Crónicas de Aneal- Relatos de un cazador I: Ecos del pasado

Capítulo 4.-La baronesa

El camino hasta nuestro siguiente destino fue largo. Seguimos pistas por diversos poblados, saliendo de los dominios de Hrohuldur. La mayoría eran meros rumores o malentendidos de viejas leyendas, pero hubo algo prometedor en la solicitud formal de cazadores por parte de un feudo.

Tardamos varios días más en alcanzar las fronteras de aquel sitio, ubicado entre otros dominios. Aquello era cuanto menos curioso. A cada mañana, sin falta, mi compañero tomaba su viejo martillo y realizaba oraciones en silencio, buscando protección lejos del hogar. Debo admitir que también solía buscar protección y consuelo en mis amuletos. Pero lo que me guiaba era más la nostalgia que la fe.

La compañía de mi nuevo compañero fue un cambio agradable. A pesar de nuestras diferencias, y su repudio ante las costumbres de mi señora madre, éramos dos cazadores norteños. Cualquier cuestión que pudiera representar un desacuerdo, era compensada de sobremanera por lo que compartíamos por nuestra profesión y educación.

Aprendí pronto a solo compartir las enseñanzas de mi señor padre. Bastaba que nombrara a alguno de mis ancestros para que Runfeld desviara la mirada o soltara un bufido. Como norteño, él sabía lo que significaba; las tradiciones de dónde esto venía.

La nieve ya había reclamado toda superficie visible. Lo que parecían ser campos de cultivo extendían el gran manto blanco hasta donde alcanzaba la vista. Las marcas del reciente paso de alguna carreta o caballo era lo único que nos indicaba los senderos. Cada varios cientos de pasos, una nueva cabaña de madera se hacía presente.

No obteníamos respuestas cuando llamábamos. Podíamos observar el humo salir de las chimeneas, pero nadie acudía a nuestros llamados. Poco a poco comenzó a ser claro que la ausencia de campesinos no era únicamente por el invierno o el rechazo a forasteros.

Tuvimos la fortuna de encontrar a un viejo campesino achaparrado, arreando sus ovejas de regreso al corral. Runfeld se acercó, anunciándose antes.

—El viento ha guiado mis pasos. Valdrik Runfeld, hijo de Domvald Runfeld, viene en paz, respetable.

—El viento anunciaba su nombre, respetable Valdrik. Pero es difícil anunciar paz cuando se viene armado. Supongo no se puede pedir menos de un cazador.

—Buscamos una audiencia con su señor feudal.

—Nuestra señora, querrá decir.

Runfeld dio un pequeño respingo.

—No, la tradición manda…

—Que gobierne el primogénito o esposo de la primogénita, lo sé. Todos los forasteros se sorprenden. Pero si hablaran con ella, le recomiendo no mencionarlo. Es gobernante por derecho propio y los que seguimos vivos, lo hacemos gracias a ella.

Di un paso al frente al escuchar esto.

—¿A qué se refiere con seguir vivos, respetable?

—Mi señora no solicita cazadores por nimiedades. Arnthurk, el ave opresora, el presagio que cae del cielo… pronunciar su nombre infunde pavor. La bestia ha asolado nuestro feudo, debilitándonos. He escuchado que cientos de cazadores han ido tras él por las promesas de riquezas de nuestra señora, pero ninguno ha vuelto con vida.

—¿Esta su señora tan segura que es real? —Pregunté.

—Tan seguros estamos, como que el sol sale cada mañana. Esa maldita ave ha matado a nuestro ganado desde hace dos generaciones. Los obstinados miedos y creencias de que las bestias fueron eliminadas en su totalidad nos hacen sonar como supersticiosos.

—Nosotros hemos enfrentado y visto criaturas míticas así antes, respetable. No dudamos de su palabra, pero… ¿Por qué los otros feudos no acuden a su auxilio? Pensaría que una amenaza tan grande asolaría a más de un feudo.

—Hay todo tipo de bestias, muchacho. Esta es rencorosa, las leyendas rezan que la familia de mi señora asesinó a uno de su linaje en la edad de los héroes. Lamentablemente, la criatura parece solo mostrar interés en nuestros animales. Creo que los muy malditos han esparcido rumores sobre nuestra señora, mermando su reputación y nuestros ingresos; aunque lo creyeran real, no sacrificarían tropas cuando pueden sacar provecho con las cosas como están.

—Entonces… les dejan morir —Concluí.

—Tú lo has dicho. Valoren su vida, como dije, muchos han muerto intentando cumplir la tarea. Si en las montañas estaba escrito que así debe terminar, que así sea. Esto no es tarea para cazarrecompensas, solo un héroe como Armenzo del Qebranto, el quebrantador Brakar podría salvarnos.

Cualquier atisbo de esperanza desapareció de los ojos del viejo. Intenté responder, pero mi boca solo se abrió, sin emitir sonido. Agradecí su atención con un movimiento de cabeza. Le miré terminar su labor y regresar a su cabaña. Luego, continuamos nuestro camino.

Paso a paso comenzamos a distinguir una colina en la lejanía, con una construcción en su cima. Conforme nos acercábamos, el castillo comenzaba a aumentar sus dimensiones. La luz se disipó con prontitud. Comencé a mover mis manos cada vez que sentía entumecimiento. Mi aliento era visible en cada bocanada, como si el calor se escapara de mi cuerpo poco a poco. El aire cortaba mi interior como navajas heladas en cada inhalación. El invierno estaba en su apogeo.

Entramos en el poblado circundante al castillo. La actividad había cesado, pero permanecían algunas brasas en los faroles de contadas edificaciones. Distinguí letreros de herrerías, posadas, casas de cambio y tenderetes de comida. Algunas edificaciones tenían un tamaño considerable, supuse serían de los consejeros de la gobernante. Aunque en esencia parecía el usual poblado cercano a un castillo, algo llamó mi atención.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.