El cúmulo de estrellas parecían diamantes que se extendían por el interminable cielo, debido a la cercanía de los astros daba la sensación de que podías palparlas y sentirlas. Algunas carecían de brillo y otras resplandecían como una vela encendida en el rincón más oscuro.
Mientras caminaban a lo lejos vieron la famosa ciudad. Las casas tenían aspectos lúgubres, pocas eran las que tenían velas encendidas dentro de sus oscuras habitaciones. Las edificaciones poseían diminutas ventanas y viejos y mohosos tejados, las paredes estaban cuarteadas y teñidas con la inmundicia del pueblo, era un paisaje tétrico.
A medida que se acercaban, ciertos ruidos iban intensificándose, gritos, peleas y los chillidos de los animales que corrían chapoteando por los charcos que inundaban las calles. En la entrada del pueblo, en una diminuta caseta yacía un hombre de aspecto extraño con cicatrices por todo el rostro.
—¡Quietos! ¿Dónde piensa que van? —cuestionó el hombre mientras tocaba su cara llenas de costurón.
—Venimos por negocios, ya sabes trueques y mujeres —respondió Lucart agudizando su voz.
—¡Mentiras, odio las mentiras! —gruñó—. ¿Qué clases de negocios insolentes?
—Las peleas, hoy es la riña decisiva. Mucho oro circula en estos espectáculos —añadió hábilmente el joven.
—Prefiero las mujeres y una buena cerveza. Los dejaré pasar pero, primero tienen que pagar un pequeño tributo por mi bondad, ¿no lo creen? —les guiñó el ojo—. Algo como muestra de agradecimiento.
—Aquí lo tienes buen hombre —dijo Lucart lanzando una moneda de oro por los aires.
—Adelante, que disfruten de la bella estadía —dijo con chillona voz el hombre—. Con esto podré ir a divertirme un poco —volvió a sonreír.
Cuando entraron en la ciudad, las personas tenían aspectos de asesinos y ladrones; eran individuos sin sentido alguno de moralidad. Las tabernas estaban repletas, dentro de ellas se podía presenciar peleas, hombres que sometían a mujeres de manera salvaje, mendigos andrajosos que estaban tendidos en las afueras, otros en silencio y algunos profiriendo maldiciones. Había pequeñas estampidas de animales que recorrían los espantosos pasillos. Las apuestas de todo tipo estaban siempre presentes, era una ciudad hundida en pecado y en la depravación.
—Sí que es un lugar con el que se debe de tener cuidado —dijo Harv.
—Nunca he visto tanta miseria y brutalidad en un mismo lugar —acotó el príncipe.
—Estas personas han elegido vivir de esta manera. El reino no les concede protección ya que en su momento estos lo rechazaron, de igual manera nadie se animaría a atacar una ciudad llena de violentos hombres sin misericordia alguna además, son muchos los intereses que se encuentran aquí —afirmó Lucart mientras miraba a su alrededor.
—No tienes miedo Lucart, entrarás en una jaula con hombres sedientos de sangre. —Robfrid seguía anonadado mirando a su alrededor.
—Entonces se los daré Robfrid. Será una dura batalla, tengo entendido que mi contrincante nunca ha perdido las apuestas, siempre van a su favor pero, recuerda que tengo el mejor mentor. Lo haré sentir orgulloso, cuando deje fuera al insolente gigante —dijo con cruda seguridad apretando los puños.
—Tengo miedo de que realicen algún tipo de artimaña, como tú lo has dicho, son muchos los intereses y harán todo lo posible para que su luchador siga ganando, y créeme que no es coincidencia que siempre salga victorioso —declaró Harv un tanto preocupado.
—Debemos de estar atentos y lo más importante, no deben de identificarnos, una vez que estos memorizan tu rostro ya lo recuerdan por el resto de sus vidas.
Los jóvenes siguieron caminando y, cuando cruzan por uno de los oscuros pasillos, ven a una joven mujer gritando pidiendo auxilio. A su alrededor, estaban parados tres robusto hombres.
—No tengas miedo muchachita, no te haremos daño —dijo uno de estos con voz ronca.
—¡Por favor tengan misericordia!, mi padre posee muchas riquezas, les dará una gran recompensa —exclamó la joven mujer con voz temblorosa.
—Creo que nos quedaremos contigo jovencita.
—¡Altos, malditos cobardes! —vociferó Lucart.
—¡Ohh! Miren que tenemos aquí. ¿Quieren pelear por la mercancía malditos? No se los pondremos fácil —manifestó uno echando una vil carcajada.
Los tres hombres desenvainaron sus espadas y se abalanzaron contra los jóvenes. Harv con un ligero movimiento esquivó el golpe de su agresor, contraatacó y logró una estocada mortal en el vientre de su oponente. Robfrid mantenía una estrecha disputa, su oponente logró causarle un leve corte en el brazo pero el joven seguía firme sin ceder el paso, llegado el momento, con un rápido movimiento de cadera logró engañar a su rival y dio el golpe final atravesándolo el corazón. Luego se escuchó un golpe secó en el piso, era la cabeza del hombre que atacó a Lucart que giraba por el lodo espeso de lúgubre pasillo. Culminado la riña, se acercaron a la joven que rondaba la edad de estos.