Crónicas de Anthir: Coronas y Corazones

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El sol acariciaba con sus sublimes rayos toda la vasta tierra, era un día de cielos despejados cuyo único protagonista era la inmensa estrella dorada. Las actividades del reino se desenvolvían con normalidad. En el mercado, como era costumbre, había muchos comerciantes vociferando y exagerando la calidad de sus mercancías, niños que correteaban por los confusos pasillos, y compradores que venían de todos los rincones del continente a realizar sus compras y saciar sus caprichos.

—¡Abran las puertas! —ordenó unos de los soldados que custodiaba en lo alto de las murallas.

Los tres jóvenes cruzaron el portón con premura y se dirigieron al centro curativo más cercano para tratar las heridas de Robfrid. Al llegar al lugar, un hombre vestido con una túnica blanca estaba machacando ciertas hierbas haciendo que sus pesados brazaletes que colgaban de sus muñecas chocasen entre si.

—¿Que tenemos aquí? —cuestionó el anciano, luego observó con detenimiento y se percató de la identidad del herido—. ¡Por los cielos! Si es el príncipe. ¡Cómo es que pudo terminar de esta manera!

—Una larga historia —acotó Harv.

—Bien, tráeme la savia de árbol con algodón occidental —solicitó a su ayudante—. Y ustedes, ayúdenme a sacar las piezas de la armadura. —Una vez que desvistieron a Robfrid, el hombre empezó a verter un líquido verdoso sobre las heridas—. Algunas necesitaran sutura, la del hombro es profunda, el corte de la costilla fue un simple roce, pero la de la pierna… —Con mirada crítica negó con la cabeza.

—Solo sutúralo, siento escalofríos —profirió el príncipe con el rostro sudoroso.

—Bebe esto, es palmarosa dulce te relajará un poco. —El anciano empezó a desinfectar las heridas y procedió a realizar las suturas—. Terminamos, ahora ingiere esto, hará que las heridas se desinflamen y cicatricen con más rapidez.

—¡Puaj! Esto sabe horrible —dijo Robfrid gesticulando con asco.

—Sí mi príncipe, pero créeme que este líquido hace maravillas y son muy difíciles de obtener. Ahora bien, guarda descanso y nada de aventuras peligrosas.

Los jóvenes salieron del lugar y se dirigieron al castillo. Al llegar, subieron por las escaleras y entraron al gran salón donde estaban sentados los guardianes y el Rey.

—¡Pero qué…! —exclamó levantándose de la silla Narantriel.

—No es nada padre, solo simples rasguños.

—Tu rostro no me dice eso hijo.

—Tenemos una explicación para todo esto —dijo Harv.

—Pues cuéntenlo, que se traen entre manos.

Harv empezó a comentar como se encontraron con Lucart y la manera en que se desencadenaron los hechos. Después de escuchar el relato, el rey posó la mirada en Miroth.

—Fueron tus órdenes.

—Sí —respondió con gélida voz el guardián.

—No te parece que estas poniendo en riesgo la vida del joven —cuestionó Lakan.

—Díganme, ¿quién de ustedes puede vencerme en una pelea? —Cundo el silencio—. Mi aspirante sabe cuidarse solo.

—¿Con quién has peleado hijo? —preguntó el rey.

—Con un aprendiz de las tropas del enemigo. Era joven como nosotros, pero entrenado rigurosamente —Una fuerte punzada en su pierna lo interrumpió, una vez que el dolor se disipó continuó—. Era hijo de Joros, el mercenario que lo han encerrado tiempo atrás.

Narantriel sin decir palabra alguna bajó la cabeza y volvió a su trono.

—Me recuerdo de aquel niño, con su mirada supe que algún día vendría por mí.

—Señor Miroth, traemos informaciones respecto al enemigo —interrumpió Lucart—. He escuchado hablar a alguien sobre una gran fortaleza que se erigía encima de unos peligrosos riscos, describió que sus murallas eran interminables y que se alzaban varias torres dentro de su territorio.

—¿Acaso no podría tratarse de un hombre rico que simplemente quisiera impresionar a otros demostrando su poder? —dijo Narantriel con tono pesimista.

—Lucart está en lo cierto mi rey. También hemos escuchado hablar a dos hombres sobre lo mismo, de que ciertos pueblos están bajo el mando de un líder y que poco a poco su reinado va creciendo. Un reino que será capaz de derrocar al actual y que se avecina algo grande —explicó Harv.

—¿No tenemos ubicación exacta? —se escuchó la voz de Arktruim.

—No, solo eso —respondió Lucart.

—Sin dudas es un indicio importante. Si bien, han puesto en riesgo sus vidas con una misión con la que no estoy de acuerdo, tengo que admitir que han hecho un buen trabajo a favor del reino —enunció Narantriel con el mentón erguido—. Robfrid ve a descansar y ustedes dos vayan en alguna taberna, digan que van de parte del rey.

Los tres se despidieron, el príncipe se dirigió a su alcoba con un orgullo que no le cabía en el pecho debido a las palabras de su padre y, tanto Harv como Lucart salieron del gran salón satisfechos por la gran hazaña que quedaría en sus recuerdos.

—Has hecho lo correcto Miroth —admitió Narantriel—. Ahora debemos de mandar exploradores en todas las direcciones, tenemos clara desventaja en no saber la ubicación del enemigo.



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En el texto hay: misterios, caballeros y espadas, guerras y pasiones

Editado: 09.11.2019

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