El edificio antiguo tenía un aspecto moderno, le habían puesto un elevador. Se escondía de un doctor que era viejo, usaba lentes de media luna, tenía una calva en su cabeza y la tapaba con un sombrero de a finales del siglo XX y era del mismo color negro de su traje. Llevaba en el bolsillo superior de su saco un reloj de color plateado. Estaba adentrándose al edificio y lo podía ver desde la pared del pasillo.
—Debemos irnos—, susurró Alger.
—¿Cómo vas a sacarme de aquí?
—Vamos, parece que no me conoces—, Alger colocó una mano en su espalda y los dos comenzaron andar hacia la salida. Antes de escabullirse, Alger había llegado a su habitación; llegó de sorpresa y en verdad no creía que él en persona estuviera mirándola con esa sonrisa fraternal y con ropa en los brazos.
— “Debes cambiarte, recoger tu pelo y por favor…no lleves esos lentes.”
— “Sin ellos no veo nada.”
— “Está bien…”—Alger torció la boca y esperó qué terminará de cambiarse para salir antes de la llegada del doctor. Fueron precavidos al ir por las escaleras y a lo mucho bajaron 6 pisos. El doctor, tomaba el camino al ascensor.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Siempre te metes en problemas…No saludes al portero.
—Ese viejo me engañó.
—No tienes idea de quién es ese hombre…—Alger pasó de largo y se acercó al portero con su mejor sonrisa, se acomodó el saco y extendió su mano para saludarlo.—¡Muchas gracias! La he encontrado…no puedo creer haya sido tan inconsciente en dejarla venir a vivir sola. —El portero sonrió. Alger apretó su mano muy fuerte mientras sonreía de lado a lado esperando que su acompañante saliera rápidamente de ese lugar.
—¿Ahora a dónde iremos?
—Aquí es dónde nos separamos—, Alger desabrochó su saco,—van a seguirnos. Mantente a salvo…debes regresar a casa.
Tomó el camino hacia la derecha y ella siguió caminando hacia el mismo rumbo. Fue un poco decepcionante. No conocía la ciudad de Londres y el clima no le estaba beneficiando. Bajo por el subterráneo, tomó el tren y se bajó en la primera parada. La única persona que podía sacarla de ahí volando, era Milo. Había un problema y era qué esa persona no vivía en esa ciudad; no tenía dinero, ni algo con que poder comunicarse con él. Ni siquiera con él pensamiento.
***
No lo creía, estaba buscando la forma de contactarse con Milo y ahora estaba en un sillón de color rojo, sentada frente a la fémina que se había convertido en su pesadilla. Ambas se miraban en silencio, no iba a cruzar una palabra, porque no sabía qué hacía allí y más que nada, sabía que la quería muerta.
Afuera llovía a cantaros, tenía frío, se le antojaba una taza de café o té caliente; su orgullo era muy fuerte para permitirse hablar en esa casa. Una casa que estaba entre edificios enormes que comenzaban a encender la luz porqué ya era de noche. Ahora, se le presentaba otro problema: tenía sed y hambre. Rechazaba su naturaleza y por eso, el viejo doctor se había ofrecido para ayudarla. Aunque con el tiempo, comenzó a tenerle un poco de miedo. Estaba agradecida porque en esos momentos no estuviera en observación o ingiriendo una droga.
Quería comunicarse con Alger, tenía un teléfono a su costado reposando en una mesita de sala...Lo habría hecho, pero no quería meterlo en problemas con esa persona que aún le miraba con el odio que había nacido.
—¿Qué haces aquí? —, preguntó la fémina rompiendo el silencio. No contesto. No sabía qué hacía allí.
—Contéstame…—La veía, su aspecto volvió a ser el mismo que llevaba cuando la conoció—¿Quién te trajo aquí?
Silencio. Abrieron la puerta de la casa y se adentró la madre de su interlocutora. Aprovecho esa distracción para correr al patio trasero y saltar al techo de la casa. Ya no llovía, pero hacía mucho frío; abrocho los botones de su abrigo corto y ahí, Milo la esperaba. Frunció el ceño al verlo en pijama y con el torso desnudo.
—Vámonos de aquí—, Milo le extendió la mano.
—Primero debo comer, —el pelicorto suspiró. Pudo ver la decepción en sus ojos verde miel. Eran claros, le recordaban a Alger; sin embargo ambos eran personas de dos mundos diferentes.
—Yo te alimentaré, vamos—, negó con la cabeza, no quería alimentarse de la sangre de Milo. Podría ser peligroso para ambos.
—Puedo regenerarme—, alegó.
—No es por eso…
—¡Bien! ¡No tardo!
***
Tardó muy poco y regresó con una chica, tenía el cabello rubio. La conocía, era su amiga ¿Qué hacía ella en Londres? ¿Estaban en Londres o todo era una ilusión? No le importó, tenía hambre y aquella chica olía muy bien. Se acercó a ella, la saludó como acostumbran y después, comenzó a seducirla. La tenía atrapada en la pared y su cuello, ya estaba unos centímetros de sus colmillos. El olor de la sangre le embriagaba los sentidos.
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Editado: 05.04.2018