Los hombres dentro de las tabernas empezaron a desesperarse y se escondieron bajos los tablones. El grupo de jóvenes y Katrin desenvainaron sus espadas y se dirigieron hacia la vía principal para entender lo que estaba sucediendo.
Las filas de caballeros minaban las calles, los jinetes se adentraban con prisa por los pasillos, los ciudadanos se encerraban en sus casas y otros corrían desesperadamente en busca de algún refugio.
Viendo esto, se dirigieron al castillo con prisa. Al llegar, vieron a todos los caballeros sabios montados en sus caballos de guerra.
—¿Que sucede Caballero Klurc? No veo a mi padre.
—Nos asedian los Rojan. —El robusto caballero posó la mirada en mujer—. Llegaste justo a tiempo.
—Klurc —asintió con la cabeza—. Supongo que tendré que cortar algunas cabezas.
Klurc sonrió y siguió a los otros caballeros que salieron disparados hacia los portones. Luego vieron a Miroth y decidieron seguirlo.
Algunos Rojan saltaban hábilmente sobre los techos de las casas, en cada esquina había contiendas entre ladrones y caballeros, los gritos desgarradores y los ruidos metálicos emergían de los oscuros pasillos.
Sin darse cuenta llegaron al Gallory. Los cuerpos yacían ensangrentados tiñendo de rojo el lujoso piso de mármol. El fuego consumía gran parte del edificio y de el salían personas envuelto en llamas, algunos se lanzaban al piso y se retorcían como gusanos, y otros simplemente yacían quietos llamando a la muerte con un grito desgarrador.
Un numeroso grupo de forasteros se encontraban en el lugar robando las reliquias del lujoso edificio y, cuando se percataron de la presencia de Miroth estos lo atacaron. El guardián masacró a todos ellos sin el mínimo esfuerzo.
—¿Por qué el Gallory? —indagó Katrin en medio del caos.
—Creo que va en busca de su compañera de alquimia. —Lucart estaba impactado por todo el daño que causó el gremio de ladrones en tan poco tiempo.
En ese momento cinco miembros del Rojan saltaron de un campanario que se encontraba en las cercanías del Gallory, todos estos de rango medio.
Al mirar el grupo de aspirantes se acercaron con pasos lentos y luego acometieron con velocidad dando lugar a una lucha. El hombre que se acercaba a Lucart era alto como un pilar y sus largas extremidades sostenían una larga cadena cuyas puntas tenían forma de cuchillas.
—Ven aquí mocoso, solo te desollare.
—Ya he escuchado a hombres como tú y no terminaron completos.
El hombre empezó a girar su cadena, ambas puntas iban y venían de lado a lado. Lucart esquivó algunos ataques y luego con su espada logró liar una de las puntas, sacó una daga y saltó hacia su oponente pero, el ágil ladrón lo burlo y le propino un brutal puñetazo en la cara.
Cerca de la lujosa fuente cuyas aguas eran de un color carmesí se encontraba Harv luchando con un pícaro que llevaba consigo dos filosas dagas. El hombre estaba vestido de negro y tenía puesta una capucha que le cubría el rostro. El Rojan con sus dos módicas cuchillas sobrepasaban la defensa del aspirante, debido a que este no tenía la experiencia suficiente en luchar con rivales con ese tipo de armas. El habilidoso bandido se apoyó en la superficie de la fuente, realizó una voltereta y le propinó a Harv un fuerte punta pie en el pecho que lo dejó sin aliento.
La riña del príncipe era con un corpulento hombre de panza prominente y redonda. Su rostro estaba repleta de cicatrices, tenía una larga cabellera trenzada y empuñaba un hacha cuyo mango era de huesos parecidas a la de un humano.
—Que pasa niño… tienes miedo o, el ratón te ha comido la lengua. No te preocupes yo te comeré todo el cuerpo —dijo jocosamente.
El hombre lanzó un fuerte golpe, Robfrid los esquivó y vio la profunda grieta que dejo en el piso aquella terrible arma, dejando en claro la brutal fuerza de su oponente.
Gunterling tenía problemas con la lanza de su enemigo, ya que sus ligeros pasos eran casi imperceptibles y sus golpes eran suaves como el viento, lo cual dificultaba realizar un contraataque. Katrin en cambio estaba guerreando de igual a igual cerca de Gunterling, todos estaban siendo superados.
Dentro de lo que anteriormente era el edificio más lujoso Miroth buscaba en cada habitación rastros de Arissa y su padre, pero solo se encontraba con miembros del Rojan que los acaba sin piedad. Las alcobas ya iban acabándose y aún no los encontraba. Cuando terminó de examinar cada una de ellas se dirigió a la terraza y, fue ahí que vio aquel cuerpo que yacía al costado de las escaleras, se acercó y sintió que algo retorció con fuerza su corazón.
El padre de Arissa tenía incrustada una espada en el vientre. El guardián cerró los ojos del anciano que aún retenían el miedo de su inminente muerte. Miroth empuñó su filo con ardimiento y sin emitir palabra alguna subió a la terraza. Al llegar, vio que en una de las esquina estaban varias mujeres, algunas estaban llorando, otras poseídas por la desesperación; pero luego reconoció aquel rostro. Arissa estaba quieta, en silencio y con la mirada apagada.
En ese momento de las sombras salieron cuatro vigorosos hombres que se acercan con viles sonrisas.
—Vaya… vaya, si es el Gran Guardián Miroth, las lenguas no mentían acerca de tu cabellera. Me pregunto si lo que dicen de tu brutalidad también es verdad —dijo uno mientras lamía el filo de su espada.