Despertó en el hielo, sintió la humedad de una lengua tibia en su rostro y manos. Pudo oler el aliento canino que desprendía la baba que se secaba en su piel. Cuándo abrió por completo sus ojos color avellana, se vio rodeada de una manada de lobos. Los caninos la observaban con sus ojos amarillos, no se movió; pensó que quizá sería presa de aquellos cuadrúpedos.
El hielo le quemaba la mejilla que se hundía en los copos de nieve abultados, la piel le ardía y a la vez, comenzó a temblar de frío. Hizo un movimiento de reflejo que alertó a los lobos. Dobló sus dedos rozando el hielo con las yemas, respiró hondo y dejó salir el bióxido de carbono lentamente.
Vio el vaho que salió de su fría nariz. Los lobos retrocedieron cuándo el hielo comenzó a crujir, eran pasos que se acercaban hasta ella; intentó mirar por arriba de su cabeza, la silueta frente a ella la miraba, escuchó que dijo algo, pero no entendió ninguna palabra; se sintió aturdida. La persona que estaba ahí, vestía adecuadamente para el clima que hacía, su abrigo largo de color café oscuro le rozó la mano, provocando que sus músculos respondieran al contacto.
—¿Estás bien? —preguntó.
—S-s-sí. —titubeó.
Trató de girar su cuerpo, pero todo musculo estaba contraído y no respondían al mandato de su cerebro. El individuo se puso en cuclillas.
En ese momento pudo observarlo bien, pelo negro largo y alborotado hasta los hombros, piel apiñonada, nariz afilada. Se quitó el abrigo y lo dejó caer en su cuerpo, que aún estaba en el hielo. A su vez, los lobos se acercaron y comenzaron a olisquear la prenda.
—Te ayudaré a irte…¿Sabes que te buscan desde hace días?
—¿Q-qui-quien? —otra vez más trató de moverse.
—Todos —, respondió el sujeto.
***
Abrió los ojos, miró a su alrededor. Ya no había hielo, ni lobos, todo estaba cálido, agradable, acolchonado. Era una cama suave que olía a detergente.
—¿Cómo llegaste allá? — era la voz de Corín.
Trató de sentarse de un salto, cómo si se le hiciera tarde para ir algún lugar. Su hermano, le tomó de la espalda mientras se sentaba en la orilla de la cama. Al incorporarse, observó el lugar otra vez y fijó sus ojos en Corín.
Miró con admiración su cuerpo, o lo que veía de él. Su cuello, sus brazos, su pecho que subía y bajaba, su abdomen y por último, sus ojos grandes y oscuros; Corín también le veía.
—¿Qué? —preguntó juguetón.
—¿No tienes frío?
—No —, respondió sonriente.
—¿Qué me pasó? —, preguntó con un hilo de voz, posando su mano arriba de la de Corín.
El calor que emanaba le calentó las mejillas; él por su parte observaba aquella pequeña mano sin parpadear, gruñó bajito, se lamió la comisura de los labios después y por terminado, se mordió el labio inferior.
—Venías con una manada de lobos… —, comentó con suspenso —ojos azules y sangre escurriendo de tus labios, al mirarme te desmayaste —, suspiró.
—Él me dijo que me buscaban desde hace días —, apuntó el abrigo que colgaba del perchero.
—Mataron a ese hombre hace años…
—No me asustes.
—Es verdad. Vi como lo mataron cuando toqué a un lobo…Eran los lobos de sus hijos, y él, los guío a ti… por eso sigues viva. Pudieron haberte comido o peor… —Hizo una pausa y desvió la mirada hacia el suelo, —todos están muertos, los traicionaron —, negó con la cabeza intentando olvidar las imágenes, y con esmero miró de nueva cuenta a su hermana —¿Te encuentras bien?
—Sí —, apretó la mano de Corín, tenía calor. El mayor, se burló travieso.
—Siempre te alteras…¿Por qué?
—Me gusta…
—Aprovecha… —levantó la ceja complacido.
Sin duda alguna, la joven acarició el hombro de su hermano y bajó hasta la muñeca, le brillaban los ojos, sus pupilas no tardaron en dilatarse, por otro lado Corín, le acarició la mejilla dónde el hielo le había quemado. Aún estaba de color roja. Una vez más, la fémina apretó su mano, le gustaba el calor que le transmitía su piel, el abdomen de su hermano la volvía loca y él lo sabía.
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Editado: 05.04.2018