Crónicas de Rhinedan I: El Torneo de los Dioses

Capítulo 0.- Donde todo comenzó

La verdad es que no recuerdo mucho de ese día, excepto el dolor... Eso sí lo recuerdo bien, al bañarme, vestirme y sobre todo al peinarme. Las doncellas iban y venían con mil y una cosas en las manos: vestidos, zapatitos, peines, joyas, botas... Y todo debía pasar por el escrutinio de mi abuela.

Mi hermana mayor, Karieth, estaba muy enfadada por la presión que recaía sobre ella. Como futura reina debía lucir "perfecta". Ella no entendía que la perfección no existía, pero allá ella y su manía de controlar todo.

Lo peor era que me gritaba con su cara toda arrugada, para que me quedara quieta y me dejara vestir. Según ella debía verme adorable con mis 4 años recién cumplidos, pero por mi parte, podrían haberme puesto mi traje de entrenamiento, y así, poder haber ido a montar a caballo o practicar con la espada... Se veía tan aburrido tener que presenciar una absurda reunión política como aquella, donde estaba obligada a asistir y no sabía por qué...

Bueno, sí lo sabía. A mi corta edad y como segunda en la línea de sucesión, entendía que era la mayor alianza jamás hecha en todo Rhinedan, y así nadie de los que amaba iría a la guerra, o algo así. La importancia de ese tratado era crucial para mi amado Narium, pero ¿por qué tenía que presenciar yo eso? Nunca heredaría el trono, apenas Karieth se casase y tuviera un bebé, él o ella, estarían delante de mí... ¡Con saber mi papel de noble era suficiente! ¡Cómo odiaba ser de la realeza!

Ni siquiera el viaje fue cómodo. Fueron semanas, o al menos eso me parecieron, viajando incómodas y aburridas con nuestra abuela y nuestro padre, en carruaje y barco, sin poder jugar o pelear, todo lo que hacíamos era estar sentadas. Ni siquiera podía leer alguno de los aburridos libros de Karieth, porque aún no sabía leer.

Cuando finalmente llegamos al Palacio Real, sentía que mi cara se iba a desprender por lo tirante del peinado que llevaba. A nadie le importaba que me doliera la cabeza o tuviera hambre. Así que estaba de un mal humor que podía abrumar a cualquiera… pero con la mirada de Karieth, supe que no podía hacer un berrinche.

Observé la entrada del Palacio, tan diferente a la fortificación de mármol blanco que teníamos en casa; esta era una construcción fea llena de arena por todos lados, en el exterior, obviamente… No me acuerdo demasiado, pero era horrible y tenía calor… y hambre.

-Bienvenido, rey Rugtharon I, del próspero y siempre verde Kisdrug Es un verdadero placer, recibiros en mi palacio, sobre todo con el propósito de la visita- dijo algo así me imagino.

Mi padre lo saludó de alguna forma pomposa y ridícula también. Luego nos presentaron a nosotras, y luego a el mocoso feo y ridículo que me sacaba la lengua, pero yo no podía responder…

De la sala de reuniones, sólo recuerdo que había una enorme mesa, donde al sentarme, mis ojos llegaban exactamente al borde. Me enfadé por eso y le dije a Karieth, que sólo me mandó a callar y me enfadé aún más.

Pasaron horas que sentí como siglos y recuerdo la pausa del almuerzo, que disfruté hasta que mi abuela me reprendió por mis modales… ¡Ni comer podía! ¡Alabada diosa! Pero al menos había malabaristas, que continuaron incluso en la aburrida reunión donde yo sólo escuchaba un ruido de fondo… blah, blah, blah…

Uno de los momentos que también recuerdo, fue el sonido de las trompetas, donde Karieth cogió mi brazo muy fuerte y me hizo daño para que me pusiera de pie, mientras una bella mujer de ojos verdes y piel dorada entró a la reunión, sentándose al lado del rey. A su lado, el mocoso maleducado le besó la mano. No era mucho mayor que yo, pero era muy alto y flacucho. Seguramente podía derrotarlo y hacerle morder el polvo por todas esas muecas hacia mi persona…

Después de un largo rato, todos aquellos hombres barrigones se levantaron para hacer otra pausa y yo aproveché para ir por algo de fruta.

-Sois la princesa más hermosa que he conocido- me sorprendí de encontrar al mocoso maleducado sonriéndome con una reverencia.

Le respondí por educación y me retiré con mi padre, el otro rey dijo algo como: <<Realmente tenéis el carácter y la belleza para ser una digna reina>>. Y una risa de jo, jo, jo, lo acompañó. Creo que respondí un gracias, hice una reverencia y fui a refugiarme en la falda de mi abuela.

Cuando la reunión volvió a iniciar, regresamos a lo mismo: personas hablando, discutiendo y debatiendo. Una mezcla de palabras sin sentido para mí, pero de mucha importancia para el resto.

Empecé inclinándome en mi asiento, luego bostecé discretamente y, por último, acabé dormida en la silla.




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