El reino de Alathea no se quedaba corto en magnificencia y edificación, pero destacaba por la belleza de sus pueblos principalmente aquellos pequeños donde habitaban generalmente los nuevos ricos. Maritmia era conocido por su asombrosa condición, pues se ubicaba al noroeste de la capital de Alathea, rodeada de lagos y ríos, que desembocaban en el mar continental, por eso se había ganado el título de la ciudad entre el agua
Las coloridas casas se levantaban entre los ríos dando la impresión de flotar desafiando cualquier ley natural y aunque el pueblo era pequeño, las carreteras eran deficientes, pues era difícil ir de un lado a otro sin que el sendero se viera interrumpido por enormes cantidades de agua, eso daba como resultado que el medio de trasporte más eficaz fuera el tren maritmio o el ferri, los cuales atravesaban los enormes lagos sobre vías invisibles, con el cielo reflejado en el dulce agua parecía que viajaras en el cielo.
Para los chicos la hermosura de su condición pasaba inadvertida, pues es difícil alabar el entorno cuando se vuelve un constante recordatorio de tu incapacidad de regir el destino. Era una jaula dorada y ellos se sentían como canarios.
Irene se sentía absorta por aquel extraño libro que encontró en la biblioteca escolar, ciertamente era un libro extraño, sin título, solo un desgastado forro de piel blanca el cual mostraba los estragos del tiempo que llevaba escondido en aquella repisa olvidada, tenía un grueso candado, lo intento con toda la fuerza que logro reunir pero cada esfuerzo era tan inútil como el anterior.
Viendo los infructíferos resultados de su esfuerzo devolvió el libro a su mochila, abrió un poco la ventana para disfrutar el perfume del agua y el roció contra su cara. El trio de amigos la observaba con dedicación ante la ignorancia de los otros, eran inconscientes de aquellos sentimientos que comenzaban a florecer dolorosamente en su interior, ella bien podía tener el talento innato de mortificar y ser castrante pero el gozo de mirarla era incalculable, tenía un aire nostálgico, flemático y añorante que contrastaba con su personalidad, lucia simplemente radiante, como un pétalo flotando a la deriva sobre el agua.
Irene gozaba de la vista hasta recordó su conversación con Crista, una expresión dolorosa atravesó su rostro.
-¿Qué te sucede? ¿Estás bien?- pregunto con falsa galantería Tristan
-Me sucede todo pero no es algo que te concierna
-Lastimosamente todo lo que es referente a ti, está ligado para mi desdicha a mí – ambos rieron era extraño que ellos se comunicaran de forma tan formal fuera de la escuela o de las festividades que requerían decoro, su risa logro captar sentenciosas miradas e hipócritas comentarios.
-Odio que te miren como poco digno, como una basura en la avenida o mierda en su zapato
-Es normal recuerda lo que dice el sagrado texto “los humanos son el símbolo de imperfección que por nuestro buen corazón dejamos entrar al mágico reino nuestro”
Irene envuelve sus manos en su cuello con un aire seductor, causando la ingrata sorpresa de muchos –Eso es mierda y todo el que lo crea igual, nosotros nos tenemos y es lo importante.
En un mundo que te juzga no por tu valía si no por tu apariencia, es fácil verte desfavorecido condenado a vivir en un mundo abrumador y ensordecedor, incluso desconcertante cuando uno es niño. La infancia no es fácil menos para un niño al cual todos llaman vástago, para Tristan la imagen de su madre fregando pisos con las manos enrojecidas era lo más común, la miraban en silencio y todos saben que del silencio solo se obtienen mortificaciones pues significa que no hay nada afable que decir.
Tristan solía tener un carácter sumiso y pacifico pero un día no soporto más cuando a sus escasos seis años unos chicos lo degradaron, ese día decidió que si estaba destinado a malos tratos no les daría el gusto de salir ilesos. Así fue como termino sentado en la silla del castigo tras golpear a esos chicos, la lluvia golpeteaba la ventana, aumentando su infantil frustración. Ahí estuvo hasta que una mujer de severa mirada condujo a sentarse a dos pequeños más, el que todos apodaban señorito perfecto y aquel que hablaba cosas sórdidas e incomprensibles, el silencio se mantuvo lo que pareció una eternidad hasta que llego una pequeña, era la niña nueva en el pueblo, su ropa estaba llena de esquirlas.
Con rapidez la resistencia al silencio de Irene se agotó, pues en su corto tiempo de vida había adquirido la noción de que el silencio prolongado era preludio de algo peor, con el nerviosismo inundándola su voz infantil y temblorosa comenzó a cantar.
I’ve been hearing symphonies
Before all I heard was silence
A rhapsody for you and me
And every melody is timeless
Life was stringing me along
Then you came and you cut me loose
Was solo singing on my own
Now I can’t find the key without you
And now your song is on repeat
And I’m dancin' on to your heartbeat
Su canto descuidado y su soltura fueron capaces de borrar un poco la timidez de los pequeños presentes.
-¿Qué cantas?- Pregunto desmond armándose de valor para preguntar