El fin del mundo

Alger y su hermano estaba con ella. Sí, él estaba ahí. Era la vida y no un sueño dónde podía ver a Alger, con su traje de acero; por lo tanto…el rascacielos dónde estaban era real.

Veía en el cielo las nubes grises desprender sus rayos de color rojo. Le daban miedo. Su hermano y el mayor hablaban de algo que ella se oponía. No quería dejarlos, no lo haría.

—Tienes que hacerlo—le dijo su hermano, —después que pasé todo este Apocalipsis regresarás…estaremos bien, pero debes irte.

—Si me voy, ¿cómo voy a saber dónde estarán?

—Confía en nosotros—, alegó Alger—¿Quién te dice que sólo por ser un traje especial, no es el verdadero?

—¡¿Es el verdadero?! —, gritó—¡¿Qué le hiciste?!

Alger podría aparentar ser un hombre normal, pero no, era cómo ellos, anormal, con algo especial oculto bajo la manga ¿Cuándo lo supo? El día que empezó a verlo.

—Tengo mis propios trucos—, contestó sonriendo—por favor…úsalo o nos veremos obligados a meterte a la fuerza.

—¿Desde cuándo se ponen de acuerdo para decidir mi bienestar? Más que nada… ¿cuándo se conocieron? —los apuntó ofendida.

Su hermano y Alger se miraron a los ojos, fue una mirada de complicidad que pasó por alto. Eso la alertó; estaba perdida…esos dos la meterían a la fuerza y la mandarían al espacio dónde vería cómo la tierra cambiaba para mantenerse a salvo de los humanos.

Fue demasiado tarde para ella, cómo lo había imaginado, su hermano la noqueó, y Alger la protegió en aquel traje de ciencia ficción, que fue alterado con una especie de magia única que sólo conocía el mismo Alger. 

Había perdido y,  cuando despertó vio cómo la tierra peleaba contra ella misma. Lloró y gritó el nombre de su hermano que le hablaba por una radio desde la tierra…escuchó también la voz de Alger; la comunicación la perdió al instante.

Se sintió desesperada allá arriba, sola. Sólo fueron cinco minutos, los suficientes, para saber que al descender a la tierra ya nada sería igual.