Crónicas de Anthir: Coronas y Corazones

Corazón Quebrantado

El día estaba gris, los cielos parecían enfurecidos con la tierra, los relámpagos alumbraban los rincones más oscuros del castillo, el pasillo estaba colmado de silencio y aflicción. Aquella puerta que no abrió por días tenía preocupados a todos y se preguntaban qué era lo que había ocurrido con su rey y el por qué de tanta agonía y soledad.

Los sirvientes se acercaban a la puerta todos los días preguntando si necesitaba algo, pero estos solos eran respondidos por el silencio. Sopithia, la esposa del Rey, yacía triste en la alcoba junto a Robfrid. El chico había mejorado bastante después de aquella trágica noche, aquellos síntomas que lo aquejaban se disiparon por completo, pero seguía postrado en cama.

Harv estaba en su habitación mirando a través de la ventana a un grupo de aves que sobrevolaban por el lugar, en ese momento deseaba ser libre como ellas y salir volando de ahí. Para cambiar los ánimos, decidió ir a visitar a Robfrid para ver cómo se encontraba y ver si podía hacer algo por él. Subió las escaleras de mármol y se dirigió a la habitación de su compañero.

—¿Está alguien ahí? —llamó Harv a la puerta—. Quiero ver a Robfrid.

Del otro lado escuchó una suave voz diciéndole que era bienvenido. Abrió la puerta con un pequeño esfuerzo y al entrar vio una cama cubierta con sábanas de color rojizo y pilas de almohadas de pluma de ganso, en ella yacía el príncipe.

Cuando Robfrid se percató de la presencia de su nuevo amigo lo recibe con una sonrisa, denotando la excelente relación que había surgido entre aquellos niños.

—Me alegra verte —Harv se sentó en la punta de la cama—, veo que has mejorado bastante. Sí que eres un príncipe fuerte. —En eso, se filtra por la ventana las órdenes de un caballero que estaba dando a un grupo de soldados en los jardines del castillo, tenía una voz potente y autoritaria—. No veo la hora en que podamos entrenar juntos y convertirnos en grandes caballeros que sirvan a este reino.

—Tus palabras se cumplirán, amigo. Apenas me levante, entrenaremos por mucho tiempo hasta ser buenos soldados. Prometo que así será —Robfrid extendió su brazo y tomó un vaso de agua que estaba sobre una cómoda al costado de la cama, dio un sorbo y prosiguió—, pero por otra parte estoy muy triste. He escuchado que mi padre no ha salido de su alcoba por días —las lágrimas se asomaron y no las pudo reprimir.

—Sí... pero tengo fe en que el rey se repondrá y volverá a gobernar como siempre lo ha hecho. Acuérdate de que ha peleado con la gran bestia junto a mi padre. Sus hazañas son contadas y conocidas por todos, incluso más allá de sus murallas. ¡Sin duda se repondrá! —exclamó con optimismo haciendo que el corazón del príncipe se reconfortara.

Escuchando la inocente conversación de ambos niños, Sophitia dejó escapar una risita, ya que hablaban de una manera muy apasionada sobre sus sueños y anhelos. Luego de un tiempo Robfrid se quedó dormido y en medio del silencio Sophitia se dirigió a Harv.

—Eres de suma importancia para nosotros. Tu padre era un hombre ejemplar, uno al que todos amaban, gran guerrero y defensor de los débiles. Él fue un héroe para todos nosotros, pero en especial para el rey, te imploro que intentes hablar con mi esposo —dijo con temblorosa voz—. Tú eres el único capaz de tocar su corazón en estos momentos difíciles. Ya que tu padre era todo para él.

Luego de escuchar atentamente Harv asintió con la cabeza y salió de la habitación. Con pasos lentos se dirigió a la alcoba, aquella que no abrió en días. Todos los sirvientes miraron al niño como poco a poco se acercaba a la entrada. La puerta era magistral, tenía marcos con diseños extravagantes y en medio tenía tallado un símbolo que Harv no reconocía, soltó un suspiro de los nervios y llamó a la puerta.

—¿Señor, puedo pasar? Soy Harv. —En ese momento, todos guardaron silencio, aguardó por un momento y luego se retiró desanimado por no obtener respuesta, pero antes de bajar por las escaleras escuchó una apagada voz que lo invitó a pasar. Abrió la puerta, lo cerró rápidamente y vio a un hombre que estaba sentado en una silla hecha de madera mirando hacia el vasto paisaje—. Con su permiso, majestad, disculpa si... —fue interrumpido por el rey.

—Ven aquí, Harv —lo llamó el rey levantando levemente el brazo e invitándolo a observar por el ventanal—. Contempla este hermoso reino. Gracias a la valentía de tu padre, esta ciudad floreció. Mira a las personas, están felices viviendo en un lugar seguro realizando sus sueños, hombres cuidando a sus familias, niños jugando y correteando con inocentes sonrisas. Todo esto tuvo un alto costo —se levantó de la silla y cruzó sus brazos hacia atrás sin dejar de mirar el panorama—. Un Rey debe ser fuerte. Tiene que saber cuidar de los suyos, tomar las decisiones correctas y defender hasta morir sus murallas, pero a veces somos fácilmente vencidos por ciertos momentos en la vida. —Dio la vuelta y miró a Harv—. Una lucha interna es lo que me ha dejado herido. Estoy en un momento muy duro que el destino me ha puesto. Tengo miedo, miedo a fracasar y a fallar a mi pueblo, pero eso será nuestro secreto —posó su dedo índice sobre su labio.

—¿Qué es lo que has visto, Señor?

—Esa respuesta solo me pertenece a mí. Lo que vieron mis ojos marcaran mis caminos y decisiones. El destino me ha dado la oportunidad de volverme débil o fortalecerme —apretó los puños—. Me quedaré con lo último, en honor a tu padre.

—Necesitamos de nuestro Rey —dijo Harv con profunda sinceridad.



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En el texto hay: misterios, caballeros y espadas, guerras y pasiones

Editado: 09.11.2019

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