Crónicas de la Conspiración

IV - La conspiración comienza

IV 

La conspiración comienza

Apenas se conocieron Adam Weishaupt y Mayer Rothschild, ya sintieron un profundo respeto el uno por el otro. Adam, porque conocía la reputación del orfebre y Mayer porque admiraba la brillantez ideológica e intelectual de su nuevo amigo. 
Después de debatir todo un día sobre datos históricos, filosóficos y sociales, Mayer se sintió fascinado por la sabiduría de su nuevo amigo, ya que éste, sin necesidad de tener un papiro que lo colme de una inteligencia suprema, igualaba y casi superaba sus conocimientos.
Luego, comenzaron a platicar sobre sus experiencias vividas, también de sus éxitos y sus fracasos y el camino que los llevó a conocerse. Ambos quedaron sorprendidos por los relatos del otro, ya que lo sobrenatural predominó en sus vidas y en sus antepasados, porque todo su destino se fue hilvanando como un producto de una voluntad divina que cambiaría el rumbo de la humanidad. Mayer invitó a Adam a descansar en sus aposentos, pero éste se negó argumentando que tenía muchas cosas que hacer.
Una semana después de su encuentro se volvieron a ver, pero esta vez en una reunión estrictamente profesional. Se trataba de la razón por la que se encontraron: la de controlar el mundo y entregárselo al dominio del dios Horus.
Adam, Mayer y un reducido séquito de personas, estaban debatiendo como debía comenzar la conspiración. Rothschild les explicó que todo estaba detallado en una inscripción impresa en su papiro, escrito por el faraón Kefrén inspirado por Horus en persona y que le fue entregado a un judío de su propio linaje, con la intención de transmitir su contenido de generación en generación. Después les dijo que ese mismo judío era un tatarabuelo suyo, por lo cual, también él –Mayer- formaba parte del linaje de Horus. Dijo que le estaba encargado iniciar un nuevo mundo y que sus descendientes proseguirían con su legado.
-Mi papiro –prosiguió Mayer – contiene todos los pasos que hay que seguir para concretar nuestra misión. En ella están impresos todos los sucesos, una especie de agenda mundial que iniciaremos nosotros y que nuestros hijos y sus hijos perpetuarán.
“Hay partes impresas que detallan específicamente como se debe proceder. Y hay otras en la que solo figura el título del suceso histórico que nosotros y nuestros descendientes debemos construir”.
“Deben comprender que una vez que comencemos con esto ya no habrá vuelta atrás. Y aquel que se rebele o abandone nuestra causa será asesinado por uno de mis hombres. ¡¿Entendido?!”.
Todos los presentes asintieron. 
-¿Y qué nombre llevará nuestra organización? –preguntó uno de ellos.
-Guardianes de la Luz –dijo Adam -. Así me lo encomendó Horus.
-Nos veremos dentro de una semana –dijo Mayer.
Y sin mediar más cada uno siguió su rumbo.

Un poco tiempo después, de varias reuniones secretas en la secta “Guardianes de la Luz”, Johann Adam Weishaupt, comenzó a ejercer la cátedra de derecho en la Universidad de Ingolstadt. Mientras tanto, disfrutaba de la salud de su esposa Afra Sausenhofer, desde que ella pudo sanar de su enfermedad terminal. Además, estaban esperando a su primogénito, Nanette. Tenían una vida calmada y próspera. Pero, por otra parte, los padres y hermanos de Adam, no fueron revividos, como le prometió el espíritu del dios Horus.
Al culminar una de las reuniones sectarias, Adam le planteó el asunto a Mayer sobre el pacto que hizo con Horus para revivir a sus parientes muertos, y el engaño del dios egipcio al no cumplir con su palabra.
-Es imposible revivir la carne humana, muerta y putrefacta –dijo Mayer -. Y Horus no ha roto con su palabra. Los padres y hermanos que perdiste, revivirán reencarnando a tus hijos con Afra.
-¿Cómo sabes eso?
-Por el poder del papiro.
Mayer le contó a Adam sobre el poder del pergamino, pero éste no sabía que le daba el conocimiento suficiente para predecir ese tipo de cosas.

Gutle Schnapper, hija de Wolf Salomon Schnapper, era una joven de diecisiete años, de rasgos marcados, ojos negros, tez clara y de cabellera larga y oscura.
Mayer la había conocido de niño, cuando su padre aun vivía. El progenitor de la joven solía comprar metales preciosos en el negocio de orfebrería de la familia Bauer y desde allí, ambos niños se quisieron. Jugaban en las calles de Frankfurt enamorados, pero sin sospechar que ese amor duraría para siempre.
Luego la familia Schnapper se mudó de Frankfurt a Londres, por asuntos laborales del padre. 
Pero, los Bauer y los Schnapper se volverían a encontrar. Al ver que los niños Mayer y Gutle se llevaban bien y del poder adquisitivo que poseían ambas familias, los padres de ambos acordaron que sus hijos se casarían. Mayer le pagaría a su futura esposa una dote de dos mil cuatrocientos florines, una gran suma para la época.
Una década después del acuerdo, Gutle volvería a Frankfurt para cumplir con el trato. 
Mayer, se encontraba trabajando como consejero y mano derecha del príncipe William, cuando su prometida apareció en el castillo del monarca. Rothschild la reconoció de inmediato y quedó deleitado por su belleza. 
-¿Tu eres…? –titubeó Mayer sorprendido.
-Soy Gutle Schnapper, tu amiga de la infancia y futura esposa.
Al orfebre solo le bastó esa corta interacción para quedar enamorado nuevamente de su prometida. Y Gutle se sintió feliz por reencontrarse con Mayer, esperando toda su juventud en casarse para cumplir su sueño de conformar una familia. Junto a ella estaba su padre Wolf Schnapper, dispuesto a entregar la mano de su hija. 
Los tres, marcharon hacia Frankfurt en una carroza ostentosa para instalarse en la mansión donde residía el joven Rothschild. Platicaron un rato sobre todo lo que vivieron en sus diez años de  ausencia. Gutle contó que se había muerto su madre y Mayer mencionó sobre la muerte del suyo. Después, el joven les relató cómo se alió al príncipe William, pasando de la anécdota en el castillo de los Kolmer y su mayordomo hasta como se amigó con el general von Estorff, pero sin ultimar en detalles, sobre la conspiración secreta que estaba construyendo y sobre la existencia de su preciado papiro.
Después de cenar un delicioso manjar, Wolf planteó repentinamente a su yerno: “Debemos decidir sobre la fecha del casamiento lo antes posible”.
-Creo que no debemos apurarnos- dijo Mayer -. Además tengo muchos asuntos aún por resolver.
-¿Qué asuntos? –preguntó Gutle. 
-Eh… asuntos… –dudo Mayer, buscando un pretexto para no nombrar su compromiso con la secta – con el banco Oppenheimer y con el príncipe William.
-Ah, ya veo –dijo Wolf -. Igualmente deberíamos fijar una fecha.
-¿En qué fecha estamos? –dijo Mayer.
-Veinticuatro de mayo de 1773 –contestó Wolf.
-¿Qué les parece dentro de cinco meses? –planteó el joven.
-¿En octubre? –dijo Gutle. 
-Creo que esa fecha está bien.
-Estoy de acuerdo –dijo la joven.
-Yo también –afirmó su padre.

Una semana después, Mayer, salió de su casa en uno de sus días libres para marchar nuevamente a su secta. Gutle, por mero instinto, se dio cuenta que su prometido ocultaba algo, y se decidió a perseguirlo silenciosamente para ver que tramaba.
Mayer, recorrió varias calles en la ciudad de Frankfurt hasta llegar a un recinto pequeño, cuya puerta tenía la inscripción de la Estrella de David trazado con un rojo intenso, emblema que representaba su organización, su nuevo apellido y al número de la bestia, en relación al diablo y a Horus, que son la misma persona.
El orfebre se dio vuelta, pensando que alguien lo seguía pero no vio a nadie e ingresó al recinto y abrió la puerta que se encontraba cerrada con llave. 
Gutle quedó enfrente de la puerta, sin saber qué hacer, si entrar descaradamente al edificio o esperar que su prometido salga para encararlo y preguntarle lo que escondía. Se decidió a esperarlo.
Después de unas cuantas horas, Mayer salió de la pequeña finca. Caminó unos metros y su amada lo sorprendió cargándose a sus espaldas.
-¿Dónde estuviste? –le preguntó.
-¿Me estuviste siguiendo? 
-Eh… no.
-Vengo de tratar unos asuntos importantes.
-¿Qué asuntos?
-Eso no es de tu incumbencia.
-Si voy a ser su esposa, tendremos que sincerarnos, May.
May es como Gutle lo apodó siempre.
-Mas tarde te cuento –dijo el joven, tratando de evadir la insistencia de su futura esposa.
Llegaron hasta la mansión y descansaron.
Al día siguiente, la joven, le planteó otra vez a su amado porque se iba en secreto y porque no le quería decir que hacía en el edificio a donde concurría. Mayer se negó otra vez a decirle lo que tramaba y Gutle le armó una escena de celos. Creyó que la engañaba con otra. Mayer tuvo que inventar excusas y a contener a su prometida y le habló con palabras dulces hasta que la tranquilizó.
Un par de días después, Mayer se dirigió otra vez a sus reuniones sectarias, y Gutle lo siguió nuevamente. Pero esta vez, ella no dudó en cruzar la puerta. A penas el joven Rothschild entró a la casucha, su amada lo sorprendió de atrás.
-¡¿Otra vez aquí?! –exclamó furioso Mayer.
-¡Dime ya! ¡¿Ves a otra?!
-No, él no ve a nadie –dijo una voz del interior de la casa –. Excepto a nosotros.
Era Johann Adam Weishaupt. Estaba sentado con otros quince individuos alrededor de una mesa enorme.
-¿Quiénes son ellos? –exclamó Gutle.
-Mis compañeros.
-¿Compañeros de qué?
-Vas a tener que contarle todo –dijo Adam –. Recuerda que tus hijos serán sucesores por nuestra causa, Mayer. Y ella será la madre de ellos. Debe estar informada.
Y de forma breve, le contaron las razones principales de la reunión en la secta y su plan de conspiración mundial.




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