Iban galopando por la senda que rodeaba el gran valle. Innumerables pinos se extendían a lo largo de todo el trayecto. El cielo estaba despejado, dejándolos a merced del toque abrazador del sol. En ciertos momentos se refugiaban bajo alguna sombra, para renovar las fuerzas y proseguir con el camino.
—Siento que se me quema la piel —dijo Robfrid secándose el sudor con una mano.
—Tienes razón, brilla como nunca —acotó Harv mientras ajustaba sus riendas.
—¿Crees que vamos en la dirección correcta?
—Es la senda más segura, las otras son más cortas pero son difíciles de transitar.
—Ya nos estamos quedando sin agua, deberíamos conseguir lo antes posible —Robfrid dio un largo trago de su cantimplora
—¡Bien, al trote se ha dicho!
Ambos volvieron a salir en la ardiente senda. Los caballos se notaban agotados pero estos no podían darse el lujo de estar descansando a cada rato. Mientras galopaban, a lo lejos vieron una pequeña cabaña que se encontraba bajo un frondoso árbol, disminuyeron la velocidad y se dirigieron al lugar. Frente a la casa, vieron a un hombre de mediana estatura que estaba cortando leños con una diminuta hacha. Ambos descendieron de sus caballos y de manera sumisa se acercaron al hombre.
—Buenos días buen hombre —se dirigió respetuosamente el príncipe.
El hombre los recibió con una seria mirada.
—¿Qué es lo que quieren?
—Somos aspirantes del reino. Solo deseamos un poco de su hospitalidad.
—¿Hospitalidad? Es una palabra desconocida no crees —respondió indiferente el hombre.
—Puede que si señor, pero aún muchos tenemos conocimiento de ella.
—Pues… sigan con su camino, no tengo nada que ofrecerlos.
—No quisimos molestarlo, gracias por su atención —Robfrid se despidió amablemente.
Ambos un poco decepcionados dieron la vuelta pero, mientras se retiraban escucharon su voz.
—¡Esperen! Solo los estaba probando, digamos que las cosas no andan muy bien, ya saben… la sangre corre por todos lados en este tiempo. ¿Qué es lo que necesitan jóvenes?
Robfrid con una sutil sonrisa se acercó al hombre.
—Necesitamos llenar nuestras cantimploras. El calor hace que solo nos duren unos pocos sorbos.
—Acompáñenme.
Ambos siguieron al extraño. Su patio estaba rodeado de grandes rocas y en el medio del terreno había un pozo artesanal. El lugar era acogedor y tranquilo.
—Un bello lugar —nombró con amabilidad Harv.
—Es así, pero todo tiene su precio. Muchas bestias salvajes se encuentran por este lugar, sin dejar de lado los forasteros. —El hombre subió un balde rebosante de agua, sacó las marras y se los dio—. Agua fresca, beban todo lo que deseen.
Desesperadamente metieron sus cantimploras al balde y dieron largos tragos sin siquiera respirar.
—Veo que tienen sed. ¿Qué les trae por estos lugares?
—Una misión señor —Robfrid aún recuperaba la respiración.
—¿Qué tipo de misión?
—Se nos encomendó rescatar a alguien. Nuestro enemigo nos llevan dos días de ventaja.
—Ya veo, ¿ya conocen a los culpables?
—Sí, un grupo de los Rojan.
—¡Están locos, regresen por donde vinieron de inmediato y olvídense de esa locura! —El hombre los miró con pena—. Son demonios en forma de hombres, no tienen misericordia alguna. ¿Qué creen que los harán cuando los capturen? Pues se los diré, los despellejaran día a día viendo cómo se quedan sin piel, luego jugaran a las apuestas con sus cabezas —manifestó con labios temblorosos mientras describía a los vándalos.
—Las misiones están para ser cumplidas y estamos dispuesto a continuar. De casualidad, ¿no ha escuchado o visto algo?
—Ahora que lo dices… escuché pasar a una caravana a media noche —dijo el hombre tomándose del mentón.
—Tienen que ser ellos —acotó Harv.
—Por los cielos… —dijo el hombre con rostro pálido—. Si se hubiesen detenido… —se quedó pensando pero luego sacudió la cabeza para despejar los malos pensamientos—. Bien, traigan a sus caballos para que beban.