Crónicas de un Mundo Caído

Reducción

Emine corrió hasta llegar al callejón en donde estaba su escondite. No sabía por cuánto tiempo más podría esconderse para mantener su libertad, pero aquello era un vil engaño: ¿realmente tenía libertad mientras huía y se escondía? Constantemente se hacía esa pregunta y cada vez perdía el sentido de esconderse, pero el instinto de supervivencia le impedía salir de ahí.

Desde que se añadieron las leyes de control de población, supo que su vida corría más peligro que antes. Había sobrevivido a la persecución a los musulmanes durante la guerra, pero ahora habían medidas que volvían legal la matanza de musulmanes como medida de protección a la población, con la excusa de impedir el surgimiento de nuevas redes terroristas que alteren el orden y la "paz".

Dio un hondo suspiro y pensó en qué haría aquel día. En el primer puesto y único de su lista mental iba la comida. Miró orgullosamente la manzana que había conseguido y le dio un mordisco. Se deleitó con el sabor y siguió comiendo sin modales, de todos modos estaba sola ahí. Dejó de comer en cuanto escuchó un ruido proveniente de la calle, por lo que se alejó cautelosamente hasta el fondo del callejón, se metió con sigilo entre unas bolsas de basura y puso una alfombra roñosa sobre sí para terminar su pequeño escondite. Al tener solo nueve años y ser pequeña para su edad le funcionaba bastante bien aquel escondite.

—Juro que vi a alguien entrar aquí —dijo el vendedor de frutas a un agente de la policía—, quien haya sido fue el mismo que me robó.

—¿Por qué está tan seguro?

—Porque alcancé a ver un poco de su vestimenta. No pude ver su cara pero su ropa estaba malgastada y era larga, quizás llevaba un abrigo. Era de estatura baja y muy rápido.

—¿Y está seguro que entró aquí?

—¡Sí, yo lo vi!

—Está bien... voy a revisar.

El policía empezó a levantar mantas  y mover bolsas de basura a lo largo del callejón, hasta que llegó al montículo en el que se escondía Emine. Golpeó un poco las bolsas y las observó durante un par de minutos. Dio media vuelta y caminó hasta la entrada del callejón.

—Si había alguien aquí, tuvo que haber escapado —le dijo al comerciante—. Quizás entró a uno de los edificios por una ventana.

—¡Entonces búsquelo!

—Oiga, quien haya sido solo robó una manzana. De seguro era un pobre diablo que andaba muerto de hambre. Si es así, la naturaleza seguirá su curso en breve porque una manzana no le servirá de mucho, no tiene caso seguir buscando.

El agente de policía se alejó del callejón mientras el comerciante lo observaba enfadado y decía una que otra maldición entre dientes. Salió pero desde la entrada miró impaciente para descubrir si el ladrón salía de su escondite. Efectivamente así fue: Emine, la pequeña niña musulmana que había visto cuando mataron a su padre y apresaron a su madre, había salido entre las bolsas de basura creyendo que nadie la observaba. El comerciante, conociendo ahora el escondite de la niña, decidió no buscarla en ese momento, sino que informar a la policía y sorprenderla, total que si ella se ocultaba ya sabía en donde. Le dio cierta lástima la niña, pero estaba decidido en atraparla. El orgullo lo había cegado.

Emine se sentó en el suelo y jugó con su muñeca que, si bien estaba ligeramente rota, era la única cosa que alcanzó a conservar cuando huyó. Desconocía por completo que aquel comerciante la había visto. Siguió jugando con su muñeca mientras salivaba con más frecuencia para tratar de mojar sus labios resecos y partidos que le ardían por el jugo de la manzana. Necesitaba hidratarse con urgencia, pero no sabía en donde y temía que descubrieran que era descendiente de iraníes. Si bien ella nació en Estados Unidos y ni siquiera comprendía muy bien el idioma natal de sus padres, sabía perfectamente que si la encontraban iban a detenerla y temía acabar igual que su padre (y probablemente también su madre): muerta por un balazo en la cabeza.

Miró a su alrededor y decidió salir para ver si conseguía un poco de agua, pero debía esperar a que hubieran más personas en la calle para confundirse entre la multitud. Como ocurría siempre, al mediodía las calles estaban repletas de personas que buscaban algún lugar para comer, por lo que se le hizo fácil esconderse entre medio de personas que medían mucho más que ella. Pasó hasta un baño público y entró para beber agua. Se le había ocurrido que además podía guardarla, el único problema es que no tenía en donde, por lo que en cuanto terminó de beber regresó triste al callejón. Su estómago rugía por el hambre y sabía que no podía resistir mucho tiempo más, pero no quería arriesgarse a ser descubierta.

Se recostó sobre una caja vieja para no sentir el frío del pavimento y se quedó dormida. Ya no tenía muchas fuerzas y necesitaba dejar de pensar y sentir dolor aunque fuera momentáneamente.



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En el texto hay: distopia, drama, accion

Editado: 29.11.2019

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