Crónicas de un Amor Malsano

8.

La luna iluminaba las calles de Cleveland en una noche fría, los autos pasaban rápidamente a través de las avenidas y los aullidos de los perros advertían de los extraños que se paseaban por las aceras acechando a sus víctimas, y ahí en una esquina estaba él, con un pie apoyado en la pared fumando un cigarrillo.

Su ropa sucia y su cara sin afeitar lo hacían lucir como un vagabundo más del montón, miraba de lado a lado, con los ojos muy abiertos, inhalando y exhalando el humo dañino. Pensaba en cual sería el siguiente paso, cómo atacaría, ya había escogido a su víctima, la había seguido por días, noches y madrugadas. 

La había visto entrar y salir de lugares extraños alguna veces acompañada y otras sola, y una en específica, esa visita que hizo al Parque de las Lagunas, entró con un tipo, y salió completamente sola. Sucia, con el maquillaje corrido, la ropa mal acomodada, y la mirada perdida. 

Al momento pensó que tal vez ella hubiera sido víctima de alguna violación, pero esperó por horas y horas a que el tipo saliera, pero jamás lo hizo, su auto nunca se movió de allí.

Al día siguiente la policía visitó el lugar, revisó el auto y los alrededores, pero nunca encontraron al tipo, en su lugar solo encontraron una laguna teñida de color rojo, un hecho que sin duda conmocionó a muchos, tanto que se vieron obligados a clausurar el parque hasta esclarecer los hechos. Nadie había visto a esa chica salir, sólo él. Así que todos pensaron que ella también habría muerto en ese desafortunado y extraño "accidente". Tal vez algún animal los devoraría o mordería dejándolos indefensos y el caudal se los llevó tan lejos que sería imposible encontrarlos, pero tal y como era de esperarse, nadie más habló de ello.

Y es que no era extraño, puesto que el Detective encargado de la región no tenía la mejor fama ni intención de hacer justicia. Para nadie era un secreto que se dedicaba a la distribución de droga en el Estado, y que, cualquiera que se interpusiera en su camino terminaba con los pies por delante.

Esa chica lo había atraído de una forma muy fuerte, estaba seguro de que ella había matado a ese tipo, eso lo atraía aún más, le gustaba el peligro, conquistaría a esa chica y la haría suya. Sólo eso. No había intenciones amorosas de por medio. No se enamoraría de ella. Simplemente se la cogería, como a todas, y después la dejaría.

Apaga su cigarrillo con el pie y comienza a caminar por la avenida, había visto dónde vivía esa chica misteriosa, no estaba muy lejos de allí, sólo unas cuantas manzanas y estaría cerca de ella para verla. Al llegar se percató de que la luz de su habitación estaba encendida, sabía que era esa porque la había visto salir por allí unas noches antes, misteriosamente el mismo día en que fue asesinada Elizabeth Beller, una estudiante de su mismo colegio, ¡vaya!, esta chica si que ocultaba secretos. 

Se plantó en la acera de enfrente a esperar, sabía que ella saldría, cada noche lo hacía y no entendía la razón, tenía que ocultar algún secreto y tenía que descubrirlo, tal vez así sería más fácil manipularla, hacerla ceder ante él. Necesitaba un plan. 

De pronto la vió, estaba frente a la ventaba, la luz de la luna la iluminaba. Él se ocultó tras un árbol y esperó pacientemente, hasta que ella abrió la ventana, miró tras de ella y luego a cada lado de la calle, y luego salió, volvió a cerrar la ventana y se encaminó.

Él comenzó a caminar despacio siguiéndole el rastro, la vió doblar por una esquina y luego cruzar la calle bajando dos cuadras más hasta llegar a un bar, The Crimson Room.

Se preguntaba qué estaría haciendo allí, ¿una doble vida u otra víctima que correría la suerte del tipo de las Lagunas? No se lo pensó dos veces y entró. El sitio estaba lleno. Música a todo volumen, risas, parejas besándose y bailando inundaban el lugar, no parecía un ambiente para matar a nadie. Quizás ella tendría una cita. Volvió a mirar de lado a lado, en cada mesa, hasta que la divisó al final, sentada cerca de un gran ventanal con las piernas cruzadas y tomando un trago de su Martini. Se veía como una diosa, se remojó los labios y sonrió.  

Comenzó a caminar hacia su mesa, y al tenerla enfrente se detuvo, ella volteó y lo miró fijamente sin decir nada, sólo analizando la situación, así que él tomó la iniciativa.

-Buenas noches, señorita.-dijo él sonriendo.- Soy August Field, mucho gusto.-estiró su mano. Ella lo miró de arriba a abajo y pensó dos veces antes de tomar su mano.

-Buenas noches, mi nombre es Amanda.-ella mintió.- Mucho gusto.

-Qué lindo nombre, al igual que usted, ¿me concedería el placer de acompañarla?-ella lo miró mejor, su ropa vieja, desgastada y sucia, parecía un indigente, y hasta quizás un ladrón. No le inspiraba confianza.




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