Llegado a la ciudad fronteriza de Tyranto, donde la muralla separaba el territorio original de los draconianos y la resiente conquista del resto de la isla de Nyssa, una gran fiesta comenzó a celebrarse.
Las noticias viajaban rápido, debieron de suponer que el príncipe del imperio había tomado rumbo al sur. La única puerta de la muralla se encontraba en esta ciudad. Las otras dos se encontraban al oeste y norte, en las ciudades de Syr y Mirno respectivamente.
Mi hermana iba rumbo al oeste, cruzaría la puerta en la ciudad de Syr y seguramente haría, como yo, una parada de descanso.
Este sería nuestro último lugar para descansar cómodamente y con seguridad.
Un día cualquiera habría festejado hasta entrada la madrugada con los leales a la corona, pero mi misión era realmente importante. Solo tomé un rato y escuché canciones hasta que decidí que era hora de salir de la taberna e ir a la habitación de la posada que estaba a unos cuantos pasos del lugar.
Pasé la noche allí y cuando el sol recién salió me puse en marcha. Le mostré a los guardianes de la entrada sur el permiso de salida firmado por mi padre y las puertas que triplicaban mi tamaño comenzaron a abrirse.
Solo se abrieron lo suficiente para que yo pasara con mi caballo, para aquellas puertas enormes solo era una rendija.
Las murallas alrededor de Draco eran prácticamente impenetrables. La idea principal era que divida en dos la isla de Nyssa, una línea divisoria que iría del suroeste al noreste separando los antiguos territorios de Caeli y Draco por un lado y Siren y Terra por el otro.
Pero nuestros aliados nos traicionaron, mi padre hizo cerrar nuestro territorio y comenzar con la guerra en contra de los tres clanes de Nyssa.
Ahora, todos los draconianos recordábamos bien la traición pero no hablábamos de ello. Estaba terminantemente prohibido mencionar algo sobre los antiguos clanes, ahora solo existía el imperio.
Cuando las puertas monumentales se cerraron detrás de mí emprendí mi viaje con el camino de tierra, mi primera parada era en un pueblo del otro lado del valle muerto. Podía ver desde mi posición los árboles carbonizados, el lodo cubriéndolo todo… era una imagen tétrica y austera.
Así era cada parte alrededor de la muralla y por afuera de Draco. Nuestro pueblo había utilizado el arma más mortal que teníamos: el fuego. Mi familia había procurado la victoria, montados sobre dragones y escupiendo fuego, arrasándolo todo.
No solo habíamos conseguido la victoria, sino que también la venganza para todo nuestro pueblo y para nosotros mismos también.
Cuando llegué al valle muerto el ambiente se tornó pesado y lentamente las gotas de sudor comenzaron a caer por mi frente. Me ajusté más la capucha intentando que cubra mi cabello rojizo y estuve alerta a cualquier señal de movimiento.
Con Aruna habíamos estudiado cada detalle de nuestros caminos, se suponía que el mío iba a ser el más dificultoso por varias razones.
Para empezar, el valle muerto era un lugar donde grupos de ladrones les gustaba sorprender a los viajeros. No es como si yo no pudiera con unos cuantos de ellos, más bien habíamos decidido mantener un perfil bajo y usar nuestros poderes solo en casos de extrema necesidad. No queríamos que las personas supieran por dónde estábamos viajando, nunca sabíamos cuándo un traidor al imperio estaba observando.
Uno de ellos no podría conmigo, pero varios bien organizados… Y mucho más si era aquel grupo que con mi padre sospechábamos que son leales a Caeli.
Lo siguiente sería no toparse con las criaturas de este lugar, cuando sucedió la guerra este era un bosque lleno de vida y naturaleza. Ahora era un lugar muerto. Se dicen muchas cosas, los viajeros cuentan sobre extrañas criaturas sedientas de sangre draconiana.
Cuando yo me reí, Aruna había hecho un gesto serio y clavado su vista en algún punto del libro que sostenía.
— Lo más probable es que sea cierto, Kalu — Dejé de pasar las hojas de mi libro aburrido y le presté atención — Tal vez haya criaturas que sobrevivieron a la guerra, si lo hicieron es porque fueron lo bastante astutas para sobrevivir. En ese caso, no deberías subestimarlos.
Si algo había aprendido a lo largo de los años es que mi hermana hablaba con sabiduría. Le haría el suficiente caso como para mirar sobre mi hombro en busca de enemigos.
Cuando el sol estuvo en su punto más alto encontré el río muerto que pasa por el valle. El agua estaba ennegrecida por el lodo y bastante estancada, si alguien bebía de allí lo encontrarían muerto al día siguiente por la infección.
Aun así, aproveché para bajarme del caballo y estirar las piernas mientras buscaba la forma de cruzar al otro lado.
El lodo me cubrió los pies por completo y salpicó mi pantalón. Hice una mueca sin poder evitarlo, odiaba ensuciar mi vestimenta de ese modo. Me acerqué a la orilla poco a poco hasta que sentí que si daba un paso más no podría salir de la piscina de lodo.
Miré a lo largo del río, de un lado y de otro, hasta encontrar lo que parecía ser, en la distancia, un puente que conectaba un lado con otro.
Regresé a donde había dejado mi caballo, pero al darme la vuelta la sorpresa hizo que dejara de caminar y tomara con mi mano el mango de la espada que había envainado en mi cintura previamente.
En el lomo de mi caballo, hurgando entre los bolsillos, había una criatura de pequeño tamaño. Busqué el nombre en mi cabeza mientras paseaba mi lengua por mi labio inferior, como si eso ayudara a mi concentración.
— Tú, bicho — Dije, sin poder recordar la especie — ¿Qué crees que haces?
La criatura, con cuerpo peludo, estaba totalmente bañada en lodo. Sus ojos eran saltones y redondos, de color negro, y su cola danzaba de un lado para otro mientras me observaba.
— No soy un bicho — Pestañeé, había olvidado cuán inteligentes eran — Pero sí como bichos ¿Tienes alguno?
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Editado: 19.09.2020