombre en manos de su tristeza?

Un hombre insuficiente para mantenerse firme ante remo o timón,

incapaz de observar con esperanza la proa de su propio navío.

Le aterra el viaje.

Pero también me aterra quedarme.

O desistir... y ahogarme.

Convivir con mis delirios,

y con el trance de ser besado,

es abrumador.

Y el barullo del silencio es estremecedor.

Tan trepidante, que actúa como el sismo que derrumba todo a mi alrededor.

A veces se siente como explorar profundamente cada círculo del infierno...

pero sin Virgilio,

sin Beatriz.

Una que llegué a admirar desde la distancia,

intentando replicar en papel cada uno de sus cabellos.

Pero este no era merecedor de portar su retrato.

Su mirada es etérea.

Su color café me sumerge en el deseo de rozarla, o al menos...

besarla.

En mi mente, era mi Eurídice,

dándome una razón para atravesar este sucio Averno,

para hallar consuelo en su validación,

en su calor,

y en su afecto por lo imperfecto.

Porque la belleza también puede residir en lo incompleto.

Aquellos que no somos un fantástico Adonis,

también tenemos ese derecho.

También somos bellos.

Ella grita,

implora mi salto,

dice que me alzaré en vuelo y por fin rozaré el cielo.

Y sin previo aviso...

sentí su empujón.

Di un paso hacia adelante y...

me dejé caer.

Nada fantástico puso su mano para frenarme,

haciéndome entender que,

en muchas noches de desesperanza,

tan solo hablaba con un ideal...

no con algo superior.

Y mientras caía,

solo me quedaba agradecer a mi querida soledad,

por ese acompañamiento,

por sus abrazos,

por sus besos.

Mientras todo se apagaba,

y mientras chocaba bruscamente con la brisa,

el amanecer se asomó,

y el alba me rozó con su bello calor.

Solamente quedó el...

silencio,

mientras la Ausencia aplaudía,

siendo la espectadora de mi curiosa, trágica e hilarante ópera.

La orquestadora de mi Divina Comedia.

No hay nada más.

Solo un negro profundo, sin fin.

Quizás el infierno no me quiso reclamar,

y ahora permanezco en el limbo de las almas que nadie quiso recordar.

Creo que es momento de dejar de ser tan oscuro por hoy y dejar de escribir,

hora de soltar el lápiz e irme a dormir un rato.

A veces me pregunto: ¿por qué todo es tan trágico?

Todos mis poemas, historias y personajes siguen la misma línea,

caminan sin un objetivo,

su final es predecible

y es como si romantizara esa idea,

cuando, en el fondo,

no me gusta convivir con ella.

No sé por qué me esmero tanto,

no sé por qué en el purgatorio lírico que yo mismo creé,



#509 en Joven Adulto

En el texto hay: poesia, cronicas

Editado: 11.09.2025

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