Crónicas de Anthir: Coronas y Corazones

Restitución

Al lado de las dos bestias se encontraba Miroth, mientras que los aspirantes y Katrin se situaban a una distancia prudente, ya que caminar cerca de aquellos seres salvajes se tornaba un tanto incómodo, aparte de que a nadie le agradaba la idea de ser comida para lobos.

Los animales ya podían sentir el barullo que provenía del reino, situación que los ponía inquietos.

—¿Estás seguro Miroth? Déjame decirte que no se ven nada amistosos. Ni siquiera me animo a imaginar lo que serían capaces de hacer si se descontrolan —señaló Robfrid.

—Mientras estén conmigo no serán una amenaza.

—Porque no los atas por unos árboles en las afueras del reino, ¡y con unas buenas cadenas! —dijo Lucart mientras miraba con temor a las fieras a lo lejos.

—Son criaturas libres o, ¿acaso te gustaría estar atado o encerrado?

—Pues no tengo colmillos capaces de desgarrar lo que sea y tampoco un instinto asesino —refutó su aprendiz, luego los afilados ojos de Miroth se posaron en él—. Bueno… quizás esté equivocado —se excusó.

Katrin se acercó y le habló en voz baja.

—De veras siempre es así.

—Ahora está de buen humor.

—¡Vaya! Qué carácter.

Al llegar al portón principal, los soldados quedaron atónitos al mirar a los lobos

—¿¡Pero… qué es esto!? No los dejaremos pasar con esas bestias, el rey no lo permitiría.

—Entonces tendrán que trepar los muros —amenazó el guardián ya impaciente.

—Disculpamos Señor Miroth —apoyó su lanza por el piso y con firmeza dijo—: No permitiremos la entrada de esas bestias —señaló mientras oía el intenso gruñido de los lobos.

En eso se escuchó el galope de unos caballos, estos se dieron la vuelta y  vieron al Rey acompañado de los dos guardianes. Descendieron de sus monturas y, Lakan con algarabía se dirigió directo a los lobos y los empezó a acariciar.

—Hace tiempo no veo a uno de estos.

—Son míos, aléjate —indicó Miroth con una mirada penetrante.

Al verlos, Narantriel pegó un grito al aire.

—¡Qué hacen estos monstruos aquí! ¡Creen que los dejaré pasar, de ninguna manera!

—Si los adiestramos podríamos rastrear lo que sea. Tenerlos de nuestro lado sería de gran ayuda, no solo sirven para destripar enemigos.

—Si tú y Miroth así lo desean pues bien, pero deberán bordear los muros. El cuidado estará a cargo de ustedes, solo intenten que no se coman a nadie —gruñó.

Robfrid se aproximó a su padre y le susurró algo. Narantriel se encaminó hasta la callada mujer que estaba a sus espaldas, lo miró a los ojos y posó ambas manos sobre sus hombros.

—Katrin —nombró el rey con un sincero gesto.

—Narantriel... —asintió la mujer.

—Es bueno tenerte de vuelta, sé que no son las mejores circunstancias las que nos vuelven a unir, pero te doy la bienvenida.

—Gracias —manifestó con timidez.

Lakan logró convencer a Miroth de llevar a las bestias rodeando el reino y, los aspirantes, el rey y la nueva visita se adentraron el reino.

Katrin miraba con detenimiento los anchos pasillos de la ciudadela, aquellos en los que por muchos años correteó en su infancia. Cuando pasaron por el mercado principal, sintió una profunda añoranza debido a que Raulf siempre lo traía a la panadería para comprar los panes argollas que eran sus favoritos. Notó las nuevas tabernas que se encontraban al paso y la cantidad de herrerías que anteriormente escaseaban.

—Las cosas han cambiado bastante por aquí —afirmó esta.

—Sí, los pueblos aliados han crecido en todo sentido. El auge del comercio despertó drásticamente en estos últimos años.

—Los aspirantes. ¿Qué te parecen?

—Llegaron en el momento indicado. Estamos en medio de un paradigma que aún desconocemos y que nos sigue desconcertando. Como ya lo has visto, hasta los descendientes antiguos se han hecho presentes.

—Una guerra —indagó Katrin enarcando una ceja.

—Diría que va mas allá de eso, una simple guerra no nos tendría acorralados de esta manera —manifestó con seriedad Narantriel.

—Tu hijo y sus amigos son un tanto especiales. Los he visto pelear y dominan el arte de la lucha a pesar de ser jóvenes.

—Sí, el día de mañana serán piezas fundamentales para el reino, aunque aún les falta adquirir experiencia en la política y en el comercio —miró al joven aprendiz de Miroth que estaba jugando una broma a Gunterling—. Y a Lucart... quizás un poco de cortesía —indicó sonriendo.

—Estoy de acuerdo —indicó. En eso se cruzó con un caballero que lo miró con semblante serio—. ¿Qué tan mala es la situación? ¿Quién es este enemigo que hace temblar al mayor gremio del continente?

—No te lo puedo decir ahora —respondió cabizbajo.

—No te preocupes.

Siguieron caminando por las calles del reino de color ocre, pasaron por el jardín del castillo y luego se adentraron al gran salón. Los aspirantes se quedaron en las afueras de la fortaleza, y ellos descendieron por una de las escaleras en dirección al salón del consejo. Al final del pasillo, se hallaba la ornamentada puerta por la que estaba tallado el símbolo de los Caballeros Sabios. Sabiendo lo que lo esperaba, katrin empezó a temblar y se rezagó.



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En el texto hay: misterios, caballeros y espadas, guerras y pasiones

Editado: 09.11.2019

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