La tarde fue pasando. El sirenio que me había secuestrado mantenía en su rostro una pequeña mueca de suficiencia, antes había sido una gran sonrisa ante mi repentina sorpresa.
No había hablado desde entonces. Me había mantenido callada. Comí la carne que él había tenido guardada, la había cocinado en el fuego sin que yo le interrumpiera ni una vez.
¿Qué hacía un sirenio en estas tierras? Estaban totalmente extintos, los draconianos nos habíamos asegurado de que así fuese. Era el clan más fuerte en ese entonces, al único al que de verdad podría llegar a temerle el clan Draco. Al único contra el cual fuimos cuidadosos en nuestra batalla.
Y que él supiera dónde se dirigía mi hermano de antemano… Solo me daba dolor de estómago.
Algo estaba ocurriendo, algo grande.
El sirenio me había ayudado a montar mi caballo y lo hice sin rechistar. Había quitado sus manos de un manotazo cuando me sostuvo más de la cuenta.
Cuando el sol comenzaba a caer divisamos una gran línea de árboles a lo lejos. Ya era tiempo. El bosque de Ítatu se presentaba ante nosotros, era ahora o nunca cuando debía escapar.
El momento perfecto sería este, cuando él tenga en su cabeza solo la gran oportunidad, la esperanza aflorando su cuerpo. Lo destruiría.
No había vuelto a ponerse la capucha, así fue más fácil darme cuenta cuándo tenía un ojo en mí y cuándo no. Parecía más insistente que de costumbre al principio, como si mi silencio fuera mortalmente peligroso. Lo cual lo era. Hasta que al fin se fue cansando y tan solo me mantuvo a su par donde de reojo podría ver si hacía algún movimiento brusco.
Quería saber muchas cosas sobre él. Tenía muchas preguntas, pero me las callé todas. Aun así, me fue difícil no repasarlas en mi cabeza.
¿Estás solo? ¿Hay más sirenios contigo? ¿Tu grupo se encuentra yendo en busca de mi hermano? ¿Cuál es tu nombre?
Quise pegar una gran sacudida a mi cabeza, tenía que concentrarme y ser paciente. Miré hacia otro lado que no sea él. El bosque estaba cada vez más cerca y la lanza se convertía en un objeto cada vez más tentador.
Sabía sobre el cuchillo que resguardaba pero correrle la capa sería algo más difícil. Piensa Aruna, piensa.
Mentalicé mis movimientos, los repasé y cambié a medida que íbamos acercándonos. Solo mis ojos se movían, se imaginaban tanto mis acciones como las de mi oponente.
Estaba claro que por la lanza y el formidable cuerpo del muchacho sería un guerrero. Tendría más fuerza que yo y me encontraba en la clara desventaja de estar atada de pies y manos.
Claro que no me daría por vencida tan fácilmente.
Así que me preparé, mis piernas estaban de su lado por lo que sería sencillo impulsarme. Las fui flexionando poco a poco, solo lo suficiente para que no lo notara. Visualicé dónde me agarraría, respiré hondo y… Salté.
Tomé con mis manos su cuello y su capa, ambos caímos por mi peso al suelo. El estar encima de él me dio la ventaja de acomodarme más rápido, tiré de su capa y lo golpeé en la cara para despistarlo nuevamente. Tomé la daga en su espalda y me tiré hacia atrás.
Apenas visualicé los detalles del mango, solo vi la decoración con azul y lo supe al instante: era sirenia también.
Corté la soga en mis pies rápidamente y mi corazón latió con más fuerza. Algo casi amenaza con noquearme, me caí hacia atrás. Con mis piernas atrapé el peso que quiso imponer con su cuerpo y lo tiré de costado. Me giré hacia la izquierda, intenté apuñalarlo pero él giró sobre la tierra escapando de la daga.
Me paré rápidamente, junto a él. Corté el aire varias veces, era rápido y ágil para evitarme. Tomó mis brazos para detener la caída de la daga a su rostro, gruñó ante el esfuerzo. Pateé su pantorrilla desestabilizándolo.
Caí sobre él, lo golpeé con el mango partiéndole el labio. El mundo pareció girar cuando su cuerpo ahora aprisionaba el mío, tenía que salir antes de que quede totalmente atrapada y sin fuerzas.
Necesitaba con urgencia mis dos manos separadas.
— Maldito, hijo de…
No pude seguir mascullando, él hizo algo que no me esperaba. Con su cabeza golpeó mi nariz dejándome totalmente aturdida, no la había partido podía asegurar pero sí que dolía. Juraba de que mi rostro estaba lleno de sangre.
Su movimiento fue lo suficientemente eficaz para tomar de mis manos su daga. Con una mano tomó las mías por encima de mi cabeza y con la otra usó la cuchilla contra mi garganta para que dejara de moverme.
No, no, no… No podía pasar. No podía perder.
Cerré mis ojos e intenté controlarme, respirar pausadamente y calmar mi corazón desbocado. Él no me mataría pero bien que volvería a atarme y llevarme a los terranos.
— ¿Has terminado? — Estaba enfadado, yo también.
Observé sus ojos, ahora lo tenía a centímetros de mi rostro. Podía ver cuán celestes eran. Impactante. Eso hizo que mi cuerpo se relajara poco a poco, algo muy contradictorio. Tensé mi mandíbula.
— ¿Tendré que llevarte con mi daga en tu cuello hasta el bosque o te comportarás?
— Puedes matarme aquí mismo, Terra jamás me tendrá.
— ¿Acaso no ves cómo estás? ¿No lo entiendes? — Él sonrió de lado, observó mi rostro por completo y tuve unas inmensas ganas de apartar la vista pero no lo hice — Ya ríndete.
— Creo que tú no lo entiendes — Contradije — ¿No sabes quién soy?
El revoleó los ojos.
— La princesita Draco.
— No soy como tus antiguas y aniñadas princesas, no me siento en el trono a esperar que mis súbditos salgan a ganar mis batallas — Espeté — Soy guerrera, princesa y muy próximamente una jinete de dragón. Peleo mis propias batallas, sirenio.
Acerqué más mi rostro, solo para incomodarlo. Sonreí de lado cuando él se tiró hacia atrás y tensó cada uno de sus músculos. No apartó la mirada de mí.
— Y lo que es más importante — Murmuré contra su rostro — Soy fuego, soy voraz. Soy mortal.
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Editado: 19.09.2020