Aquel día amaneció fresco y con una leve llovizna. Los Lionstoner y los Fenrirheim se quedaron a custodiar los alrededores de la ciudad y los pueblos cercanos, con el fin de evitar ataques sorpresas y mantener el orden en caso de que surgiera alguna eventualidad bélica. Fueron separados en varios grupos para abarcar la mayor cantidad de terreno posible.
En las cercanías del portón principal se encontraba Miroth merodeando el lugar para asegurar que todos cumplieran con su deber de estar atentos y en guardia. En aquel momento, pasó un grupo de bellas mujeres, haciendo que todos los aspirantes se fijaron en ellas dedicándolas versos lamentables y pocos elaborados.
—Presten atención y miren a sus alrededores. El enemigo puede estar acechando entre las sombras —ordenó el grisáceo guardián con tono imperante.
Las mujeres posaron la mirada en Miroth. Estas quedaron encantadas con aquella mirada del cual emanaba misterio, de su elegante porte y sus cabellos que se extendían como la seda. Él portaba su azulada armadura y su letal espada que colgaba de un cinto de cuero con motas de plata. Miroth solo se limitó a mirarlas sin emitir palabra alguna.
—Es el guardián de los cielos, de seguro posee gran fortaleza —dijo susurrando una de las damas.
—Sí, he escuchado según los rumores que ni siquiera los otros guardianes lo conocen bien... es tan misterioso —acotó una de ellas mientras se ruborizaba.
—¿Será que conocen el amor? Vivir tantos años en soledad, es un castigo muy grande —dijo una que poseía una larga cabellera rojiza—, me pregunto si alguna vez ha amado a alguien.
—No lo creo, su semblante me dice que nunca lo ha experimentado. Un hombre tan apuesto destinado a estar solo, me parece un desperdicio. Ahora aceleremos el paso, ya no puedo seguir escuchando estas pésimas prosas.
Las damas sonrieron cuando pasaron a su lado pero, la única respuesta que estas recibieron fue una gélida expresión.
Miroth siguió deambulando por las murallas de la ciudad hasta que decidió alejarse para adentrarse al bosque. Al poco tiempo, se encontró con una casa de dimensiones ínfimas que estaba hecha de piedras recogidas de la orilla de algún lago cercano debido al color opaco y al moho impregnado en ellas. En el medio de la chabola, se erguía una pequeña chimenea elaborada con maderas, la cual evidenciaba que la persona que la construyó no tenía noción de cómo hacer una.
Al costado había una pequeña granja con unos pocos novillos y, de repente una atrevida gallina se escapó revoloteando. La precaria puerta se abrió y una mujer de rubios cabellos con vestimenta andrajosa salió corriendo detrás del animal.
Miroth solo se limitaba a observar la jocosa escena y, cuando la gallina pasó a su lado, lo atrapó. La mujer levantó la mirada y vio al guardián con su animal en la mano, ella no tenía conocimiento alguno de quien se trataba.
—Discúlpeme señor, no quise interrumpir su paseo y… gracias por capturarlo —dijo con una afable sonrisa.
—Lo quieres vivo o muerto —cuestionó Miroth posando su mirada en aquella tierna mujer.
—Muerto, es para el almuerzo. —El guardián hizo un pequeño movimiento desnucando al animal.
Luego de eso, salió un hombre canoso. Este caminaba con dificultad y las arrugas revelaban su avanzada edad.
—Arissa, has capturado a nuestro almuerzo —declaró el viejo esbozando un sutil gesto.
—Sí padre, este honorable caballero me ha dado una mano.
—Pues invítalo a compartir la mesa con nosotros. —El anciano volvió a meterse a la casa.
—Ya lo escuchaste, estás invitado aunque… entiendo si lo rechazas —dijo mirándola con sus bellos ojos verdes.
Miroth giró sobre sus talones y se alejó del lugar. La mujer solo miraba como se alejaba sin decir nada y, cuando iba a regresar a su hogar escuchó su voz.
—Iré a traer un vino para tu padre en modo de agradecimiento.
A la mujer se le pinto una sonrisa y regresó a su casa para hacer el almuerzo. Empezó a preparar los utensilios para hacer la sopa y, puso todo su empeño en ello para que saliera a la perfección.
El plato ya casi estaba listo cuando, sin previo aviso, la puerta se abrió y apareció el elegante guardián con una botella de vino en la mano.
—Bienvenido caballero a mi humilde morada. Ven y siéntate.
Miroth arrastró la silla, tomó asiento y atentamente echó un vistazo a su alrededor. En las paredes habían pequeños espacios que dejaban que el frío viento entrase, por el techo drenaba el agua haciendo que la superficie quedase húmeda y, los aposentos eran precarios lo cual se veían un poco incómodos para descansar.
—Aquí les traigo un poco de vino —dijo poniéndolo sobre la tambaleante mesa.
—¡Ohh! es un vino cino, no he probado nunca uno de estos. Lo agradezco de sobremanera noble caballero, esto combinará a la perfección con el plato de mi querida hija.
—¿Cómo terminaron aquí? —cuestionó seriamente el guardián.
—Pues como muchos... vinimos en busca de un hogar en la gran ciudad debido a que las cosas últimamente se pusieron un poco feas. No hemos encontrado ningún sitio para quedarnos dentro de los muros, todo estaba totalmente abarrotado. Buscamos en los aposentos; en las tabernas, pero no tuvimos éxito.