No tarda en salir la Luna. Al verlos sin los colores de siempre, se pone un poco triste. Ella amaba esos colores tan bonitos. Ahora solo amarillo y negro… y mucho silencio. Ni Búhos, ni Ranas. Hasta el Grillo está silencioso, vigilando agazapado.
No tarda en aparecer la primera luz de un farol. El Grillo pega un salto hacia delante.
Es Adhara, que los ilumina a todos para ver cómo están.
Al primero que ve es al Grillo:
— ¡Usted! ¡Siempre despierto! ¡Nunca duerme!
El Grillo piensa que es momento de actuar. Y lo hace:
— ¡Hola, Adharita! Quiero hablar con usted.
— ¡Soy todo oídos! ¿Qué anda pasando?
—Estamos preocupados. ¡Esto de cambiarnos de colores, no va a funcionar!
— ¿Por qué? ¡Si no los ven, no los van a molestar más!
—Adhara, extrañamos nuestros colores. ¡Todos están muy tristes! Acacio Jr., Robinia, nació hace poquito… ¡Y no pudo disfrutar de su hermoso color verde! También está muy triste. Usted sabe lo que hace la tristeza a la larga, ¿no?
— ¿Eh? ¿La tristeza? No sé. ¿Qué hace? —Adhara pregunta asustada.
—La tristeza puede hacer que uno se muera para siempre. ¡Sería una catástrofe! —dice el Grillo.
— ¡Ay, no! ¡Eso no lo sabía! ¿Cómo? ¡Murzim pensó que esto era bueno! ¡Tengo que avisarle! ¿Usted está seguro? —dice poco convencida.
—Sí, Adhara. No puedo mentirle. Los Grillos no mentimos. ¡Hay que idear otro plan, si quieren salvar al Planeta!
Adhara decide hacerle caso. Le pide que se tape los oídos, si es que tiene, y empieza a hacer sonar la sirena de emergencia para convocar a sus amigas.
Aparecen de todas partes las otras Hadas bostezando y arreglándose la ropa, vestidas de bomberitas. Pensaron que hoy descansarían.
— ¿Qué se incendia? —pregunta Murzim.
— ¡No se incendia nada! —dice Adhara.
— ¿Entonces? —preguntan todas.
—Tenemos que hablar. Es urgente. Acá nuestro corresponsal del día, el Señor Grillo, vino a advertirnos algo. ¡Escúchenlo! —dice Adhara.
Las Hadas se reúnen alrededor del Grillo, que empieza otra vez con el relato.
No les gusta nada lo que oyen. Ellas habían ideado todo este lío para que el Planeta no se quedara sin Árboles que pintar, así no tendrían que irse por falta de trabajo.
No pueden creer que, por buscar una solución, ocasionaron este desastre colorógico. Y mucho menos pensaron en ocasionar tristeza a los demás.
— ¡Tiene razón! ¡Cómo no lo pensamos antes! ¡Hay que buscar otro plan! ¡Hicimos lio! —sugiere Murzim.
Salen volando hacia lo alto del cielo, con sus farolas encendidas. Convocan a una reunión general para discutir el asunto. Es urgente. La nube de luz se va agrandando, es casi tan brillosa como la Luna. Hay dos Lunas ahora en el cielo de la noche: una ilumina y la otra piensa. Después de deliberar un rato muy corto, salen más decididas que nunca.
Pero, ¿por qué el Grillo habló de la tristeza, si el Sauce le dijo otra cosa?, me pregunto.
—Porque me pareció muy difícil lo del oxígeno. Mucho no le entendí —me dice el Grillo.
La noche avanza, las Hadas resuelven trabajar lo más rápido posible para solucionar el error. Van y vienen, de un lado a otro, se cruzan con faroles y cuencos, se chocan algunas, están ansiosas. Les lleva tiempo, pero casi terminan. Ya el Sol asoma tímido en el horizonte, con los ojos tapados.
El Gallo canta, dudando de lo que va a ver:
— ¡Es hora de amanecer! —grita con coraje.
Las Hadas lo paran y le piden un ratito más.