Crónicas: Atlas de lo incompleto

Hermoso suplicio

Es placentero sentirlo: ese abrazo intenso, ese calor inconmensurable con el que me arropa la imponente sombra, mi perpetuo acompañante, porque jamás desaparece de mi lado.

A veces parece crecer, y con ella emergen colores vivos que desgarran la oscuridad, destellos fantásticos, como si Van Gogh hubiese tomado mis pupilas como lienzo, pintando no solo el cielo, también mi suelo.

Es una obra tan hermosa la que contemplo que, por instantes, logra disolver mis lágrimas.

Es brillo, es arte y paz a la vez: un caos de color que me regala un sosiego sublime.

Hoy, por fin, alguien más allá de ustedes, mis bellos espectros, admirará mi perfecta literatura. Él, del que tanto les he hablado: ese hombre de cabello largo, erguido como un rascacielos y un poco delgado, de ojos oscuros que sostienen una mirada apagada, con la cual fantaseo en mis sueños, confesándome un deseo sucio y profano.

Quiero tenerlo, encerrarlo en mi pequeña arca musical donde mi corazón dirige la orquesta de mis orgasmos.

Estoy lista para ser su dueña y escuchar la melodía de sus gritos cuando lo toque. Sé que finge desprecio, pero en verdad anhela estar entre mis piernas, ansía perderse en mi Edén: un paraíso de poesía que dejaría perplejo a Cervantes, un arte reverenciado por cualquier musa, un Eliseo encarnado en un cuerpo que llaman horrendo, pero que sería la envidia de cualquier modelo.

No cualquiera gozaría el privilegio de ascender a un Olimpo que opaca al monte de cualquier Dios

Pero Él… es como un guerrero acorazado entre millares de escuderos.

Al caminar hacia él, mi cuerpo temblaba; me sentía asustada, nerviosa, pero sabía que no podría resistirse a mi sublime escritura y a los dibujos que le dediqué en mi libreta.

Estaba convencida de que me daría un beso, uno que he aguardado pacientemente desde hace dos días, cuando me enamoré.

Pero…

Algo ocurrió.

Dijo que no. Dijo que se espantó de mis “locos” textos y de mis dibujos “obsesivos” y “obscenos”. ¿Qué tiene de malo dibujarlo mientras se toca pensando en mí?

Ni Neruda ni Benedetti podrían imitar lo que escribo. ¿Y él lo rechaza, alegando que necesito un terapeuta?

Él se lo pierde.

Ese estúpido se lo pierde, y lo sabe, porque mientras lo apuñalaba con mi esfero, en el fondo de su mirada aterrada aún brillaba un poco de amor.

—“¡Solo te presté un lapicero!”— gritaba. Pero yo sabía que me deseaba. Por eso me desnudé mientras lo hería y presionaba mi pecho contra su rostro, hasta que dejó de respirar.

Sé que lo disfrutó.

Era lo que quería. Ustedes me lo susurraron cuando él dijo “no”, y me tradujeron sus palabras. Le di lo que deseaba.

Cumplí su voluntad. ¿Por qué me atan en un cuarto blanco si hice lo que me pidió?

¿Por qué los enfermeros dicen que mi libreta está mal, cuando ustedes me aseguraron que era hermosa, incomparable, y que él no tenía derecho a rechazarla?

Sus ojos debían admirarla, por eso los arranqué. Por eso enterré mi esfero —ese que me dio como muestra de amor— en sus cuencas, dejándolas vacías.

Aún los conservo, aunque me hayan encerrado, y puedo sentirlos porque los escondí en lo más íntimo.

Se siente…

Espléndido.

Porque incluso en la muerte, sus ojos continúan ofreciéndome el mismo deseo.

Ahora Él también me acompaña. Está junto a la gran sombra, observándome cada noche, susurrándome, arropándome, besándome.

Es un tesoro hermoso. Un tesoro que tuve la fortuna de poseer.



#492 en Joven Adulto

En el texto hay: poesia, cronicas

Editado: 11.09.2025

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