Desperté unos segundos algo descolocado. El cielo se movía encima de mí ¿Cómo es que eso ocurría? Estaba más oscuro, pero podía darme cuenta de que estaba pasando.
Luego me di cuenta de que el cielo no era el que se movía, más bien yo lo hacía.
No tenía fuerzas para hablar, mucho menos para moverme. Pero con lo poco que podía ver, estaba arriba de alguna especie de carro de madera pequeño. Mis pies colgaban y se arrastraban levemente por la tierra.
Cuando presté atención, me di cuenta de una suave voz melodiosa. Parecía la de una niña, cantaba alegremente justo detrás de mí.
Uno, dos y tres
la muerte está en pie;
ceniza caelia llega
Draco a los riscos vuela.
Cuatro, cinco y seis
la muerte me miró;
Draco salta al precipicio
Cuando Terra da inicio.
¿Acaso esa era una canción normal para niños? No podía comprender mucho, los golpes que me daba en la nuca por el carro que se tambaleaba por el terreno desnivelado tampoco ayudaba. La vista se me iba nublando.
Siete, ocho y nueve
la muerte me golpeó;
en el oeste el mar avanza
y a todos él nos traga.
La cara del Zyrath se puso frente a mi y me observó, parecía ser que todo este tiempo había estado durmiendo arriba mío.
Diez para terminar
la muerte me enterró;
el fuego se consumió
y Siren nos mató.
Me dieron escalofríos por la canción, aunque no pude preocuparme demasiado porque al instante ya estaba sumido en la inconciencia.
La próxima cosa que veo es un techo de paja. Estaba acostado en algún lugar, tenía mantas debajo para amortiguar el duro suelo ¿Dónde rayos estaba? La cabeza me retumbaba, tenía la garganta seca, los labios partidos y la vista algo desenfocada. Claramente necesitaba hidratarme, y comida, toda la que pudiera haber.
Me senté refregando con mis dedos mi sien, escuché algo moverse y levanté mi vista rápidamente. A unos cuantos pasos, haciendo ruido por las tablas del suelo, se encontraba el Zyrath aún embadurnado en barro y arañando el suelo. Raspaba entre los tablones de madera, buscando en la rendija y escuchando a través de la madera. Cuando sacaba la oreja del suelo, volvía a raspar para finalmente meter su larga y viscosa lengua por el pequeño agujero y así extraer los bichos que vivían debajo de ella.
Despegué la vista del animal cuando una suave risa rebotó en las paredes. Había una niña, sentada en una silla de madera junto a una mesa. Sus pies se balanceaban dado que no llegaba al suelo, sus ojos fijos y divertidos en el Zyrath.
Creí estar alucinando. Pero no lo estaba, esto era real. La niña era real.
Estábamos en una especie de cabaña, había una escalera a un lado que suponía llevaba a las habitaciones de arriba. La casa parecía abandonada y destruida. Yo me encontraba tendido en el suelo, sobre una manta, justo a un lado de la cocina. Una carreta de madera reposaba junto a la puerta de salida, mi pulso pareció avivarse cuando vi mi espada y mis cosas allí.
— ¿Quién eres? — Pregunté.
La niña saltó de su lugar, quedando parada. Parecía que nunca se había dado cuenta de que había despertado.
Suponía que debía tener unos diez años. No, se veía demasiado inocente y pequeña. Tal vez tenía menos. Su ropa estaba vieja y algo sucia, los pantalones que traía estaban agujereados en las rodillas y deshilachados llegando a los pies. Sus sandalias parecían estar sanas, aunque llenas de barro.
Observé detenidamente sus facciones. Su cabello estaba demasiado mugriento y despeinado en esa trenza para lograr ver su tono, tal vez podría ser marrón aunque podría tener ese toque cobrizo que solemos tener los draconianos. Sus ojos eran verdes.
— ¿Cómo se llama tu mascota? — Preguntó ella en cambio.
— Zyrath — Contesté, algo falto de paciencia — Tu nombre.
— Isis — Sonrió, caminó hacia un balde de agua y metió su mano sacando un vaso llena de ella.
Mi estómago gruñó, la niña inclusive pareció querer reír aún más pero se contuvo ante la mirada que le lancé. No tenía paciencia para los niños, maldición. Tomé en segundos el vaso entero sin siquiera preguntarme de dónde y cómo estaría esta agua. Ya daba igual.
— ¿Dónde están tus padres? — Si ellos venían pronto y encontraban lo que su hija había traído tan inocentemente a su casa armarían un revuelto que no quería que sucediera. No estaba con ganas para peleas por muy raro que aquello parezca.
— Muertos.
Tosí, atragantado con mi propia saliva. La observé, buscando destellos de tristeza, no había. Maldición, esa niña podía darse la mano con el Zyrath en el camino a la locura.
— ¿Con quién vives? — Traté de pararme poco a poco, aun cuando mi cuerpo parecía más pesado de lo normal.
— Sola — Se encogió de hombros.
Una niña sola en un lugar como este… Cualquier cosa podría ocurrirle. Podrían echarla patitas para afuera y usurpar su propio hogar. Una buena pregunta era cómo había sobrevivido todo este tiempo sola.
Caminé paso a paso, ignorando al pequeño bicho glotón romper otra tabla, hasta llegar al tacho de agua. Tomé otro vaso entero y lo usé de cuenco para refrescar mi cabeza, echando el agua en lo que parecía ser el lavaplatos. Me enjuagué la cara y los brazos lo más que pude.
— ¿Es verdad que eres un príncipe?
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Editado: 19.09.2020