Crónicas de Sauce y Acacio

Día UNO

Todos tenemos historias que contar y los Árboles no son la excepción.

Una vez alguien me dijo que los Árboles hablan, se comunican entre sí, sin palabras, pero se comunican al fin. Eso me pareció muy raro al principio, hasta que me puse a investigar cómo lo hacían. Tanto me llevó a investigarlos, que también descubrí que nosotros los Humanos podemos charlar con ellos por muchas horas y por muchos días.

Es un camino largo, con descubrimientos muy lindos e interesantes. Toda investigación requiere de mucha paciencia. Y tratándose de Árboles, el condimento fundamental para investigarlos es el amor. Lo primero que hay que hacer es buscar un Árbol que quiera ser amigo nuestro, porque a veces pasa que no quieren hacerse amigos. Otras veces pasa que ellos se sorprenden también de que queremos hablarles, no están acostumbrados a hablar con los Humanos.

Sorteados estos obstáculos, se llega a la meta. Ahí es cuando la magia entra en acción. Ellos de alguna manera logran conectarse y nos cuentan sus historias. A esto algunos lo llaman telepatía, que no es otra cosa que conversación sin palabras.

Esta historia que voy a contarles es la conversación entre el Sauce y el Acacio. Estos hermosos Árboles me aceptaron como amiga, y me pidieron un favor: que les contara a ustedes esta historia. Es todo un honor poder hacerlo.

Y para que ustedes puedan comprender lo que ellos me contaron, yo voy a usar las palabras.

Empecemos con el amanecer del primer día, a orillas de la Laguna que está cerca de mi casa, situada en la Llanura Pampeana de la Provincia de Buenos Aires, en Argentina, en América del Sur, en el Planeta Tierra. Donde vivimos todos juntos, ustedes, ellos y yo.

Voy a dividir los hechos en siete días y seis noches. Por eso es una crónica.

 

Día UNO

Se despiertan de a uno, el Acacio es el primero en saludar:

— ¡Buenos Días, Sauce!

El Sauce responde todavía con un poco de sueño, mientras se despereza y despabila haciendo ruidos con sus hojas y sus ramas:

—Buenos días Acacio. ¿En dónde quedamos ayer? Ah sí…Usted no es de por acá, le decía…

El Acacio, fastidiado, murmura:

—Empezamos de nuevo…

—Soy de donde me encuentro. Ya se lo dije infinidad de veces— le responde levantando la voz y con firmeza.

El Sauce lo mira dudando. Eso nunca le quedó muy claro, porque los extranjeros no son del mismo lugar que sus ancestros, y eso lo incomoda.

El Acacio vuelve con el segundo intento, pensando cómo debe explicarle y que ya no vuelva a preguntar más lo mismo:

—Se lo digo de otra manera… Mire, yo soy del mundo, tengo muchos amigos y somos todos parientes ¡Hasta de los Hombres somos amigos!

—Eso no es cierto, porque escuché a los Hombres decir que quieren talarlo.

“No puede ser cierto”, piensa Acacio.

— ¿No será un error?

El Sauce lo mira y le asegura:

—No, yo escuché eso. Bueno, cuando los vea venir con el hacha me va a creer. O con la sierra esa ruidosa que usan…

El Acacio no puede creerle. Ya que los Hombres lo habían traído de tan lejos, ¿por qué lo cortarían? Así que decide ignorarlo, pero antes le tira un pequeño dardo para empatar la cosa:

—Yo tengo amigos en todas partes, aun siendo extranjero.

El Sauce se esfuerza para que no se note que esas palabras lo hacen enojar. ¡Pero cómo se atreve este pinchudo lleno de espinas a clavarle semejante espina a él, que es local de la Laguna desde hace miles de miles de años! Así que toma aire y prepara su próximo ataque.

 “¡Claro!”, piensa triunfante, esto le diría: “¡Cómo puede tener amigos en todas partes si los Árboles no caminamos!” Es una buena idea. ¡Ah! Otra buena opción es hablar mal de sus espinas. ¡Los amigos no tienen espinas!

Toma coraje y todo esto se lo dice bien dicho, como se le debe hablar a un mentiroso.

El Acacio escucha con paciencia y midiendo las palabras para que no se siga enojando le dice:

—Para su información, las espinas son una manera de evolución, son hojas modificadas. Y como bien dice usted, las espinas sí pinchan, pero solo al que se acerca. Y no es necesario caminar para tener amigos, los amigos vienen a mí.

El Sauce se indigna ante tal afirmación y no lo deja terminar. En su cabeza de Árbol no comprende que un extranjero ya haya hecho amigos. “¿Cuáles son?”, se pregunta. Está convencido de que es toda una fábula del Acacio para atormentarlo.

¿Cómo podría tener amigos un Árbol que pincha? ¡Es imposible! Así que le pregunta, con sus ramitas en posición de jarra y un tono altanero:

—A ver… ¿Qué amigos? ¡Dígame! ¿Quiénes son?

El Acacio le responde contando con las puntas de sus ramas:

—Las Abejas, las Hormigas, y los otros Acacios. Todos me conocen.

Para el Sauce esto ya es el colmo:

—A usted lo conocen los bichos nada más. Los otros Acacios están lejos de usted.




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