La vieja iglesia guardaba cálidos recuerdos, para Tristan había sido el lugar en donde por gloriosos instantes nada le importaba, donde no era una basura, para Desmond un vestigio en el cual se sentía diferente, un lugar donde su existencia no era condenada ni maldecida, Kavinsky encontraba en aquel sitio el dulce consuelo de no complacer otras expectativas que no fueran las suyas, los tres compartieron su primer beso ahí, en la iglesia probaron por primera vez las dulces mieles de los labios femeninos hace tres años atrás, donde sus miradas implicaban más conexión que todas las palabras que cualquiera les pudiera decir, aquella sensación de recorrer la piel de Irene con sus yemas era la sensación más exquisita para esos tres jóvenes, donde los tres amaron por un momento a la chica que bailaba al son de la radio.
Era cada vez más obvio la naturaleza de esos sentimientos que crecían exponencialmente, más indómitos y egoístas atentando contra la integridad de una amistad que los había protegido de las crueldades del exterior.
***
El cielo pintado de celeste, repleto de arreboladas nubes es parte de la monótona belleza del día a día, los pajaritos cantaban y el roció matinal se filtraba por las mangas de mi vestid, mojando agradablemente mis brazos. Rhian con afable expresión servía mi té y yo suspiraba ruidosamente intentando captar su atención, su coleta marrón no se movían ante la fuerte ventisca que azoraba nethgarden aquel día, era tan fuerte que amenazaba con volar mi parasol favorito el que Rhian me había comprado para mí.
-Rhian ¿Alguna vez has leído sobre Aquiles?
-Jamás, lo siento señorita
-No me digas señorita, después de todo …- Levante la mirada encontrándome con la suya completamente desconsolada, esa expresión que me transmitía su dolor, el muchas veces decía que lamentaba nuestro pasado, nunca era conciso pero lo entendía, yo lamentaba el pasado tanto como el, pues de haber sido diferente tal vez él y yo encontraríamos la manera, la vida que el destino nos había dado, ese escenario torcido en el que todos nos querían ver jugar, en ese momento lamente toda mi vida y ese sentimiento tengo la sensación de que será perpetua.
-¿Usted señorita?
-Tampoco se nada, solo quería oírlo de tus labios – dije con coquetería
El sonrió débilmente – Su brioche
***
-Esa chica estaba completamente enamorada del sirviente – Tristan había estado leyendo sobre el hombro de Irene
-Sí, supongo
-No deberías sentirte desanimada posiblemente huyeron juntos y vivieron para amarse
-O se amaron para vivir
Los dos se sonrieron mutuamente – me gustaría pensar eso pero…
-¿Pero que, Irene?
-Nada – dijo ella con el rostro algo descompuesto y los ojos vidriosos, sonreía con falsedad
-Deja eso – Exclamo Kavinsky a las afueras de la iglesia
-Ya va comenzar
La luna ilumino el imberbe cielo recordando que con su blanquecina perfección les había arrancado un día mas, acercando la fecha que hacia estremecer sus cuerpos, cuando esta idea se apoderaba de ellos, los fuegos artificiales iluminaron el cielo, regresándole el júbilo.
-El día de san gein es el mejor
-Si – replico Irene dejando que la calidez se le escapara y formara nubes en el aire –Los quiero chicos
-Nosotros a ti – los chicos la rodearon y la abrazaron con fuerza
-¡Basta! ¡Basta me ahogan!- decía entre risas
Esa noche los chicos rieron, y apuntaron a las luces artificiales divertidos tanto como cuando eran niños. Sintiendo una agradable nostalgia se separaron, y la única que no pudo dormir plácidamente fue Irene quien bajo sus sabanas leía aquel diario, manteniendo lejos los arrepentimientos y los recuerdos atemorizantes que llegaban sin anuncio a medianoche, amedrentando su frágil corazón. Tomo el relicario y los demás papeles, nada parecía fuera de lo común excepto el collar, la piedra brillaba como ninguna, no tenía precedentes se lo coloco y se observó en el espejo, le lucia bien, se veía madura eso la aterrorizo por un momento, hasta que miro la ventana y sintió la resignación. Tomo su libreta aquella que tanto amor le había infundado y repaso con cuidado cada hoja, testigo de anécdotas felices y tristes, plagado de fotos y recuerdos que tal vez para alguien más eran basura pero para ella valiosos tesoros, entonces frenéticamente arranco las hojas haciéndolas trizas entre llanto y gemidos, cuando termino junto todos los trozos, las lágrimas rodaban bajo sus ojos cayendo en lo que antes fue su más preciada posesión.
-Tengo que crecer- sollozaba –tengo que crecer
Irene creyó comprenderlo, si iba perderlo todo no les daría el placer de quitárselo, ella lo haría bajo sus propios términos, adiós a las noches de verano, a los desafinados cantos, a las sinfonías nocturnas, adiós a todo.
Irene se metió en la bañera con la piyama puesta, el agua fría la hacía sentir que sus pulmones estallarían, su camisón se extendía y en sus dedos pudo sentir la infinidad resbalándose, eso al menos hasta que tomo la navaja y la clavo en su muñeca dejando salir el fluido debajo de su piel.