Crónicas de Nyssa: Hermanos de Fuego

[5] ARUNA

Mi cabeza punzaba de dolor, me sentía mareada y desorientada. Pero el sentimiento que me embriagó por completo y me hizo sentir viva y aliviada fue el de la furia. Mi corazón se avivó como llamas dentro de mí reproduciendo el calor y haciéndome sentir poderosa nuevamente.

No había rastros de aquel frío perforando mi ser otra vez. Al menos no en mi pecho, en el centro de mi ser.

Abrí mis ojos, vi mis manos colgar delante de mi rostro. Estaban atadas con una soga pero era extrañamente fría. No había sentido el frío tocar mi piel de ese modo nunca. Apenas sentí el frío una vez, en una excursión a la zona prohibida cuando la temporada de frío cubría Nyssa hasta la entrada del territorio Draco.

Nuestro territorio y el de Caeli siempre habían sido los más calurosos.

Supuse que la soga estaba encantada de alguna manera porque tampoco pude calentarla para quemarla y liberarme.

Más allá de mis manos estaba el suelo de tierra, tan verde como nunca lo había visto. Estaba colgada en el caballo, pansa contra su lomo. Mis pies estaban igual de amarrados y no podía moverme sin generar mi caída.

Había otro caballo justo al lado del mío, podía ver las patas moviéndose por debajo del estómago de mi animal. Además de que lo sentía relinchar.

Por la luz del día, suponía que había estado toda la noche desmayada. Cerré los ojos implorando paciencia. No solo me habían atrapado y atado como si fuera un costal de comida, sino que también se atrevían a humillarme.

¿Acaso sabían quién era yo? Claro que sí, por eso estaba colgando como una bolsa de papas en mi caballo.

Maldición ¿Acaso ahora mi cabeza estaba en venta para los traidores al imperio?

Harían de nuestro viaje su temporada de cacería.

— ¡Oye tú! — Le grité a quien sea que esté montado en el otro caballo — Quemaré tu trasero si no me liberas inmediatamente.

— Quiero ver que lo intentes — La voz fue masculina y me hizo gruñir del enojo.

Claro que no podía hacerlo, él lo sabía perfectamente bien. Las malditas sogas encantadas no me lo permitían.

— ¿Qué clase de magia negra has utilizado brujo? — Me removí en mi lugar fastidiada por no poder zafarme — ¿Acaso sabes que está prohibido? Tengo derecho a castigarte por eso ¡Además de que me has secuestrado!

— Hablas demasiado.

¿Encima era tan descarado para quejarse? Estaba temblando de fervor, toda esa energía contenida sin poder hacer chispas… Era detestable.

Igual ¿Quién me mandaba a utilizar mi magia? Yo había sido quien había reprendido de antemano a mi hermano por ello, advirtiéndole que no debíamos ser detectados. Y ante la primera pelea…

Sacudí mi cabeza. Me había olvidado completamente en la situación en la que estaba por la lucha. Yo no cometía tales actos impulsivos, era Kalu. Yo siempre lo mantenía a raya.

Parecía ser que, al ser la primera vez que no debía controlar a alguien, me había olvidado de controlarme a mí misma. Era algo que no repetiría de nuevo.

Y esperaba que Kalu tampoco lo haya hecho.

— ¿A dónde me llevas? Al menos dime eso.

— Ante quienes me contrataron por atraparte — Dijo escuetamente.

— ¿Quiénes me quieren? ¿Caelios? ¿Terranos?

Él no volvió a contestar, obviamente estaba entre alguno de esos dos grupos. Bufé. Intenté girar mi cabeza lo más que pude para observar el sol, parecía estar saliendo, aún sin alcanzar su punto más alto.

Si por donde miraba había salido, ese sería el oeste. Y eso estaba muy mal. Yo debía de ir hacia esa dirección, no abrirme. Y si el sol estaba a mi izquierda… Eso quería decir que nos dirigíamos hacia Terra.

— ¿Los terranos te han pagado? ¿Cuántos draks vale mi cabeza pegada a mi cuello?

Los draks era la moneda de cambio común para todo Nyssa ahora. Eran medallones pequeños de oro, grabados en ellos estaba la cara de Máximo Draco junto a su nombre y por detrás el rostro de su dragón.

— Tanto que considerarías entregarte a ti misma.

Suspiré. Claro que yo valdría bastante.

Él no parecía querer darme charla, pero había contestado lo suficiente. Sin mucha efusividad en cada una de sus respuestas.

Mi estómago rugió de hambre. Lo último que había comido era una manzana justo ayer, antes de adentrarme en el bosque.

— Tengo hambre — Me quejé con la esperanza de que al menos parara y yo pudiera idear cómo escapar.

Ni siquiera se inmutó por ello. Suspiré.

Era lo suficientemente inteligente para ser cauteloso conmigo. Yo tampoco hubiera parado, en realidad hasta hubiera vuelto a golpearme para desmayarme. Uno por lo jodidamente molesta que puedo ser cuando me esmero y otra por lo peligrosa que soy siempre.

— Quiero comer, lo último que comí fue una manzana en la colina Ordovian — Esperé unos segundos pero aun así no conseguía respuesta — Hay comida en la montura de mi caballo, tendrás el honor de compartir el almuerzo con una princesa ¿No suena tentador?

— Créeme, esa propuesta no tiene nada de tentadora — Contestó al fin.

— La sangre me está subiendo al cerebro, me estoy mareando — Intenté por otro lado, aunque no era buena actriz en esto de dar lástima — No querrás que vomite ¿No es cierto?

Él murmuró algo que no alcancé a escuchar.

— Y dime ¿Cómo me encontraste?

Apoyé mis codos en el animal y sostuve mi cara con mis manos intentando conseguir una mejor posición.

— Fue un golpe de suerte — No hubo más señales de que quiera seguir participando en la conversación.

Dejé caer mi cabeza, la posición era muy incómoda y hacía que mis manos dolieran.

— ¿Cuánta suerte exactamente se necesita para encontrar a una princesa en el medio de un bosque? — Pregunté, sin creerme su respuesta.

— Me dirigía a Caeli, no tenía intenciones de encontrarte precisamente a ti.

Eso me dejó helada. Me removí del caballo, necesitaba sentarme y verle a los ojos. Tenía que saber que lo que me decía no era cierto porque eso significaba…



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En el texto hay: fantasia épica, amor romance, aventura en un mundo fantastico

Editado: 19.09.2020

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