La vida es irónica.
Un suspiro lleno de comedia que no nos detenemos a analizar.
Quizá el ser humano solo sea capaz de valorar su aliento cuando siente que lo está perdiendo.
Cuando las consecuencias de nuestro hedonismo tocan nuestra puerta con la muerte agarrada de su mano.
Olvidamos que somos mortales
y nos creemos protagonistas de una historia que a nadie le pertenece.
Nos gusta pensar que una figura omnipotente se toma el tiempo de atar los lazos de nuestra vida
y formar el bordado de nuestras decisiones.
Culpamos al mísero destino de nuestras desgracias,
esperando una asistencia divina que nos haga ricos en un solo parpadeo.
Tal vez sea por la contradicción de tratar de comprender la perfección desde un suelo mundano
lo que nos está condenando como seres humanos.
¿Pero entonces cuál sería la gracia?
Caminar por inercia, sin indagar lo desconocido, es igual de estúpido.
Pero anhelar que don Pedro nos espera en el cielo
es mejor que pensar que desapareceremos.
Y el dilema seguirá en el aire
hasta que llegue lo inevitable.
Así que nutre tu vida lo más que puedas,
antes de que tu huella desaparezca.
No es una carta de desesperanza.
Es un recordatorio de que, en el libro de la vida, nuestros versos tienden a finalizar.
Hay que lucirnos y dejar huella
para que nos puedan recordar.