Crónicas de la Arena: El Kazekage, El Clan y El Misterio.

CAPITULO 23

CRONICAS DE LA ARENA

 

CAPITULO 23.

La oscuridad y tranquilidad de su celda, la hacían sentir en paz.

Más esta no duro mucho. Solo habían pasado horas desde que la habían encerrado.

―Ann-sama, levántese ―emitió el guardia, quien tenía como unos diez compañeros detrás suyo―. Su juicio está a punto de empezar y la necesitan presente.

―Supongo que es inevitable ―expreso la Taiyō, levantándose tranquilamente del suelo donde se encontraba―. ¿Puedo pedirles algo, mientras vamos al lugar? ―termino diciendo mientras extendía las manos para que le colocaran los grilletes de acero.

―No… no lo sé… ―le respondió con miedo contenido, el guardia, que temblorosamente le colocaba las esposas, para tomar distancia.

― Tengo deseo de comer una manzana, verde si se puede, por favor ―emitió directamente Ann, mientras empezaba a caminar hacia el pasillo, arrastrando los grilletes de los pies.

Su expresión era de alguien quien parecía haber perdido todo motivo por el cual vivir. Llevaba vestido una camisa y pantalones sueltos, de color crema. Su extenso cabello rubio se balanceaba como un dragón dorado volando solitariamente en el cielo.

―Ah, denle lo que pide, no hay nada en las reglas que prohíba alimentar a los presos ―emitió una voz conocida para ella, entre medio de los guardias.

Ann se detuvo por unos segundos, mas no volvió su mirada hacia atrás. Siguió caminando.

―Ah… será como usted diga, Kankurō-sama ―expreso el guardia, mientras le hacía un gesto de mandado a uno de sus compañeros.

El recorrido se efectuó en silencio. La Taiyō iba delante, con un par de guardias a su lado y el resto, incluyendo a Kankurō, iban detrás.

Mas el silencio no duro mucho. Como tenían que pasar por los pasillos, con celdas llenas de reos. Los silbidos y bufonerías no tardaron en llegar.

― ¿He? ¿Tan rápido se va la chica bonita?

―Hey guapa, sácame de aquí y prometo satisfacerte en todos los sentidos que te imagines.

― ¿Ka? ¿Ya se va la perra rubia?

Las groserías empezaban a escucharse más y más.

Kankurō frunció el ceño. Iba a actuar para que el bullicio parase, mas reacciono demasiado tarde.

Vio como cientos de agujas doradas provenientes del cabello de la Taiyō, cruzaban a centímetros de su rostro y del de los guardias y se adentraban a las celdas de la cuales provenían los insultos.

Gritos desgarradores de dolor y ayuda empezaron a escucharse al unísono.

― ¡Ann! Detente ―exclamo Kankurō al mismo tiempo que se acercaba a ella, pasando por entre medio de las agujas que habían formado su cabello.

Los demás guardias se habían tirado al suelo y temblaban horrorizados ante lo que habían apreciado sus ojos.

Uno de sus cabellos lo sujetaron, inmovilizándolo.

El castaño soltó una blasfemia, al notar que no podía hacer nada.

― Escuchen bien lo que voy a decir, escorias ―hablo la Taiyō con frialdad―, les falta mil reencarnaciones para ser dignos de hablar de mí, con sus apestosas y sucias bocas… Así que discúlpense.

Pero los presos heridos, parecían no escucharla y seguían quejándose del dolor.

Las agujas entendibles de su cabello, se volvieron más filosas, adentrándose más en las heridas de sus víctimas.

― ¡Si no se retractan, los perforare lentamente hasta que mueran del dolor, en vez de la falta de sangre! ―grito esta con toda esa furia contenida que tenía en su corazón.

―Por… favor… perdón… ―empezó a decir con temor, uno de los heridos de la celda.

―Si… si… discúlpenos… por favor… ―expreso de forma tartamuda otro reo.

―Perdón… perdo… nenos…

―Hija del sol… piedad… por favor…

Las suplicas empezaron a llover. Y se mantuvieron por casi un minuto. Los ruegos desgarradores de los presos, aumentaban más el temblor en los guardias tendidos en el suelo, los cuales empezaron a ver, como los hilos rubios, empezaban a recubrirse de líquido carmesí. Era como si el cabello de la Taiyō fuera un monstruo sediento de sangre, con propio albedrio.

Los hilos dejaron de estar tensados, liberando a sus víctimas, quienes empezaron a gritar del dolor, nuevamente.

El cabello volvió a la normalidad, acomodándose detrás de su dueña.

La mitad de este había tomado un tono rojizo, debido a la sangre que goteaba.

― Bien, podemos continuar ¿no? ―dijo la Taiyō, quien no se había movido de su lugar, empezando a caminar lentamente.

― ¿Acaso eres estúpida? ―le reprocho Kankurō, mientras la alcanzaba y la zarandeaba de los brazos a modo de reproche―. Suficiente tienes con tu situación actual, como para que te estén aumentando cargos por violencia.

― Dime castaño ¿Cuánto valen las vidas de esas escorias encarceladas? ―le respondió la Taiyō, volviendo a poner una expresión muerta en su rostro―. ¿Porque alguien como yo, que dedicó su vida entera al servicio de esta aldea, tuvo que ser clasificada y puesta en este lugar como una de ellos?

Kankurō la soltó, volteando su mirada a un lado.



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En el texto hay: comedia, drama, accion con poderes

Editado: 19.01.2020

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