Crónicas de Anthir: Coronas y Corazones

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Perdido entre la maleza del bosque se encontraba Gunterling sin tener idea de su ubicación, solo sabía de lo mucho que se había alejado. A consecuencia de ello, tenía varios rasguños y un llamativo moretón en la parte izquierda del torso debido a una repentina caída. En cierto momento, aligeró el paso y caminaba sin sentido alguno, solo quería dejarlo todo atrás, sus sueños quedaron en el olvido y sus aspiraciones se evaporaron. Después de una larga caminata, se recostó por un árbol y el sueño se apoderó de él.

No pasó mucho tiempo para que una manada de lobos salvajes pase por el lugar. Estos empezaron a gruñir mostrando sus filosos colmillos, Gunterling se despertó asustado a causa de los temibles ruidos que generaban las bestias. Rápidamente trató de buscar cualquier vara que lo sirviera para defenderse pero, no lograba toparse con nada. Con la muerte a pasos, solo se arrodilló para aceptar su destino.

Dio un suspiro al borde de su inminente final. En medio de aquel infierno, escuchó como un espada se desenvainaba y, inmediatamente los jadeos y gemidos de las bestias se hicieron presentes. Sentía como las gotas de   sangre lo salpican y, al poco tiempo el ambiente se volvió calmo, solo  escuchaba el leve bisbiseo de las copas de los árboles.

—¿Quién anda ahí? —preguntó el niño con la voz temblorosa y el cuerpo rígido.

—La suerte está de tu lado. Primero te topas con Harv y el hijo del Rey, y ahora eres salvado por un Guardián.

—Señor Arktruim es… es usted —exhaló un gran suspiro—. Solo necesito que me dejes partir, estoy condenado a no ser un caballero —golpeó la húmeda tierra—. Fui un tonto en haber puesto mi esperanza en que sanaría. Solo debo de aceptar mi destino, por favor… di que no me has encontrado, te lo ruego...

—Todos andan buscándote, no podría mentir de esa manera.

—Es en vano señor ¡Mírame! —exclamó con voz entrecortada—. Siempre fui un estorbo para mi padre y no soportaría serlo otra vez. Ellos merecen seguir adelante. No seré una carga para nadie, dejaré que el tiempo se encargue de mi, ¡solo déjame partir! —imploró con lágrimas en los ojos.

El rubio guardián sintió una desgarradora sensación y se arrodilló junto a él.

—Tu destino es ser un Caballero, huir solo te haría un cobarde y desertor. ¿Quieres abandonar a aquellos que te dieron una oportunidad? Ellos confiaron en ti. Muchas luchas se ganan con el corazón y tú aún lo posees.

—¿Pero cómo lograré sobresalir? Son tantos los aspirantes, las pruebas serán sumamente exigentes. Simplemente se me ha escapado lo que anhelaba de todo corazón.

—Te propongo lo siguiente —lo golpeó el hombro para animarlo—. Seré tu tutor personal pero, ten en cuenta lo siguiente. —Posó la punta de su espada bajo su mentón y lo irguió—. Tu entrenamiento no será sencillo, abrazaras el dolor como nunca lo has hecho, tu cuerpo se desgastará hasta los huesos y tendrás que hacer un doble esfuerzo, no te será nada fácil. Tú decides… si morir como un cobarde o demostrar de lo que realmente eres capaz. —Gunterling extendió su brazo simbolizando la aceptación de lo expuesto—. Creo que te arrepentirás de no haber huido —dijo soltando una pequeña carcajada.

Después de sellar dicho acuerdo, ambos regresaron al campo de entrenamiento. Al llegar todos se acercaron corriendo hacia su compañero para ver como se encontraban. Gunterling se dio cuenta de lo importante que era para sus amigos, pudo sentir el apoyo y afecto de los que lo rodeaban.

—Ve y descansa muchacho. Cuando sanen tus heridas, empezarás tu entrenamiento —ordenó Arktruim

—Gracias señor —dijo el niño con una ligera sonrisa.

Pasaron los días y, como todos los otros se realizaban los entrenamientos en las primeras horas del amanecer. Poco a poco los aspirantes aprendían técnicas nuevas gracias a los vastos conocimientos de los guardianes, cada día se volvían más fuertes y ciertos guerreros ya sobresalían por sus tremendas cualidades en la lucha.

El rey con su imponente corcel blanco realizaba las rondas para observar la preparación de su futuro ejército. Estaba muy satisfecho por cómo iban avanzando con los entrenamientos, excepto con algunas cuestiones respecto a Miroth ya que era bastante severo con los suyos.

En una de sus pasadas, quedo viendo como entrenaban los hombres del grisáceo guardián, salvo uno, el pequeño Lucart que se encontraba sentado al lado de su mentor comiendo algunas uvas. Esto llamo la atención de Narantriel y se dirigió al lugar.

Al percatarse de la presencia del rey todos se pusieron firmes.

—Pueden continuar —ordenó el rey con potente voz, luego continuó y bajo de su corcel.

—¿A qué se debe su visita? —dijo Miroth con gélida actitud.

—Me ha llamado la atención en como todos llevan a cabo duros ejercicios y otro está relajándose. ¿Por qué no haces lo mismo? —cuestionó mirándole atentamente a Lucart, pero lo que en realidad quería saber el rey era como el muchacho logró obtener la atención de Miroth.

—¡Su majestad! —Se levantó apresuradamente chupándose los dedos, luego hizo una reverencia poco delicada.

—Porque no me muestras lo que tienes, digamos que aquella vez no cuenta. Quiero verte luchar de igual a igual —lo desafío Narantriel.

Lucart se tocaba el mentón mientras pensaba.



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En el texto hay: misterios, caballeros y espadas, guerras y pasiones

Editado: 09.11.2019

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