Una de las nuevas leyes impuestas por el nuevo gobierno fue la Ley Dominical. A muchos les agradó la idea de que por un día a la semana todo estuviera cerrado. Si bien para eso debían trabajar de lunes a sábado, las horas de trabajo por día se habían reducido para justificar los seis días de trabajo. Parecía una ley inofensiva y totalmente benéfica, pero varios desconocían lo peligrosa que resultaba para un grupo de personas. Aquellos que guardaban el día sábado como día de reposo y consagración, se veían profundamente afectados por esta nueva ley.
En una iglesia en Estados Unidos discutían con respecto a eso. Algunos insistían en que tenían que ir a trabajar mientras que otros persistían en respetar su día santo.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó una mujer—, no podemos arriesgarnos a perder nuestros trabajos.
—Y mucho peor —dijo un adulto mayor—: podrían apresarnos e incluso matarnos.
La asamblea —constituida por los miembros bautizados— empezó a alarmarse. Varios temían por sus vidas y por las de sus seres queridos. El director de jóvenes de la iglesia escuchaba atentamente la discusión mientras observaba a quienes había visto desde pequeño que habían sido tan fieles y fervientes en su fe pero ahora enmudecían o entraban en pánico ante la idea de la muerte. En sus diecinueve años de vida nunca había visto algo como eso siendo que innumerables veces habían hablado sobre mantenerse firme en la fe, incluso si la muerte acecha. De repente, recordó un versículo y se puso de pie para decirlo.
—"Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús" —empezó a recitar de memoria—. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".
»¿Qué pasó con aquellos que me enseñaron a mantener mi fe intacta sin importar las circunstancias?, ¿por qué se rinden ahora?
La congregación lo observó asombrada y un anciano se levantó con cierta dificultad.
—Este muchacho ha hablado con mucha más sabiduría que cualquiera de nosotros. Nuestra burbuja se rompió y ahora más que nunca debemos mantenernos firmes.
—Pero es peligroso —dijo alguien desde el fondo.
—Si tenemos que escapar, huiremos. Si tenemos que escondernos, lo haremos, pero no podemos negar lo que creemos y obedecer a las personas antes que a Dios.
—Entonces creo que ya quedó clara nuestra postura.
Al sábado siguiente, menos de la mitad de la congregación asistió. El resto tenía miedo de las consecuencias que vendrían si faltaban a sus trabajos y desobedecer la nueva ley.
El servicio se llevó a cabo igual que cada sábado, como si nada hubiera pasado. Predicó esa mañana el anciano que había encontrado razón en el director de jóvenes, quien también se aseguró de que asistieran los chicos que lideraba. Al terminar, el joven se acercó al anciano para preguntarle qué pasaría al siguiente sábado y los que vendrían, porque después de eso podrían encontrar la iglesia cerrada y a todos sus miembros que no renegaron presos.
—Tranquilo —contestó el anciano—, recuerda lo que tú dijiste en la asamblea.
»Si cierran la iglesia, nos tendremos que reunir en casas a escondidas, porque tengo por seguro que la iglesia no son solo estos muros viejos, sino que son las personas...
—"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?"
—Primera de Corintios 6:19... ¿sabes, muchacho? Has demostrado saber bastante y tienes esa fuerza y emoción que hacen falta en estos tiempos tan difíciles.
—No es cierto, es solo que...
—No seas modesto. Creo que Dios ha puesto el don de la palabra en ti.
»Pienso que sería bueno que tú predicaras la próxima semana.
—¿En serio? Wow... ¡lo haré, no se preocupe!
A la siguiente semana, el joven preparó lo que quería decir incluso durante sus clases en la universidad. Se sentía emocionado y a la vez nervioso, pero sin duda lo superaba cierto sentimiento de incertidumbre, como una sombra que estaba sobre él cubriendo la luz. Tenía un mal presentimiento sobre ese sábado y no era del todo errado.
Ese día fue la mitad que la vez anterior, estando siempre presentes un buen número de adolescentes y jóvenes movidos por el coraje de su líder y amigo. Ese sábado, él se paró en el púlpito para predicar. A su lado izquierdo estaba Dakota, su mejor amiga, y al otro costado estaba el anciano. Todo parecía ir bien, hasta que al mediodía, a menos de media hora de terminar el servicio para que pudieran ir a esconderse rápidamente —ya que a muchos les llegó la amenaza de que irían a sus casas si no acudían a sus trabajos o lugares de estudio—, las fuerzas especiales de la policía irrumpieron, por lo que las personas sucumbieron ante el pánico y trataron de esconderse.
Editado: 29.11.2019