Las pistas en los textos y los relatos de los pobladores nos llevaron a clarificar un punto de búsqueda: Skaldrun, la cumbre profunda. Confirmamos patrones de búsqueda con Tharnulf y sus hombres. Cazadores de varias aldeas llegaron a nuestro auxilio, curtidos en senderos inexpugnables. No había mejores guías para los escuadrones. Runfeld estableció una regla inquebrantable para los guerreros: No enfrentar al Arnthurk hasta tener un plan.
—La responsabilidad es nuestra. Tendremos mejores posibilidades para huir si las cosas van mal siendo dos. No podemos dejar morir a otros por nuestro deber —explicó Valdrik en su momento, sin alzar la voz.
Había otra razón para requerir guías experimentados. Skaldrun toma su nombre de la naturaleza del terreno, con escarpados picos en cuya sima aguardan colmillos pétreos. Abundaban los reportes de muertes en la zona: un mal paso, terreno irregular, salientes sueltas. Al parecer, era común que las desapariciones se resolvieran con cuerpos empalados, atravesados por las fauces de las montañas.
Los grupos recorrieron los traicioneros parajes durante varios días. A pesar de que la Baronesa requería vigilar sus fronteras, fuimos capaces de reunir suficientes efectivos. La búsqueda se realizó de forma amplia: una criatura como aquella dejaba rastros demasiado visibles; podíamos abarcar mucho terreno con pocos hombres. La primera pista llegó del grupo liderado por Runfeld; la visión no fue alentadora. Varios acres de bosque estaban arrancados de raíz; había enormes muescas en las paredes de las montañas. También grandes boquetes habían sido excavados a pulso en la base, removiendo los punzos de piedra.
Había rostros pálidos en los hombres que regresaban con mi compañero. Reunimos de inmediato a los grupos en el fortín, pero los rumores de lo que se encontró fluyeron como un río embravecido; las voces se encendían como las brasas de las antorchas. Las protestas sobre no querer regresar a aquel sitio maldito no faltaron.
—No faltaremos a la regla establecida. No enfrentaremos a la bestia hasta conocer el alcance de sus habilidades —declaré. Ojos acusadores, cejas levantadas y labios apretados fueron la respuesta a mis palabras. —Nosotros continuaremos rastreando su ubicación, pero necesitaremos de sus habilidades para derribarla.
Varias cabezas negaron con rotundidad. Un soldado escupió el suelo, como si con eso desechara la orden. Otro levantó el puño en el aire en desacuerdo. Mi compañero tensó la mandíbula, su único ojo se encendía por lo que parecía ser indignación; el rostro estaba congestionado. Abrió su boca, furioso, pero ningún sonido salió de ella. Las voces de los soldados comenzaron a bajar de intensidad. Varios comenzaron a hacerse a un lado para abrirle paso a su señora. La intensidad de las voces disminuyó al punto que los pasos de la Baronesa resonaban en el sitio. Caminó hasta colocarse a nuestro lado y su voz se impuso.
—Yo me enorgullecía de tener a valientes guerreros a mis órdenes, pero parece que me he equivocado. Estos extranjeros se han ofrecido a ser nuestros ojos y la vanguardia contra el Arnthurk ¿Es esta la manera en que nuestro feudo responde ante la adversidad?
Algunos soldados escondieron su rostro en su casco; unos más solo desviaron la mirada; otros carraspearon la garganta con incomodidad. La gobernante miró a Tharnulf.
—Capitán ¿Es tan pobre el adiestramiento de estos hombres?
Él levantó la mirada, que parecía vacilar entre una protesta y una disculpa. Su mano se tensó sobre la lanza antes de responder.
—No, mi señora. Estos hombres han sido entrenados para defender sus tierras con valentía.
Ella dirigió una mirada inquisitiva a todos los presentes, declarando.
—Oh ¿Es así? Entonces debí malinterpretar la reacción de los guerreros. Necesito hombres valientes y fuertes, capaces de hacer frente a cualquier adversidad ¿Puedo tener la seguridad de que cuento con ellos?
Algunos hombres levantaron la vista. Un par comenzaron a asentir con la cabeza. Uno en la primera fila puso su mano sobre su pecho, como si de un juramento se tratara. Pero varios seguían con bocas torcidas, evadiendo las miradas de su señora. Ella continuó.
—¿Acaso le temen a la bestia? —unos más levantaron la mirada; algunas toses aisladas hicieron eco en el silencio. —Mis antepasados pudieron vencerla en su momento, con hombres menos valientes y en inferioridad numérica. Tenemos a estos héroes a nuestro lado, probados en batalla contra otros remanentes de edades antiguas. Creo que el primer señor de esta tierra nos envidiaría —las voces comenzaron a elevarse, esta vez orgullosas. Un par de palmas aplaudieron y algunas voces vitorearon. —Valor, mis guerreros ¿O acaso dejaran desamparada a su señora? —esta vez las voces rugieron con un sonoro “No”. La Baronesa nos miró con su característica sonrisa —honorables, ¿Cuáles son sus órdenes para mis valientes?
El sitio ahora resonaba con escudos chocando, puños golpeando el pecho, gritos y silbidos; era un hervidero. Runfeld sonrió, uniéndose al griterío con golpes en sus pectorales. Yo levanté mi mano para pedir silencio.
—Necesitaremos que se alisten para la batalla. Nosotros iremos a reconocer a la criatura, encontraremos la manera de atraerla a algún sitio, y prepararemos una emboscada; allí le acabaremos —Los golpes y las ovaciones hicieron retumbar el sitio como un alud. —Espérenos, y traeremos la clave para destruir al Arnthurk.