Ese día Maria no pudo seguir fingiendo que no pasaba nada. Fue a la oficina de dirección y pidió hablar con la psicóloga del Ministerio, Dafne Vlahou, que había vuelto por una inspección rutinaria. María la esperó en la sala de reuniones, con los dedos entrelazados y el corazón acelerado. Cuando la mujer llegó, con su rostro afable y su carpeta repleta de protocolos, María no dudó.
—Necesito que evalúe a uno de nuestros niños —dijo con una voz firme que sorprendió incluso a ella misma—Un examen completo. Neurológico. Psicológico. Psiquiátrico si hace falta. Uno que incluya detección de psicopatía.
Dafne frunció el ceño.
—¿A cuál niño?
—A NN.
La sala de evaluación estaba montada con sencillez: una alfombra gris, una mesa de madera clara, dos sillas pequeñas, una caja de juguetes en la esquina y una cámara discreta en lo alto de la pared. Dafne Vlahou, psicóloga del Ministerio, llevaba casi dos décadas evaluando casos complejos. Había entrevistado a niños violentos, maltratados, criminalizados. Pero nunca había recibido una petición como la de María:
“Quiero que le haga una evaluación de psicopatía a un niño de tres años.”
Y aún más extraño: María no lo pedía con miedo, sino con urgencia contenida, como si no actuar significara algo peor que exagerar.
Dafne revisó la ficha del niño. Sin nombre. Sin antecedentes familiares. NN. Masculino. Sin historial de conductas agresivas, sin incidentes registrados oficialmente. Pero un entorno… deteriorado. Accidentes. Silencios. Muerte.
Cuando entró al cuarto, NN ya estaba allí. Sentado. Recto. Con los pies colgando y el cuerpo inmóvil. No tenía peluche. No tenía expresión. Solo ojos.
Dafne cerró la puerta. Encendió la grabadora de respaldo. Se sentó frente a él. Y sonrió.
—Hola. ¿Sabes quién soy?
—No.
—Soy Dafne. Estoy aquí para hablar contigo. ¿Está bien?
—Sí.
—¿Sabes por qué estás aquí?
—Porque la señora de los lentes me tiene miedo.
—¿María?
—Sí.
—¿Y por qué crees que te tiene miedo?
—Porque sé cuándo va a mentir.
—¿Tú sabes cuándo la gente miente?
—Sí.
—¿Cómo lo sabes?
—Miran distinto. Respiran distinto. Parpadean en lugares raros.
—Eso es muy observador de tu parte. ¿Te gusta mirar a las personas?
—Sí. Son más interesantes cuando no saben que los estoy mirando.
—¿Por qué?
—Porque ahí es cuando se sueltan.
—¿Te gusta verlos soltarse?
—Sí.
—¿Qué pasa cuando se sueltan?
—Hacen cosas que luego quieren esconder.
—¿Y tú escondes cosas?
—No.
—¿Nunca?
—No lo necesito.
—¿Por qué no?
—Porque nadie me busca.
—¿Qué sentirías si alguien rompiera uno de tus juguetes?
—Depende del juguete.
—¿Y si es tu favorito?
—No tengo favoritos. Tenía uno. Ya no.
—¿Qué pasó con él?
—Lo rompieron.
—¿Quién?
—Mario.
—¿Y qué sentiste cuando lo rompió?
—Un vacío aquí —dijo, tocándose el pecho.
—¿Te enojaste?
—No.
—¿Lloraste?
—No.
—¿Quisiste que le pasara algo malo?
—No quise. Pero supe que iba a pasar.
—¿Por qué?
—Porque lo merecía.
—¿Qué significa merecer algo?
—Significa que lo que te toca, te toca por dentro.
—¿Tú crees que él merecía morir?
—Sí.
—¿Tú lo mataste?
—No.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿Y si lo hubieras hecho?
—Lo habría hecho sin dejar marca.
—¿Qué sentirías si hubieras sido tú?
—Lo correcto.
—¿Sabes qué es el bien y el mal?
—Sí.
—¿Y cuál prefieres?
—El que me sirve.
—¿Tienes amigos aquí?
—No.
—¿Por qué no?
—No me hacen falta.
—¿Te sientes solo?
—No.
#504 en Detective
#374 en Novela negra
#590 en Joven Adulto
experimentos geneticos, infancia lleno de traumas, psicología oscura
Editado: 17.08.2025